El Santo Padre escucha conmovedores testimonios, reza por los males del mundo y recuerda que la oración es la verdadera medicina para nuestro sufrimiento
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Tenemos necesidad de la misericordia, del consuelo que viene del Señor. Todos lo necesitamos; es nuestra pobreza, pero también nuestra grandeza: invocar el consuelo de Dios, que con su ternura viene a secar las lágrimas de nuestros ojos. Así lo ha indicado el papa Francisco en su predicación tras los conmovedores testimonios que han protagonizado la vigilia “Enjugar las lágrimas” en la Basílica de San Pedro, celebrada en el marco del Año Jubilar haciendo referencia a una de las obras de misericordia ‘consolar al triste’.
La familia Pellegrino fue tocada por el drama del suicidio de un hijo de 15 años. La historia de Felix Qaiser, refugiado político, periodista pakistaní católico que huyó a Italia para proteger a su familia. Maurizio Fratamico con su hermano gemelo Enzo, cuya conversión marca la historia de Maurizio, que siendo con gran éxito trabajador turístico perdió el sentido de la vida y que ahora lo ha encontrado de nuevo.
El Santo Padre ha querido recordar que en los momentos de tristeza, en el sufrimiento de la enfermedad, en la angustia de la persecución y en el dolor por la muerte de un ser querido, “todo el mundo busca una palabra de consuelo”. Sentimos una gran necesidad de que alguien esté cerca y sienta compasión de nosotros, ha precisado. Asegurando que la razón por sí sola no es capaz de iluminar nuestro interior, de comprender el dolor que experimentamos y dar la respuesta que esperamos, en esos momentos “es cuando más necesitamos las razones del corazón, las únicas que pueden ayudarnos a entender el misterio que envuelve nuestra soledad”.
Al respecto ha observado “cuántas lágrimas se derraman a cada momento en el mundo; cada una distinta de las otras” que “juntas forman como un océano de desolación, que implora piedad, compasión, consuelo”. Las más amargas –ha advertido– son las provocadas por la maldad humana.
El Pontífice ha aseverado que en este sufrimiento “no estamos solos”. También Jesús “experimentó una profunda conmoción y rompió a llorar” cuando murió Lázaro. Al repecto, el Santo Padre ha observado que esta descripción del Evangelio “muestra cómo Jesús se une al dolor de sus amigos compartiendo su desconsuelo”. Lágrimas que a lo largo de los siglos “han lavado a muchas almas, han aliviado muchas heridas”.
Asimismo, ha recordado a los presentes que “si Dios ha llorado, también yo puedo llorar sabiendo que se me comprende”. El llanto de Jesús –ha añadido– es el antídoto contra la indiferencia ante el sufrimiento de mis hermanos.
El Santo Padre ha explicado que ese llanto “enseña a sentir como propio el dolor de los demás, a hacerme partícipe del sufrimiento y las dificultades de las personas que viven en las situaciones más dolorosas”. Y ha añadido: “me provoca para que sienta la tristeza y desesperación de aquellos a los que les han arrebatado incluso el cuerpo de sus seres queridos, y no tienen ya ni siquiera un lugar donde encontrar consuelo”.
La oración –ha proseguido el Santo Padre– es la verdadera medicina para nuestro sufrimiento. La ternura de la mirada de Dios “nos consuela, la fuerza de su palabra nos sostiene, infundiendo esperanza”. En esta misma línea ha subrayado que “el amor de Dios derramado en nuestros corazones nos permite afirmar que, cuando se ama, nada ni nadie nos apartará de las personas que hemos amado”.
Para finalizar, ha indicado que la Madre de Jesús, con su manto “enjuga nuestras lágrimas”. Con su mano “nos ayuda a levantarnos y nos acompaña en el camino de la esperanza”.
A continuación, los presentes han escrito en un papel una intención de oración que han sido depositadas en unas cestas y entregadas en el altar para que se unan simbólicamente a la oración universal de los fieles.
Rocío Lancho García