El Santo Padre recuerda al congreso de la Centesimus Annus que la comunidad internacional está llamada a dar respuestas políticas, sociales y económicas a largo plazo a la crisis de los refugiados
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- La crisis de los refugiados, cuyas proporciones crecen cada día, es particularmente sentida por el Papa. En su reciente visita a la isla griega de Lesbos, fue testigo de desgarradoras experiencias de sufrimiento humano, especialmente de familias y niños. Así lo ha asegurado él mismo en su encuentro con los participantes de la Conferencia Internacional promovida por la Fundación Centesimus Annus – Pro Pontifice sobre el tema “La iniciativa empresarial en la lucha contra la pobreza. Emergencia refugiados, nuestro desafío”.
El Santo Padre ha dado las gracias por la prontitud, capacidad y experiencia de su aporte a la discusión sobre estas delicadas cuestiones humanitarias y sobre las obligaciones que estas conllevan.
“Más allá del aspecto inmediato y práctico de dar ayuda material a estos nuestros hermanos y hermanas, la comunidad internacional está llamada a dar respuestas políticas, sociales y económicas a largo plazo a problemáticas que superan las fronteras nacionales y continentales y afectan a toda la familia humana”, ha asegurado el Santo Padre.
De este modo, ha subrayado que la lucha contra la pobreza “no es solamente un problema económico”, sino sobre todo “un problema moral”, que llama a la solidaridad y al desarrollo de una actitud más igualitaria en lo relacionado con las necesidades y las aspiraciones de los individuos y de los pueblos de todo el mundo.
Tal y como ha reconocido Francisco, esta Conferencia explora desde distintos puntos de vista las implicaciones prácticas y éticas de la actual economía mundial, mientras que al mismo tiempo trata de sentar las bases para una cultura económica de los negocios que sea inclusiva y respetuosa con la dignidad humana.
Por otro lado, el Pontífice ha explicado que una visión económica exclusivamente orientada al beneficio y al bienestar material es “incapaz de contribuir de forma positiva a una globalización que favorezca al desarrollo integral de los pueblos en el mundo, una justa distribución de los recursos, la garantía del trabajo digno y el crecimiento de la iniciativa privada de las empresas locales”.
En esta línea, ha advertido que una economía de la exclusión ha provocado un gran número de personas descartadas. Y esto se ve en las sociedades más desarrolladas, donde el crecimiento del porcentaje de pobreza y la decadencia social “representan una seria amenaza para las familias, para la clase media que se disminuye y, de forma particular, para los jóvenes”. Al respecto ha aseverado que la tasa de desempleo juvenil “es un escándalo” que tiene que ser afrontado “como una enfermedad social”.
Por todo ello, el Santo Padre ha manifestado su esperanza en que esta Conferencia pueda contribuir a generar “nuevos modelos de progreso económico” más directamente orientados al bien común, a la inclusión y al desarrollo integral, al incremento del trabajo y a la inversión en recursos humanos.
Al finalizar su discurso, el Santo Padre ha recordado a los presentes que su vocación está “al servicio de la dignidad humana y de la construcción de un mundo de auténtica solidaridad”.
Rocío Lancho García