En un vídeomensaje enviado al Festival de la Doctrina Social de la Iglesia, el Santo Padre explica que cuando nos ocupamos de los demás nos complicamos menos la vida que cuando estamos centrados en nosotros mismos
(ZENIT – Roma).- “Nuestra humanidad se enriquece mucho si estamos con todos los demás y en cualquier situación en que se encuentren. Lo que hace daño es el aislamiento, no el compartir”. Así lo ha indicado el papa Francisco, en un vídeomensaje enviado al Festival de la Doctrina Social de la Iglesia, que se celebró del 24 al 27 de noviembre en Verona, al norte de Italia. El encuentro, que celebra este año su VI edición, lleva por tema “En medio de la gente”.
En su mensaje, el Papa explica que cuando se separa al pueblo de los que mandan, cuando se toman decisiones basadas en el poder y no en la compartición popular, cuando el que manda es más importante que el pueblo y las decisiones las toman unos pocos, o son anónimas, o están siempre dictadas por emergencias verdaderas o presuntas, la armonía social se ve amenazada y las consecuencias son graves para las personas: aumenta la pobreza, peligra la paz, manda el dinero y la gente está mal. Por lo tanto, estar en medio de la gente no solamente hace bien a la vida del individuo, sino que es un bien para todo el mundo.
El aislamiento “es caldo de cultivo para el miedo y la desconfianza” e “impide disfrutar de la fraternidad”, advierte el Santo Padre. De este modo, subraya que “es necesario que nos digamos que se corren más riesgos cuando nos aislamos que cuando nos abrimos a los demás”. Así, indica que “la capacidad de hacerse daño no es propia del encuentro, sino del cierre y del rechazo”. En esta misma línea, el Pontífice asegura que “cuando nos ocupamos de los demás” “nos complicamos menos la vida que cuando estamos centrados solamente en nosotros mismos”.
Prosiguiendo con la reflexión, asevera que estar en medio de la gente “no significa solamente ser abiertos y encontrar a los demás”, sino también “dejarse encontrar”.
Somos nosotros los que necesitamos que “nos miren”, “nos llamen”, “nos toquen”, “nos interpelen”, somos nosotros “los que necesitamos a los demás para poder participar en todo lo que solamente los demás nos pueden dar”. La relación –precisa– exige este intercambio entre las personas; la experiencia nos dice que, por lo general, de los demás recibimos más de lo que damos.
De este modo, subraya que “hay una verdadera riqueza humana entre nuestra gente”. Son innumerables –asegura– las historias de solidaridad, de ayuda, de apoyo, vividas en nuestras familias y en nuestras comunidades.
De este modo, el Papa cuenta una historia que le contaron recientemente, sobre una chica que murió con 19 años. “El dolor fue inmenso, muchísimos asistieron al funeral. Lo que sorprendió a todos no fue solo la ausencia de la desesperación, sino la percepción de una cierta serenidad”, cuenta. “Las personas, después del funeral, se decían unas a otras con asombro que habían salido de la celebración como liberadas de un peso”, explica Francisco. La madre de la joven dijo: “He recibido la gracia de la serenidad”. La vida cotidiana –indica el Santo Padre– está entretejida con estos hechos que marcan nuestra existencia: nunca pierden eficacia aunque no pasen a ser titulares de los diarios. Sucede así: “sin discursos ni explicaciones se entiende lo que en la vida vale o no la pena”.
Estar en medio de la gente, señala el Papa, también significa darse cuenta de que cada uno de nosotros es parte de un pueblo. Por eso, explica que cuando vemos el conjunto, “nuestra mirada se enriquece y resulta evidente que los papeles que desempeña cada uno dentro de la dinámica social nunca pueden ser aislados o absolutos”. Estar en medio de la gente –añade– pone de manifiesto la pluralidad de colores, culturas, razas y religiones. “La gente nos enseña la riqueza y la belleza de la diversidad”, reconoce el Santo Padre.
Finalmente, Francisco invita a seguir el ejemplo de María, “si la miramos podremos recorrer todos los senderos de lo humano sin miedo y sin prejuicios”, con Ella, “podremos llegar a ser capaces de no excluir a nadie”.
Rocío Lancho García