A los creados cardenales: “Que el pueblo de Dios vea siempre en nosotros la firme denuncia de la injusticia y el servicio alegre de la verdad”
En la misa con los nuevos cardenales: “El camino de la Iglesia es el de la misericordia y el de la integración”
Ciudad del Vaticano, (VIS).- La mañana del sábado 14 de febrero, a las 11, se ha celebrado en la Basílica Vaticana el Consistorio ordinario público en el que el Santo Padre ha creado 20 nuevos cardenales, a los que ha impuesto la birreta, ha entregado el anillo y ha asignado el título o diaconía.
A la celebración ha asistido también el Papa emérito Benedicto XVI al que el Papa Francisco saludó entrando en la basílica y que también fue saludado en su discurso por el cardenal Dominique Mamberti, Prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, el primero entre los nuevos cardenales, que dirigió al Santo Padre, en nombre de todos los neo-purpurados unas palabras de gratitud. »Entrar a formar parte del Colegio Cardenalicio-dijo- nos inserta de una forma particular en la historia y en la vida de la Iglesia de Roma que -según la hermosa expresión de San Ignacio de Antioquia- preside en la caridad. Estamos invitados, pues, a salir de nosotros mismos, de nuestras costumbres y comodidades, para servir a la mision de esta Iglesia, conscientes de que implica tener un horizonte más amplio». En el acto no pudo participar el cardenal José de Jesús Pimiento Rodríguez que, a causa de su avanzada edad, no pudo desplazarse a Roma y recibirá la birreta en Colombia.
En la homilía que pronunció ante los nuevos cardenales, el Papa eligió como pauta el himno a la caridad de la primera carta de San Pablo a los Corintios y recordó a los cardenales que la caridad debe presidir siempre su ministerio.
»El cardenalato -dijo- ‘ciertamente es una dignidad, pero no una distinción honorífica. Ya el mismo nombre de »cardenal», que remite a la palabra latina »cardo – quicio», nos lleva a pensar, no en algo accesorio o decorativo, como una condecoración, sino en un perno, un punto de apoyo y un eje esencial para la vida de la comunidad. Sois »quicios» y estáis incardinados en la Iglesia de Roma, que »preside toda la comunidad de la caridad» .
En la Iglesia, »toda presidencia proviene de la caridad, se desarrolla en la caridad y tiene como fin la caridad. La Iglesia que está en Roma tiene también en esto un papel ejemplar: al igual que ella preside en la caridad, toda Iglesia particular, en su ámbito, está llamada a presidir en la caridad. Por eso creo que el »himno a la caridad», de la primera carta de san Pablo a los Corintios, puede servir de pauta para esta celebración y para vuestro ministerio, especialmente para los que desde este momento entran a formar parte del Colegio Cardenalicio. Será bueno que todos, yo en primer lugar y vosotros conmigo, nos dejemos guiar por las palabras inspiradas del apóstol Pablo, en particular aquellas con las que describe las características de la caridad. Que María nuestra Madre nos ayude en esta escucha. Ella dio al mundo a Aquel que es »el camino más excelente»: Jesús, caridad encarnada; que nos ayude a acoger esta Palabra y a seguir siempre este camino. Que nos ayude con su actitud humilde y tierna de madre, porque la caridad, don de Dios, crece donde hay humildad y ternura.
»En primer lugar -señaló el Santo Padre- san Pablo nos dice que la caridad es »magnánima» y »benevolente». Cuanto más crece la responsabilidad en el servicio de la Iglesia, tanto más hay que ensanchar el corazón, dilatarlo según la medida del Corazón de Cristo. La magnanimidad es, en cierto sentido, sinónimo de catolicidad: es saber amar sin límites, pero al mismo tiempo con fidelidad a las situaciones particulares y con gestos concretos. Amar lo que es grande, sin descuidar lo que es pequeño; amar las cosas pequeñas en el horizonte de las grandes, porque »non coerceri a maximo, contineri tamen a minimo divinum est». Saber amar con gestos de bondad. La benevolencia es la intención firme y constante de querer el bien, siempre y para todos, incluso para los que no nos aman.
