En una misa solemne en la Plaza de San Pedro el Santo Padre canoniza a María Isabel Hasselblad y a Estanislao de Jesús María Papczynski
En una mañana soleada de primavera, el papa Francisco presidió este X domingo del tiempo ordinario, la santa misa con el rito de canonización, ante una plaza de San Pedro repleta de fieles y peregrinos.
El Pontífice vistiendo paramentos crema con bordes verdes y dorado, inició la eucaristía incensando el altar y la imagen de María presente en la ceremonia. Y tras el ‘Pax Vobis’ y el canto del Veni Creator Spíritus, el cardenal Angel Amato pidió a su Santidad que inscriba en el Libro de los Santos a María Isabel Hasselblad, religiosa sueca y fundadora de la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida; y a Estanislao de Jesús María Papczynski, sacerdote polaco fundador de los Clérigos Marianos de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María.
A continuación el Papa los declaró santos con la formula que inicia “Ad honorem Sanctae et Individuae Trinitatis, ad exaltationem fidei catholicae et vitae christianae incrementum…”. Y pidió sean inscritos en el libro de los santos, mientas sonaban trompetas, el Coro Pontificio de la Capilla Sixtina cantaba el Jubilate Deo, y las reliquias de los nuevos santos eran llevadas y puestas al lado del altar e incensadas por el diácono.
En su homilía el Santo Padre señaló que las lecturas y el Evangelio recuerdan la resurrección obrada por el profeta Elías y por Jesús cuando resucita al hijo único de la viuda de Nuim. Pero también la resurrección del apóstol Pablo, que de enemigo y feroz perseguidor de los cristianos se convierte en testigo y heraldo del Evangelio. Y así sucede con los pecadores, a todos y cada uno de nosotros.
Una experiencia dijo, que han tenido los dos beatos que hoy son proclamados santos: Estanislao de Jesús María y María Isabel Hesselblad, dos hijos suyos que son testigos ejemplares de este misterio de resurrección.
No es magia, indica el Papa, “es la ternura de Dios encarnada, en él obra la inmensa compasión del Padre”. Porque Jesús “toma consigo todos nuestros pecados, los borra y nos devuelve vivos a la misma Iglesia. Y esto sucede de modo especial durante este Año Santo de la Misericordia”.
Santa María Isabel Hesselblad, de origen protestante que se convierte a la fe católica, y san Estanislao de Jesús María, que Polonia, en un siglo marcado por guerras y pestes, estuvo siempre al lado de los pobres y enfermos.
El milagro de santa María Isabel se refiere a la curación de un niño con tumor cerebral y parálisis tras la operación de extirpación. Y el de san Estanislao es la curación inexplicable de una joven de 20 años a quien los médicos desconectaron los equipos que la mantenían en vida.
La misa prosiguió con el ofertorio, consagración y comunión, y concluyó con el Adorote Devoto y la bendición. Al concluir el Santo Padre rezó el ángelus y permaneció largo tiempo saludando a religiosos, enfermos y peregrinos.
Sergio Mora (Zenit-Ciudad del Vaticano)
Texto completo de la homilía del papa Francisco en la misa del 5 de junio 2016.X domingo del tiempo ordinario
“La Palabra de Dios que hemos escuchado nos conduce al acontecimiento central de la fe: La victoria de Dios sobre el dolor y la muerte. Es el Evangelio de la esperanza que surge del Misterio Pascual de Cristo, que se irradia desde su rostro, revelador de Dios Padre y consolador de los afligidos. Es una palabra que nos llama a permanecer íntimamente unidos a la pasión de nuestro Señor Jesús, para que se manifieste en nosotros el poder de su resurrección.
En efecto, en la Pasión de Cristo está la respuesta de Dios al grito angustiado y a veces indignado que provoca en nosotros la experiencia del dolor y de la muerte. Se trata de no escapar de la cruz, sino de permanecer ahí, como hizo la Virgen Madre, que sufriendo junto a Jesús recibió la gracia de esperar contra toda esperanza (cf. Rm 4,18).
Esta ha sido también la experiencia de Estanislao de Jesús María y de María Isabel Hesselblad, que hoy son proclamados santos: han permanecido íntimamente unidos a la pasión de Jesús y en ellos se ha manifestado el poder de su resurrección.
La primera Lectura y el Evangelio de este domingo nos presentan justamente, dos signos prodigiosos de resurrección, el primero obrado por el profeta Elías, el segundo por Jesús. En los dos casos, los muertos son hijos muy jóvenes de mujeres viudas que son devueltos vivos a sus madres.
