Recuerda que el ancla era un símbolo de los primeros cristianos
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El santo padre Francisco inició la audiencia del miércoles 26 de abril retomando el tema de la esperanza cristiana, recordó que entre los símbolos cristianos de la esperanza está el ancla porque que Dios nos está cerca, y debemos estar anclados en él. Porque camina a nuestro lado y no permanece indiferente, sino que está lleno de amor y ternura por cada uno de nosotros.
El Pontífice llegó en el jeep descubierto y cruzó los diversos pasillos de la plaza saludando a los presentes, que le aguardaban agitando pañuelos, y con diversas expresiones de cariño. El Santo Padre hizo subir a algunos niños al vehículo que se detuvo veces para saludar y bendecir en particular a los bebes y ancianos.
En el resumen de la catequesis de hoy, que el Pontífice realizó en idioma español, indicó que “las palabras del Evangelio de san Mateo que acabamos de escuchar nos aseguran que nuestro Dios es un Dios cercano, que camina a nuestro lado. No es un Dios lejano e indiferente, sino lleno de amor y de ternura por cada hombre y mujer”.
“A diferencia de nosotros, hábiles en arruinar vínculos y derribar puentes, Dios permanece fiel, nunca nos deja solos, sino que camina siempre a nuestro lado, aun cuando nos olvidáramos de él. La existencia de todo ser humano es un camino, una peregrinación”, señaló el Papa.
Recordó también que “la Sagrada Escritura está llena de historias de peregrinos y viajeros, como la de Abraham que, siguiendo la voz del Señor, abandonó su tierra para ir al encuentro de Dios”.
“En el camino de la vida –prosiguió el Papa– nadie está solo, y para nosotros los cristianos, esta certeza es aún más fuerte, pues las palabras de Jesús: «Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo», nos aseguran que él nos cuida y nos acompaña siempre”.
Y señaló que “entre los símbolos cristianos de la esperanza está el ancla, que evidencia cómo la esperanza cristiana no sea un sentimiento indefinido que quisiera mejorar el mundo con la propia fuerza de voluntad, sino la seguridad en lo que Dios nos ha prometido y realizado en Jesús”.
El Pontífice concluyó saludando a los peregrinos de idioma español, “en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica”. Y les deseó “que en este tiempo pascual la contemplación de Jesús resucitado, que ha vencido a la muerte y vive para siempre, nos ayude a sentirnos acompañados por su amor y por su presencia vivificante, aún en los momentos más difíciles de nuestra vida”.
Sergio Mora
Texto completo de la catequesis del Papa Francisco en la audiencia del 26 de abril de 2017
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
«Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Estas últimas palabras del Evangelio de Mateo evocan el anuncio profético que encontramos al inicio: «A Él le pondrán el nombre de Emanuel, que significa: Dios con nosotros» (Mt 1,23; Cfr. Is 7,14). Dios estará con nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo. Jesús caminará con nosotros: todos los días, hasta el fin del mundo.
Todo el Evangelio esta contenido entre estas dos citas, palabras que comunican el misterio de Dios cuyo nombre, cuya identidad es estar-con: no es un Dios aislado, es un Dios-con nosotros, en particular con nosotros, es decir, con la criatura humana. Nuestro Dios no es un Dios ausente, secuestrado en un cielo lejano; es en cambio un Dios “apasionado” por el hombre, así tiernamente amante de ser incapaz de separarse de él.
Nosotros humanos somos hábiles en arruinar vínculos y derribar puentes. Él en cambio no. Si nuestro corazón se enfría, el suyo permanece siempre incandescente. Nuestro Dios nos acompaña siempre, incluso si por desgracia nosotros nos olvidáramos de Él. En el punto que divide la incredulidad de la fe, es decisivo el descubrimiento de ser amados y acompañados por nuestro Padre, de no haber sido jamás abandonados por Él.
Nuestra existencia es una peregrinación, un camino. A pesar de que muchos son movidos por una esperanza simplemente humana, perciben la seducción del horizonte, que los impulsa a explorar mundos que todavía no conocen. Nuestra alma es un alma migrante. La Biblia está llena de historias de peregrinos y viajeros.
La vocación de Abraham comienza con este mandato: «Deja tu tierra» (Gen 12,1). Y el patriarca deja ese pedazo de mundo que conocía bien y que era una de las cunas de la civilización de su tiempo. Todo conspiraba contra la sensatez de aquel viaje. Y a pesar de ello, Abraham parte. No se convierte en hombres y mujeres maduros si no se percibe la atracción del horizonte: aquel límite entre el cielo y la tierra que pide ser alcanzado por un pueblo de caminantes.
En su camino en el mundo, el hombre no está jamás sólo. Sobre todo el cristiano no se siente jamás abandonado, porque Jesús nos asegura que no nos espera sólo al final de nuestro largo viaje, sino nos acompaña en cada uno de nuestros días.
¿Hasta cuándo perdurará el cuidado de Dios en relación al hombre? ¿Hasta cuándo el Señor Jesús, caminará con nosotros, hasta cuándo cuidará de nosotros? La respuesta del Evangelio no deja espacio a la duda: ¡hasta el fin del mundo! Pasaran los cielos, pasará la tierra, serán canceladas las esperanzas humanas, pero la Palabra de Dios es más grande de todo y no pasará. Y Él será el Dios con nosotros, el Dios Jesús que camina con nosotros.