»A continuación, el apóstol dice que la caridad »no tiene envidia; no presume; no se engríe». Esto es realmente un milagro de la caridad, porque los seres humanos –todos, y en todas las etapas de la vida– tendemos a la envidia y al orgullo a causa de nuestra naturaleza herida por el pecado. Tampoco las dignidades eclesiásticas están inmunes a esta tentación. Pero precisamente por eso, queridos hermanos, puede resaltar todavía más en nosotros la fuerza divina de la caridad, que transforma el corazón, de modo que ya no eres tú el que vive, sino que Cristo vive en ti. Y Jesús es todo amor».
»Además, la caridad »no es mal educada ni egoísta». »Estos dos rasgos -subrayó Francisco- revelan que quien vive en la caridad está des-centrado de sí mismo. El que está auto-centrado carece de respeto, y muchas veces ni siquiera lo advierte, porque el »respeto» es la capacidad de tener en cuenta al otro, su dignidad, su condición, sus necesidades. El que está auto-centrado busca inevitablemente su propio interés, y cree que esto es normal, casi un deber. Este »interés» puede estar cubierto de nobles apariencias, pero en el fondo se trata siempre de »interés personal». En cambio, la caridad te des-centra y te pone en el verdadero centro, que es sólo Cristo. Entonces sí, serás una persona respetuosa y preocupada por el bien de los demás».
»La caridad, dice Pablo, »no se irrita; no lleva cuentas del mal». Al pastor que vive en contacto con la gente no le faltan ocasiones para enojarse. Y tal vez entre nosotros, hermanos sacerdotes, que tenemos menos disculpa, el peligro de enojarnos sea mayor. También de esto es la caridad, y sólo ella, la que nos libra. Nos libra del peligro de reaccionar impulsivamente, de decir y hacer cosas que no están bien; y sobre todo nos libra del peligro mortal de la ira acumulada, »alimentada» dentro de ti, que te hace llevar cuentas del mal recibido. No. Esto no es aceptable en un hombre de Iglesia. Aunque es posible entender un enfado momentáneo que pasa rápido, no así el rencor. Que Dios nos proteja y libre de ello».
»La caridad, añade el Apóstol, »no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad». El que está llamado al servicio de gobierno en la Iglesia debe tener un fuerte sentido de la justicia, de modo que no acepte ninguna injusticia, ni siquiera la que podría ser beneficiosa para él o para la Iglesia. Al mismo tiempo, »goza con la verdad»: ¡Qué hermosa es esta expresión! El hombre de Dios es aquel que está fascinado por la verdad y la encuentra plenamente en la Palabra y en la Carne de Jesucristo. Él es la fuente inagotable de nuestra alegría. Que el Pueblo de Dios vea siempre en nosotros la firme denuncia de la injusticia y el servicio alegre de la verdad».
Por último, la caridad »disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites». Aquí hay, en cuatro palabras, todo un programa de vida espiritual y pastoral. El amor de Cristo, derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, nos permite vivir así, ser así: personas capaces de perdonar siempre; de dar siempre confianza, porque estamos llenos de fe en Dios; capaces de infundir siempre esperanza, porque estamos llenos de esperanza en Dios; personas que saben soportar con paciencia toda situación y a todo hermano y hermana, en unión con Jesús, que llevó con amor el peso de todos nuestros pecados».
»Queridos hermanos,todo esto no viene de nosotros, sino de Dios. Dios es amor y lleva a cabo todo esto si somos dóciles a la acción de su Santo Espíritu -afirmó al final de la homilía- Por tanto, así es como tenemos que ser: incardinados y dóciles. Cuanto más incardinados estamos en la Iglesia que está en Roma, más dóciles tenemos que ser al Espíritu, para que la caridad pueda dar forma y sentido a todo lo que somos y hacemos. Incardinados en la Iglesia que preside en la caridad, dóciles al Espíritu Santo que derrama en nuestros corazones el amor de Dios.»
