En la audiencia general, el Santo Padre recuerda que la esperanza cristiana es esperar en algo que ya se cumplió, pero que debe realizarse plenamente para cada uno de nosotros
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco, como cada semana, se ha reunido con miles de fieles venidos de todas las partes del mundo, con motivo de la audiencia general. En el Aula Pablo VI, los peregrinos que le esperaban desde primera hora de la mañana le han recibido calurosamente. El Papa ha proseguido esta mañana con el ciclo de catequesis sobre el tema de la esperanza cristiana. En concreto hoy ha reflexionado sobre el “yelmo de la esperanza”.
En el resumen que Francisco hace en español, ha indicado que “consideramos ahora la virtud de la esperanza a la luz del Nuevo Testamento”. La persona de Jesús y su misterio pascual –ha explicado el Pontífice– abre para nosotros una perspectiva extraordinaria. Al respecto, ha precisado que san Pablo escribe a la joven comunidad de Tesalónica, apenas fundada y temporalmente muy cercana al evento de la Resurrección del Señor, y “trata de hacerles comprender todos los efectos y las consecuencias que este evento único y decisivo comporta para la historia y la vida de cada uno”.
Como entonces, ha observado, la dificultad no está en aceptar la Resurrección de Jesús, sino en creer en la resurrección de los muertos. Por esta razón, el Pontífice ha indicado que cada vez que nos enfrentamos a la muerte, ya sea la nuestra o la de un ser querido, “sentimos que nuestra fe se tambalea”, y “nos preguntamos si hay vida después de la muerte”, o si “volveremos a encontrarnos con los que nos han dejado”. Tal y como ha aseverado el Santo Padre, Pablo, ante las dudas de la comunidad, invita a mantener sólida la “esperanza de la salvación”. La esperanza cristiana –ha añadido Francisco– es esperar en algo que ya se cumplió, pero que debe realizarse plenamente para cada uno de nosotros. Por esto, ha concluido, “la esperanza nos exige tener un corazón pobre y humilde, que sepa confiar y esperar sólo en Dios Nuestro Señor”.
A continuación, el Papa ha saludado a los peregrinos de lengua española, en particular a los provenientes de España y Latinoamérica. Así, ha deseado que el Señor Jesús “eduque nuestros corazones en la esperanza de la resurrección, para que aprendamos a vivir en la espera segura del encuentro definitivo con él y con todos nuestros seres queridos”. Nos acompañe en este camino –ha pedido– la presencia amorosa de María, Madre de la esperanza.
Al finalizar los saludos en las distintas lenguas, el Santo Padre ha dirigido un saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Ha aprovechado la ocasión para recordar que mañana se celebra la fiesta de la Presentación del Señor y la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Por esta razón, ha encomendado a sus oraciones a los que son llamados a profesar los consejos evangélicos para que “con su testimonio de vida puedan irradiar en el mundo el amor de Cristo y la gracia del Evangelio”.
Rocío Lancho García
Francisco a los cristianos de Oriente Medio: “¡No se dejen robar la esperanza!”
El Papa imparte la bendición apostólica
El papa Francisco en esta nueva audiencia de los miércoles se dirigió como de costumbre a los peregrinos de los diversos países, y a los de idioma árabe les pidió que “no se dejen robar la esperanza”.
Concluido el resumen de la catequesis en italiano un intérprete los ha traducido en árabe: “Dirijo un cordial bienvenido a los peregrinos de idioma árabe, ¡en particular a los que vienen de Oriente Medio!”, dijo.
Y añadió: “Queridos hermanos y hermanas, la esperanza cristiana es una virtud humilde y fuerte que nos sostiene y no nos permite ahogarnos en las muchas dificultades de la vida” porque “esa es fuente de alegría y nos da paz en el corazón”.
Francisco concluyó pidiéndoles: “¡No se dejen robar la esperanza! ¡Que el Señor les bendiga!
Texto completo de la catequesis de la audiencia del miércoles 1 de febrero de 2017
El Santo Padre reflexiona sobre la virtud de la esperanza a la luz del Nuevo Testamento, cuando encuentra la novedad representada por Jesucristo y por el evento pascual
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En las catequesis pasadas hemos empezado nuestro recorrido sobre el tema de la esperanza releyendo en esta perspectiva algunas páginas del Antiguo Testamento. Ahora queremos pasar a dar luz a la extraordinaria importancia que esta virtud asume en el Nuevo Testamento, cuando encuentra la novedad representada por Jesucristo y por el evento pascual.
Es lo que emerge claramente desde el primer texto que se ha escrito, es decir la Primera Carta de san Pablo a los Tesalonicenses. En el pasaje que hemos escuchado, se puede percibir toda la frescura y la belleza del primer anuncio cristiano. La de Tesalónica era una comunidad joven, fundada desde hacía poco; sin embargo, no obstante las dificultades y las muchas pruebas, estaba enraizada en la fe y celebraba con entusiasmo y con alegría la resurrección del Señor Jesús. El apóstol entonces se alegra de corazón con todos, en cuanto que renacen en la Pascua se convierten realmente en “hijos de la luz e hijos del día” (5,5), en fuerza de la plena comunión con Cristo.
