A su llegada a un país supertecnológico como es Estonia, donde ha recibido su tarjeta de «residente digital» de manos de la presidenta de la República, el Papa Francisco ha advertido a las autoridades de Estonia que «en nuestras sociedades tecnocráticas se pierde el sentido de la vida, de la alegría de vivir», pues el debilitamiento de las relaciones entre personas «sumerge a los ciudadanos en un cansancio existencial».
El Papa sabe que, además del alcoholismo, otro gran problema de los tres países bálticos que visita desde el sábado es la fuerte incidencia de depresión e incluso suicidio por falta de calor humano, desplazado por la omnipresencia de las redes sociales y el entretenimiento con pantallas.
Por eso, en su discurso ante la presidenta Kersti Kaljulaid, las autoridades de Estonia y el cuerpo diplomático, Francisco ha formulado una alerta seria: «El progreso tecnológico puede provocar que se pierda la capacidad de crear vínculos interpersonales, intergeneracionales, interculturales».
El Papa ha invitado a «romper los círculos que aturden los sentidos, alejándonos cada vez más los unos de los otros». No solo a nivel personal o familiar sino también como nación pues «un pueblo podrá construir el día de mañana solo en la medida que genere relaciones de pertenencia entre sus miembros».
Francisco no es hostil a la tecnología sino que, simplemente, quiere evitar que deteriore las relaciones entre personas, y menos en un país tan abierto como Estonia. Con la libertad de liderar un país de abrumadora mayoría no creyente, la presidenta Kersti Kaljulaid —experta mundial en energía— ha citado en su discurso de bienvenida al Papa versos de Francisco de Asís y de San Juan Pablo II, aparte de recordar la ayuda de la Santa Sede a la independencia de Lituania no solo hace 100 años sino también negándose a reconocer la anexión por la Unión Soviética.
Estonia es un país rico pero frío, con un 70 por ciento de ciudadanos que se declaran «no creyentes». Los ortodoxos suman el 16 por ciento de la población, seguidos por los luteranos con el 10 por ciento. Los católicos son un minúsculo 0,5 por ciento: unos 6.000 fieles con un obispo, el francés Philippe Jourdan, nombrado en 2005. Su predecesor, el jesuita alemán Eduard-Gottlieb Markusovitch Profittlich —arrestado por los soviéticos en 1940 y condenado a muerte—, falleció en 1942 en una prisión de Kirov.
En su primer discurso en Tallin, el Santo Padre ha reconocido a los estonios su extraordinaria «capacidad de resistencia que os ha permitido recomenzar frente a tantas situaciones de adversidad». Se estaba refiriendo implícitamente a la anexión por la URSS en 1940, la ocupación por los nazis en 1941 y, el retorno de la despiadada ocupación soviética en 1944, con su cadena de encarcelamientos y deportaciones. En la actualidad, Estonia cuenta con un cuarto de población rusa, pero la convivencia es menos tensa que en Letonia.
Como las confesiones cristianas han sufrido el mismo tratamiento cruel, las relaciones son fraternales, y el encuentro ecuménico del Papa con los jóvenes se ha celebrado muy cordialmente en la catedral luterana, un clima en que el Papa ha recalcado que «una comunidad cristiana no hace proselitismo, que es señal de miedo; la fraternidad es otra cosa, es corazón abierto».
Francisco ha reconocido ante los jóvenes ortodoxos, luteranos y católicos que «nuestras iglesias cristianas arrastran estilos donde ha sido más fácil hablar que escuchar», por lo que el Sínodo de los Jóvenes, que dará comienzo el 3 de octubre lleva más de un año escuchando a los protagonistas y destinatarios.
Esa escucha ha permitido constatar, según el Papa, que «muchos jóvenes no nos piden nada porque no nos consideran interlocutores significativos para su existencia, y algunos piden que les dejemos en paz».
Sin ningún complejo, Francisco ha reconocido que a muchos «les indignan los escándalos económicos y sexuales, ante los que no ven una firme condena», y también «el rol pasivo que les asignamos». Es necesaria más coherencia, y anunciar el mensaje cristiano «con pocos discursos y muchos gestos», pues «así le gusta a Jesús, que pasó haciendo el bien y, al morir, dio prioridad al gesto de la cruz en lugar de las palabras».
La visita del Papa a los tres países bálticos concluye esta tarde con una misa al aire libre en Tallinn en la que participan también algunos obispos católicos de Rusia, el poderoso vecino que tanto les inquieta.
Juan Vicente Boo/ABC