Terminada su alocución, el Papa ha pronunciado la fórmula de creación de los nuevos cardenales, sus nombres y el orden diaconal o presbiteral al que han sido asignados. Los nuevos cardenales han recitado el Credo y el juramento de fidelidad y obediencia al Papa y a sus sucesores. Seguidamente, han recibido la birreta cardenalicia y el anillo de manos del Papa, que les ha asignado también el título o la diaconía.
Títulos y Diaconías de los nuevos cardenales
Cardenal Dominique Mamberti, Diaconia del Espíritu Santo en Sassia.
Cardenal Manuel José Macário do Nascimento Clemente, Título de San Antonio en Campo Marzio.
Cardenal Berhaneyesus Demerew Souraphiel, C.M Título de San Romano Mártir
Cardenal John Atcherley Dew Título de San Hipólito.
Cardenal Edoardo Menichelli. Título de los Sagrados Corazones de Jesús y María en Tor Fiorenza.
Cardenal Pierre Nguyên Văn Nhon. Título de Santo Tomás Apóstol.
Cardenal Alberto Suárez Inda. Título de San Policarpo.
Cardenal Charles Maung Bo, S.D.B. Título de San Ireneo en Centocelle.
Cardenal Francis Xavier Kriengsak Kovithavanij. Título de Santa Maria Dolorosa.
Cardenal Francesco Montenegro. Título de los Santos Andrés y Gregorio en el Monte Celio.
Cardenal Daniel Fernando Sturla Berhouet, S.D.B. Título de Santa Gala.
Cardenal Ricardo Blázquez Pérez. Título de Santa Maria en Vallicella.
Cardenal José Luis Lacunza Maestrojuán, O.A.R. Título de San José de Cupertino.
Cardenal Arlindo Gomes Furtado. Título de San Timoteo.
Cardenal Soane Patita Paini Mafi. Título de Santa Paola Romana.
Cardenal José de Jesús Pimiento Rodríguez. Título de San Juan Crisostomo en Monte Sacro Alto.
Cardenal Luigi De Magistris. Diaconia Santiísimos Nombres de Jesús y Maria en Via Lata.
Cardenal Karl-Josef Rauber. Diaconia de San Antonio de Padua en la Circunvalación Appia.
Cardenal Luis Héctor Villalba. Título de San Jerónimo Corviale.
Cardenal Júlio Duarte Langa. Título de San Gabriel de la Dolorosa
Ricardo Blázquez Pérez, cardenal de la Iglesia
El papa Francisco ha creado el sábado, día 14 de febrero, 20 nuevos cardenales (15 electores y 5 no electores por superar los 80 años) en el que ha sido su segundo consistorio ordinario público para la creación de nuevos cardenales. Entre ellos ha sido creado cardenal Ricardo Blázquez Pérez, arzobispo de Valladolid y Presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE). También ha entrado a formar parte del colegio cardenalicio el agustino recoleto español de origen navarro José Luis Lacunza Maestrojuán, obispo de la diócesis de David (Panamá).
Rito para la creación de nuevos cardenales
El consistorio para la creación de nuevos cardenales, que ha convocado el papa Francisco en la Basílica Vaticana a las 11.00 h., se ha celebrado según el rito introducido con ocasión del consistorio del 18 de febrero de 2012.
El consistorio ha comenzado con el saludo litúrgico y la oración colecta. A la proclamación del Evangelio le ha seguido la alocución del Santo Padre. Seguidamente el papa Francisco ha pronunciado la fórmula de creación de los nuevos cardenales, sus nombres y el orden diaconal o presbiteral al que serán asignados. A continuación, los nuevos purpurados han recitado el Credo y el juramento de fidelidad y obediencia al Papa y a sus sucesores.
Seguidamente, cada uno de los nuevos cardenales se han aproximado al Santo Padre y se han arrodillado ante él para recibir la birreta, el anillo cardenalicio y la asignación del Título y Diaconía. El Papa ha otorgado al Cardenal Blázquez la Iglesia romana de Santa María in Vallicella y al Cardenal Lacunza la de San José de Copertino. Ambos han intercambiado un signo de paz. Los dos cardenales españoles han ocupado el puesto nº 12 (Ricardo Blázquez) y nº 13 (José Luis Lacunza) en el orden de precedencia. La celebración ha concluido con la oración de los fieles, el rezo del Padrenuestro y la bendición final.
