Ciudad del Vaticano, 2 enero 2015 (VIS).- »El significado del tiempo, la temporalidad, es la atmósfera de la epifanía de Dios, es decir, de la manifestación del misterio de Dios y de su amor concreto. En efecto, el tiempo es el mensajero de Dios, como decía san Pedro Fabro». Son las palabras del Santo Padre durante la celebración de las Vísperas de la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios, en el último día del año en la Basílica Vaticana. »La liturgia de hoy -continuó- nos recuerda la frase del apóstol Juan: Hijos míos, ha llegado la última hora’, y la de San Pablo, que nos habla de la plenitud del tiempo. Por lo que el día de hoy nos manifiesta cómo el tiempo que ha sido, por decir así, tocado por Cristo, el Hijo de Dios y de María, y ha recibido de Él significados nuevos y sorprendentes: se ha vuelto el tiempo salvífico, es decir, el tiempo definitivo de salvación y de gracia. Y todo esto nos invita a pensar en el final del camino de la vida, al final de nuestro camino».
Asimismo el Papa recordó que con el Te Deum, canto del tradicional himno de agradecimiento por la conclusión del año civil y la Bendición Eucarística, alabamos al Señor y al mismo tiempo pedimos perdón. »La actitud de agradecer nos dispone a la humildad, a reconocer y a recoger los dones del Señor”, y como explica el apóstol Pablo en la lectura de estas Vísperas, el motivo fundamental de dar gracias a Dios es que »Él nos ha hecho hijos suyos, nos ha adoptado como hijos. ¡Este don inmerecido nos llena de una gratitud colmada de estupor!. Alguien podría decir: Pero ¿no somos ya todos hijos suyos, por el hecho mismo de ser hombres?’. Ciertamente, porque Dios es Padre de toda persona que viene al mundo. Pero sin olvidar que somos alejados por Él a causa del pecado original que nos ha separado de nuestro Padre… Por ello Dios ha enviado a su Hijo a rescatarnos con el precio de su sangre. Y si hay un rescate es porque hay una esclavitud. Nosotros éramos hijos, pero nos volvimos esclavos, siguiendo la voz del Maligno. Nadie nos rescata de aquella esclavitud substancial sino Jesús, que ha asumido nuestra carne de la Virgen María y murió en la cruz para liberarnos, liberarnos de la esclavitud del pecado y devolvernos la condición filial perdida».
Francisco destacó que la Liturgia recuerda también que »el principio – antes del tiempo – era la Palabra… y la Palabra se hizo hombre» y mencionó que »el don mismo por el que agradecemos es también motivo de examen de conciencia, de revisión de la vida personal y comunitaria, del preguntarnos: ¿cómo es nuestra forma de vivir? ¿Vivimos como hijos o vivimos como esclavos? ¿Vivimos como personas bautizadas en Cristo, ungidas por el Espíritu, rescatadas, libres? O ¿vivimos según la lógica mundana, corrupta, haciendo lo que el diablo nos hace creer que es nuestro interés? Y añadió que »tenemos miedo de la libertad y, paradójicamente, preferimos más o menos inconscientemente la esclavitud que nos impide vivir plena y realmente el presente, porque lo vacía del pasado y lo cierra ante el futuro, frente a la eternidad. La esclavitud nos hace creer que no podemos soñar, volar, esperar».
»En nuestro corazón se anida la nostalgia de la esclavitud, porque aparentemente nos da más seguridad, más que la libertad, que es muy arriesgada. ¡Cómo nos gusta estar enjaulados por tantos fuegos artificiales, aparentemente muy lindos, pero que en realidad duran sólo pocos instantes! ¡Y Éste es el reino del momento, esto es lo fascinante del momento!. De este examen de conciencia depende también, para nosotros los cristianos, la calidad de nuestro obrar, de nuestro vivir, de nuestra presencia en la ciudad, de nuestro servicio al bien común, de nuestra participación en las instituciones públicas y eclesiales».
El Papa habló sobre el significado de vivir en Roma »que representa un gran don -dijo- porque significa vivir en la ciudad eterna, significa para un cristiano, sobre todo, formar parte de la Iglesia fundada sobre el testimonio y sobre el martirio de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. Y por lo tanto, también por ello rendimos gracias al Señor». Del mismo modo mencionó »los graves hechos de corrupción, emergidos recientemente que requieren una seria y consciente conversión de los corazones, para un renacer espiritual y moral, así como para un renovado compromiso para construir una ciudad más justa y solidaria, donde los pobres, los débiles y los marginados estén en el centro de nuestras preocupaciones y de nuestras acciones de cada día». Para ello dijo que es necesaria » ¡una gran y cotidiana actitud de libertad cristiana para tener el coraje de proclamar, en nuestra Ciudad, que hay que defender a los pobres, y no defenderse de los pobres, que hay que servir a los débiles y no servirse de los débiles!».
»Cuando en una ciudad se cuida, socorre y ayuda a los pobres y a los débiles a promoverse en la sociedad, ellos revelan el tesoro de la Iglesia y un tesoro en la sociedad. Pero, cuando una sociedad ignora a los pobres, los persigue, los criminaliza, los obliga a ‘mafiarse’, esa sociedad se empobrece hasta la miseria, pierde la libertad y prefiere ‘el ajo y las cebollas’ de la esclavitud, de la esclavitud de su egoísmo, de la esclavitud de su pusilanimidad y esa sociedad deja de ser cristiana. Queridos hermanos y hermanas -finalizó- concluir el año es volver a afirmar que existe una última hora y que existe la plenitud del tiempo. Al concluir este año, al dar gracias y al pedir perdón, nos hará bien pedir la gracia de poder caminar en libertad para poder reparar los tantos daños hechos y poder defendernos de la nostalgia de la esclavitud, y no añorar la esclavitud» y animó a rezar a la Virgen María para que »nos ayude a acogerlo con el corazón abierto, para ser y vivir verdaderamente libres, como hijos de Dios».