No existirá un día de nuestra vida en el cual cesaremos de ser una preocupación para el corazón de Dios. Pero alguno podría decir: “¿Qué cosa esta diciendo usted?”. Digo esto: no existirá un día de nuestra vida en el cual cesaremos de ser una preocupación para el corazón de Dios. Él se preocupa por nosotros, y camina con nosotros, y ¿Por qué hace esto? Simplemente porque nos ama. ¿Entendido? ¡Nos ama! Y Dios seguramente proveerá a todas nuestras necesidades, no nos abandonará en el tiempo de la prueba y de la oscuridad. Esta certeza pide hacer su nido en nuestra alma para no apagarse jamás. Alguno la llama con el nombre de “Providencia”. Es decir, la cercanía de Dios, el amor de Dios, el caminar de Dios con nosotros se llama también “Providencia de Dios”: Él provee nuestra vida”.
No es casual que entre los símbolos cristianos de la esperanza existe uno que a mí me gusta tanto: es el ancla. Ella expresa que nuestra esperanza no es banal; no se debe confundir con el sentimiento mutable de quien quiere mejorar las cosas de este mundo de manera utópica, haciendo, contando sólo en su propia fuerza de voluntad.
La esperanza cristiana, de hecho, encuentra su raíz no en lo atractivo del futuro, sino en la seguridad de lo que Dios nos ha prometido y ha realizado en Jesucristo. Si Él nos ha garantizado que no nos abandonará jamás, si el inicio de toda vocación es un “Sígueme”, con el cual Él nos asegura de quedarse siempre delante de nosotros, entonces ¿Por qué temer? Con esta promesa, los cristianos pueden caminar donde sea. También atravesando porciones de mundo herido, donde las cosas no van bien, nosotros estamos entre aquellos que también ahí continuamos esperando. Dice el salmo: «Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo» (Sal 23,4).
Es justamente donde abunda la oscuridad que se necesita tener encendida una luz. Volvamos al ancla: el ancla es aquello que los navegantes, ese instrumento, que lanzan al mar y luego se sujetan a la cuerda para acercar la barca, la barca a la orilla. Nuestra fe es el ancla del cielo. Nosotros tenemos nuestra vida anclada al cielo. ¿Qué cosa debemos hacer? Sujetarnos a la cuerda: está siempre ahí. Y vamos adelante porque estamos seguros que nuestra vida es como un ancla que está en el cielo, en esa orilla a dónde llegaremos.
Cierto, si confiáramos solo en nuestras fuerzas, tendríamos razón de sentirnos desilusionados y derrotados, porque el mundo muchas veces se muestra contrario a las leyes del amor. Prefiere muchas veces, las leyes del egoísmo. Pero si sobrevive en nosotros la certeza de que Dios no nos abandona, de que Dios nos ama tiernamente y a este mundo, entonces en seguida cambia la perspectiva. “Homo viator, spe erectus”, decían los antiguos.
A lo largo el camino, la promesa de Jesús «Yo estoy con ustedes» nos hace estar de pie, erguidos, con esperanza, confiando que el Dios bueno está ya trabajando para realizar lo que humanamente parece imposible, porque el ancla está en la orilla del cielo.
El santo pueblo fiel de Dios es gente que está de pie – “homo viator” – y camina, pero de pie, “erectus”, y camina en la esperanza. Y a donde quiera que va, sabe que el amor de Dios lo ha precedido: no existe una parte en el mundo que escape a la victoria de Cristo Resucitado. ¿Y cuál es la victoria de Cristo Resucitado? La victoria del amor. Gracias.
(Fuente: Radio Vaticano)
Bodas de oro: “Díganle a los jóvenes que el matrimonio es algo hermoso”
Plaza de San Pedro
(Osservatore © Romano)
El Papa al concluir la audiencia general, subrayó la importancia de la oración en la vida de los esposos
El papa Francisco subrayó al importancia de la oración en el matrimonio, durante la audiencia general de este miércoles en la plaza de San Pedro. Exhortó así a las parejas que hicieron las bodas de oro, a decirle a los jóvenes que el matrimonio cristiano “es hermoso”.
Fue al concluir el encuentro semanal, cuando saludó a los jóvenes, a los nuevos esposos y a los enfermos, recordando la fiesta de san Marcos evangelista, festejado en este martes 25 de abril.
“Que su Evangelio breve pero incisivo les recuerde, queridos nuevos esposos, la importancia de la oración en el camino matrimonial que se ha tomado”, dijo el Papa.
Y en los saludos en italiano, se dirigió también a las parejas de la arquidiócesis italiana de Ancna-Osimo, quienes festejaban el 50 aniversario de matrimonio, animándolos a “redescubrir los sacramentos recibidos, signos eficaces de la gracia de Dios en nuestras vidas”.
El Papa les dijo: “Ustedes que festejan los 50 años de matrimonio, ¡díganle a los jóvenes que es bueno, que la vida del matrimonio cristiano es hermosa!”
Al concluir el encuentro el Papa les deseó a los jóvenes que el camino de discípulos de san Marco “siguiendo la de San Pablo sea un ejemplo (…) para seguir al Salvador”. Y concluyó pidiendo que “su intercesión les sostenga, queridos hermanos, en las dificultades y en la prueba de la enfermedad”.
Anne Kurian