Desde el sábado 14 de febrero, el colegio cardenalicio estará formado por 227 miembros. De ellos, 125 serán electores (por tener menos de 80 años. Hasta esa edad serán convocados a los cónclaves que tengan lugar, como electores del nuevo Papa) y 102 no electores (por tener ya más de 80 años). Los dos cardenales españoles estarán entre los electores.
Desde el sábado 14 de febrero, 12 cardenales españoles pertenecen al Colegio Cardenalicio. De estos, son miembros de la CEE los cardenales Antonio Mª Rouco Varela, arzobispo emérito de Madrid; Francisco Álvarez Martínez, arzobispo emérito de Toledo; Carlos Amigo Vallejo, arzobispo emérito de Sevilla; Antonio Cañizares Llovera, arzobispo de Valencia; Lluís Martínez Sistach, arzobispo de Barcelona; José Manuel Estepa Llaurens, arzobispo emérito Castrense; Fernando Sebastián Aguilar, arzobispo emérito de Pamplona y obispo emérito de Tudela; y Ricardo Blázquez Pérez, arzobispo de Valladolid.
Otros cardenales españoles son: Eduardo Martínez Somalo, Prefecto emérito de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica y Camarlengo emérito del Colegio Cardenalicio; Julián Herranz Casado, Presidente emérito del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos y de la Comisión Disciplinar de la Curia Romana; Santos Abril y Castelló, Arcipreste de la Basílica de Santa María la Mayor; y José Luis Lacunza Maestrojuán, obispo de la diócesis de David (Panamá).
Son electores los cardenales españoles Abril y Castelló (21-9-1935); Rouco Varela (20-8-1936); Martínez Sistach (29-4-1937); Blázquez Pérez (13-4-1942); Lacunza Maestrojuán (24-2-1944) y Cañizares Llovera(15-10-1945).
Misa con los nuevos cardenales
Ciudad del Vaticano, (Vis).-El Papa Francisco presidió la mañana del domingo 15, a las 10, en la basílica vaticana la concelebración eucarística con los cardenales creados en el consistorio del sábado y con todos los purpurados llegados a Roma en esa ocasión.
En la homilía que dirigió a los miembros del Colegio Cardenalicio, partiendo del relato evangélico de la curación del leproso -marginado, despreciado y abandonado en cuanto »impuro»- Francisco instó a los purpurados a seguir la lógica misericordiosa de Jesús recordándoles que el camino de la Iglesia era »no sólo acoger y integrar, con valor evangélico, aquellos que llaman a la puerta, sino salir, ir a buscar, sin prejuicios y sin miedos, a los lejanos, manifestándoles gratuitamente aquello que también nosotros hemos recibido gratuitamente».
Texto completo de la homilía del Santo Padre:
»Señor, si quieres, puedes limpiarme…» Jesús, sintiendo lástima; extendió la mano y lo tocó diciendo: »Quiero: queda límpio». La compasión de Jesús. Ese padecer con que lo acercaba a cada persona que sufre. Jesús, se da completamente, se involucra en el dolor y la necesidad de la gente… simplemente, porque Él sabe y quiere padecer con, porque tiene un corazón que no se avergüenza de tener compasión.
»No podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado» . Esto significa que, además de curar al leproso, Jesús ha tomado sobre sí la marginación que la ley de Moisés imponía . Jesús no tiene miedo del riesgo que supone asumir el sufrimiento de otro, pero paga el precio con todas las consecuencias .
La compasión lleva a Jesús a actuar concretamente: a reintegrar al marginado. Y éstos son los tres conceptos claves que la Iglesia nos propone hoy en la liturgia de la palabra: la compasión de Jesús ante la marginación y su voluntad de integración.
Marginación: Moisés, tratando jurídicamente la cuestión de los leprosos, pide que sean alejados y marginados por la comunidad, mientras dure su mal, y los declara: »Impuros» .