La viuda de Sarepta –una mujer no judía, que sin embargo había acogido en su casa al profeta Elías– está indignada con el profeta y con Dios porque, precisamente cuando Elías era su huésped, su hijo se enfermó y después murió en sus brazos. Entonces Elías dice a esa mujer: «Dame a tu hijo», «Dame a tu hijo». (1 R 17,19).
Esta es una palabra clave: manifiesta la actitud de Dios ante nuestra muerte (en todas sus formas); no dice: «tenla contigo, arréglatelas», sino que dice: «Dámela». En efecto, el profeta toma al niño y lo lleva a la habitación de arriba, y allí, él solo, en la oración, «lucha con Dios», presentándole el sinsentido de esa muerte. Y el Señor escuchó la voz de Elías, porque en realidad era él, Dios, quien hablaba y el que obraba en el profeta. Era él que, por boca de Elías, había dicho a la mujer: «Dame a tu hijo». Y ahora era él quien lo restituía vivo a su madre.
La ternura de Dios se revela plenamente en Jesús. Hemos escuchado en el Evangelio (Lc 7,11-17), cómo él experimentó «mucha compasión» (v.13) por esa viuda de Naín, en Galilea, que estaba acompañando a la sepultura a su único hijo, aún adolescente. Pero Jesús se acerca, toca el ataúd, detiene el cortejo fúnebre, y seguramente habrá acariciado el rostro bañado de lágrimas de esa pobre madre. «No llores», le dice (Lc 7,13). Como si le pidiera: «Dame a tu hijo».
Jesús pide para sí nuestra muerte, para librarnos de ella y darnos la vida. Y en efecto, ese joven se despertó como de un sueño profundo y comenzó a hablar. Y Jesús «lo devuelve a su madre» (v. 15). No es un mago. Es la ternura de Dios encarnada, en él obra la inmensa compasión del Padre.
Una especie de resurrección es también la del apóstol Pablo, que de enemigo y feroz perseguidor de los cristianos se convierte en testigo y heraldo del Evangelio (cf. Ga 1,13-17). Este cambio radical no fue obra suya, sino don de la misericordia de Dios, que lo «eligió» y lo «llamó con su gracia», y quiso revelar «en él» a su Hijo para que lo anunciase en medio de los gentiles (vv. 15-16). Pablo dice que Dios Padre tuvo a bien manifestar a su Hijo no sólo a él, sino en él, es decir, como imprimiendo en su persona, carne y espíritu, la muerte y la resurrección de Cristo. De este modo, el apóstol no será sólo un mensajero, sino sobre todo un testigo.
Y también con nosotros los pecadores, a todos y cada uno, Jesús no cesa de hacer brillar la victoria de la gracia que da vida. Dice a la Madre Iglesia: «Dame a tus hijos», que somos todos nosotros. Él toma consigo todos nuestros pecados, los borra y nos devuelve vivos a la misma Iglesia. Y esto sucede de modo especial durante este Año Santo de la Misericordia.
La Iglesia nos muestra hoy a dos hijos suyos que son testigos ejemplares de este misterio de resurrección. Ambos pueden cantar por toda la eternidad con las palabras del salmista: «Cambiaste mi luto en danzas, / Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre» (Sal 30,12). Y todos juntos nos unimos diciendo: «Te ensalzaré, Señor, porque me has librado» (Respuesta al Salmo Responsorial).
Francisco en el ángelus: María nos guíe a la santidad para construir día a día la justicia y la paz
Al concluir la santa misa con el rito de canonización, celebrada este domingo en la plaza de San Pedro, en la cual fueron declarados santos la religiosa sueca María Isabel Hesselblad y el sacerdote polaco Estanislao de Jesús María Papczyński, el papa Francisco rezó la oración del ángelus, antes de la cual pronunció las siguientes palabras:
“Queridos hermanos y hermanas.
Saludo a todos los aquí presentes, que han participado a esta celebración. De manera especial agradezco a las delegaciones oficiales que han venido a las canonizaciones: la de Polonia, guiada por el mismo presidente de la República, y la de Suecia. El Señor, por intercesión de los dos nuevos santos bendiga a vuestras naciones.
Saludo con cariño a los numerosos grupos de peregrinos de Italia y de diversos países, en particular a los fieles provenientes de Estonia, y también a los de la diócesis de Bolonia y a las bandas musicales.
Todos juntos rezamos ahora en oración a la Virgen María, para que nos guíe siempre en el camino de la santidad y nos sostenga para construir día a día la justicia y la paz”.