Cuando Pablo les escribe, la comunidad de Tesalónica ha sido apenas fundada, y solo pocos años la separan de la Pascua de Cristo. Por esto, el apóstol trata de hacer comprender todos los efectos y las consecuencias que este evento único y decisivo supone para la historia y para la vida de cada uno. En particular, la dificultad de la comunidad no era tanto reconocer la resurrección de Jesús, sino creer en la resurrección de los muertos. En tal sentido, esta carta se revela más actual que nunca. Cada vez que nos encontramos frente a nuestra muerte, o a la de un ser querido, sentimos que nuestra fe es probada. Emergen todas nuestras dudas, toda nuestra fragilidad, y nos preguntamos: “¿Pero realmente habrá vida después de la muerte…? ¿Podré todavía ver y abrazar a las personas que he amado…?”. Esta pregunta me la hizo una señora hace pocos días en una audiencia, manifestado una duda: “¿Me encontraré con los míos?”. También nosotros, en el contexto actual, necesitamos volver a la raíz y a los fundamentos de nuestra fe, para tomar conciencia de lo que Dios ha obrado por nosotros en Jesucristo y qué significa nuestra muerte. Todos tenemos un poco de miedo por esta incertidumbre de la muerte. Me viene a la memoria un viejecito, un anciano, bueno, que decía: “Yo no tengo miedo de la muerte. Tengo un poco de miedo de verla venir”. Tenía miedo de esto.
Pablo, frente a los temores y a las perplejidades de la comunidad, invita a tener firme en la cabeza como un yelmo, sobre todo en las pruebas y en los momentos más difíciles de nuestra vida, “la esperanza de la salvación”. Es un yelmo. Esto es la esperanza cristiana. Cuando se habla de esperanza, podemos ser llevados a entenderla según la acepción común del término, es decir en referencia a algo bonito que deseamos, pero que puede realizarse o no. Esperamos que sucede, es como un deseo. Se dice por ejemplo: “¡Espero que mañana haga buen tiempo!”, pero sabemos que al día siguiente sin embargo puede hacer malo… La esperanza cristiana no es así. La esperanza cristiana es la espera de algo que ya se ha cumplido; está la puerta allí, y yo espero llegar a la puerta. ¿Qué tengo que hacer? ¡Caminar hacia la puerta! Estoy seguro de que llegaré a la puerta. Así es la esperanza cristiana: tener la certeza de que yo estoy en camino hacia algo que es, no que yo quiero que sea.
Esta es la esperanza cristiana. La esperanza cristiana es la espera de algo que ya ha sido cumplido y que realmente se realizará para cada uno de nosotros. También nuestra resurrección y la de los seres queridos difuntos, por tanto, no es algo que podrá suceder o no, sino que es una realidad cierta, en cuanto está enraizada en el evento de la resurrección de Cristo. Esperar por tanto significa aprender a vivir en la espera. Cuando una mujer se da cuenta que está embaraza, cada día aprende a vivir en la espera de ver la mirada de ese niño que vendrá. Así también nosotros tenemos que vivir y aprender de estas esperas humanas y vivir la espera de mirar al Señor, de encontrar al Señor. Esto no es fácil, pero se aprende: vivir en la espera. Esperar significa y requiere un corazón humilde, un corazón pobre. Solo un pobre sabe esperar. Quien está ya lleno de sí y de sus bienes, no sabe poner la propia confianza en nadie más que en sí mismo.
Escribe san Pablo: “Él [Jesús] que murió por nosotros, a fin de que, velando o durmiendo, vivamos unidos a Él” (1 Ts 5, 10). Estas palabras son siempre motivo de gran consuelo y paz. También para las personas amadas que nos han dejado estamos por tanto llamados a rezar para que vivan en Cristo y están en plena comunión con nosotros. Una cosa que a mí me toca mucho el corazón es una expresión de san Pablo, dirigida a los Tesalonicenses. A mí me llena de seguridad de la esperanza. Dice así: “permaneceremos con el Señor para siempre” (1 Ts 4,17). Una cosa bonita: todo pasa pero, después de la muerte, estaremos para siempre con el Señor. Es la certeza total de la esperanza, la misma que, mucho tiempo antes, hacía exclamar a Job: “Yo sé que mi Redentor vive […] yo, con mi propia carne, veré a Dios. (Jb 19, 25-27). Y así para siempre estaremos con el Señor. ¿Creéis esto? Os pregunto: ¿creéis esto? Para tener un poco de fuerza os invito a decirlo conmigo tres veces: “Y así estaremos para siempre con el Señor”. Y allí, con el Señor, nos encontraremos.
(Traducción de la catequesis realizada por ZENIT)