Imaginad cuánto sufrimiento y cuánta vergüenza debía de sentir un leproso: físicamente, socialmente, psicológicamente y espiritualmente. No es sólo víctima de una enfermedad, sino que también se siente culpable, castigado por sus pecados. Es un muerto viviente, como »si su padre le hubiera escupido en la cara».
Además, el leproso infunde miedo, desprecio, disgusto y por esto viene abandonado por los propios familiares, evitado por las otras personas, marginado por la sociedad, es más, la misma sociedad lo expulsa y lo fuerza a vivir en lugares alejados de los sanos, lo excluye. Y esto hasta el punto de que si un individuo sano se hubiese acercado a un leproso, habría sido severamente castigado y, muchas veces, tratado, a su vez, como un leproso.
Es verdad, la finalidad de esa norma de comportamiento era la de salvar a los sanos, proteger a los justos y, para salvaguardarlos de todo riesgo, marginar el peligro, tratando sin piedad al contagiado. De aquí, que el Sumo Sacerdote Caifás exclamase: »Conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera» .
Integración: Jesús revoluciona y sacude fuertemente aquella mentalidad cerrada por el miedo y recluida en los prejuicios. Él, sin embargo, no deroga la Ley de Moisés, sino que la lleva a plenitud declarando, por ejemplo, la ineficacia contraproducente de la ley del talión; declarando que Dios no se complace en la observancia del Sábado que desprecia al hombre y lo condena; o cuando ante la mujer pecadora, no la condena, sino que la salva de la intransigencia de aquellos que estaban ya preparados para lapidarla sin piedad, pretendiendo aplicar la Ley de Moisés. Jesús revoluciona también las conciencias en el Discurso de la montaña abriendo nuevos horizontes para la humanidad y revelando plenamente la lógica de Dios. La lógica del amor que no se basa en el miedo sino en la libertad, en la caridad, en el sano celo y en el deseo salvífico de Dios, Nuestro Salvador, »que quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad». »Misericordia quiero y no sacrificio».
Jesús, nuevo Moisés, ha querido curar al leproso, ha querido tocar, ha querido reintegrar en la comunidad, sin autolimitarse por los prejuicios; sin adecuarse a la mentalidad dominante de la gente; sin preocuparse para nada del contagio. Jesús responde a la súplica del leproso sin dilación y sin los consabidos aplazamientos para estudiar la situación y todas sus eventuales consecuencias. Para Jesús lo que cuenta, sobre todo, es alcanzar y salvar a los lejanos, curar las heridas de los enfermos, reintegrar a todos en la familia de Dios. Y eso escandaliza a algunos.
Y Jesús no tiene miedo de este tipo de escándalo. Él no piensa en las personas obtusas que se escandalizan incluso de una curación, que se escandalizan de cualquier apertura, a cualquier paso que no entre en sus esquemas mentales o espirituales, a cualquier caricia o ternura que no corresponda a su forma de pensar y a su pureza ritualista. Él ha querido integrar a los marginados, salvar a los que están fuera del campamento.
Son dos lógicas de pensamiento y de fe: el miedo de perder a los salvados y el deseo de salvar a los perdidos. Hoy también nos encontramos en la encrucijada de estas dos lógicas: a veces, la de los doctores de la ley, o sea, alejarse del peligro apartándose de la persona contagiada, y la lógica de Dios que, con su misericordia, abraza y acoge reintegrando y transfigurando el mal en bien, la condena en salvación y la exclusión en anuncio.
Estas dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar. San Pablo, dando cumplimiento al mandamiento del Señor de llevar el anuncio del Evangelio hasta los extremos confines de la tierra, escandalizó y encontró una fuerte resistencia y una gran hostilidad sobre todo de parte de aquellos que exigían una incondicional observancia de la Ley mosaica, incluso a los paganos convertidos. También san Pedro fue duramente criticado por la comunidad cuando entró en la casa de Cornelio, el centurión pagano.
El camino de la Iglesia, desde el concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración. Esto no quiere decir menospreciar los peligros o hacer entrar los lobos en el rebaño, sino acoger al hijo pródigo arrepentido; sanar con determinación y valor las heridas del pecado; actuar decididamente y no quedarse mirando de forma pasiva el sufrimiento del mundo. El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero; el camino de la Iglesia es precisamente el de salir del propio recinto para ir a buscar a los lejanos en las “periferias” esenciales de la existencia; es el de adoptar integralmente la lógica de Dios; el de seguir al Maestro que dice: »No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan».
Curando al leproso, Jesús no hace ningún daño al que está sano, es más, lo libra del miedo; no lo expone a un peligro sino que le da un hermano; no desprecia la Ley sino que valora al hombre, para el cual Dios ha inspirado la Ley. En efecto, Jesús libra a los sanos de la tentación del »hermano mayor» y del peso de la envidia y de la murmuración de los trabajadores que han soportado el peso de la jornada y el calor.
En consecuencia: la caridad no puede ser neutra, aséptica, indiferente, tibia o imparcial. La caridad contagia, apasiona, arriesga y compromete. Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita . La caridad es creativa en la búsqueda del lenguaje adecuado para comunicar con aquellos que son considerados incurables y, por lo tanto, intocables. Encontrar el lenguaje justo… El contacto es el auténtico lenguaje que transmite, fue el lenguaje afectivo, el que proporcionó la curación al leproso. ¡Cuántas curaciones podemos realizar y transmitir aprendiendo este lenguaje del contacto! Era un leproso y se ha hay convertido en mensajero del amor de Dios. Dice el Evangelio: »Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho» .
Queridos nuevos Cardenales, ésta es la lógica de Jesús, éste es el camino de la Iglesia: no sólo acoger y integrar, con valor evangélico, aquellos que llaman a la puerta, sino salir, ir a buscar, sin prejuicios y sin miedos, a los lejanos, manifestándoles gratuitamente aquello que también nosotros hemos recibido gratuitamente. »Quien dice que permanece en Él debe caminar como Él caminó» . ¡La disponibilidad total para servir a los demás es nuestro signo distintivo, es nuestro único título de honor!
Pensadlo bien en estos días en los que habéis recibido el título cardenalicio. En esta Eucaristía que nos reúne entorno al altar, invocamos Invoquemos la intercesión de María, Madre de la Iglesia, que sufrió en primera persona la marginación causada por las calumnias y el exilio , para que nos conceda el ser siervos fieles de Dios. Ella, que es la Madre, nos enseñe a no tener miedo de acoger con ternura a los marginados; a no tener miedo de la ternura. Cuántas veces tenemos miedo de la ternura. Que Ella nos enseñe a no tener miedo de la ternura y de la compasión; nos revista de paciencia para acompañarlos en su camino, sin buscar los resultados del éxito mundano; nos muestre a Jesús y nos haga caminar como Él.
Queridos hermanos nuevos Cardenales, mirando a Jesús y a nuestra Madre María, os exhorto a servir a la Iglesia, en modo tal que los cristianos – edificados por nuestro testimonio – no tengan la tentación de estar con Jesús sin querer estar con los marginados, aislándose en una casta que nada tiene de auténticamente eclesial. Os invito a servir a Jesús crucificado en toda persona marginada, por el motivo que sea; a ver al Señor en cada persona excluida que tiene hambre, que tiene sed, que está desnuda; al Señor que está presente también en aquellos que han perdido la fe, o que, alejados, no viven la propia fe, o que se declaran ateos; al Señor que está en la cárcel, que está enfermo, que no tiene trabajo, que es perseguido; al Señor que está en el leproso – de cuerpo o de alma -, que está discriminado. No descubrimos al Señor, si no acogemos auténticamente al marginado. Recordemos siempre la imagen de san Francisco que no tuvo ha tenido miedo de abrazar al leproso y de acoger a aquellos que sufren cualquier tipo de marginación. En realidad, queridos hermanos, sobre el evangelio de los marginados, se juega y se descubre y se revela nuestra credibilidad”.
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