Francisco alaba ante premios Nobel y representantes de la ONU y la OTAN el Tratado sobre la Prohibición de Armas Nucleares y condena «con firmeza la simple posesión de armas nucleares»
«Las relaciones internacionales no pueden estar presas de la fuerza militar, la intimidación mutua y de la ostentación con los propios arsenales bélicos», ha denunciado este viernes el Papa, al recibir a los participantes en el congreso Perspectivas para un mundo libre de armas nucleares y para el desarme integral.
Las armas nucleares «existen al servicio de una mentalidad del miedo», y por tanto «no crean más que una falsa sensación de seguridad. No pueden constituir la base para la convivencia pacífica», ha asegurado el Santo Padre. Se dirigía a once premios Nobel de la Paz, además de a representantes de la ONU, la OTAN y países como la Federación Rusa o de Japón.
Entre el público estaba también Masako Wada, superviviente de la bomba atómica de Nagashaki. «No podemos dejar de preocuparnos sinceramente por los catastróficos efectos humanitarios y medioambientales de cualquier uso de armas nucleares», aunque sea por una detonación accidental, ha subrayado Francisco. Por ello, «la amenaza con usarlas, y su simple posesión, debe ser condenada con firmeza».
Desde la Crisis de los Misiles
Al dar la bienvenida a los participantes al comienzo del congreso, el cardenal Peter Turkson, prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, ha constatado que en el momento actual «el miedo sobre una potencial catástrofe global se ha intensificado a un punto que rara vez se había experimentado desde los días de la Crisis de los Misiles de Cuba».
El Papa ha compartido su preocupación, especialmente en un escenario internacional «marcado por un clima de inestabilidad y conflicto». La información sobre «tecnología nuclear se está extendiendo también a través de las comunicaciones digitales, y los instrumentos del derecho internacional no han impedido que nuevos estados se unen a los que ya están en posesión de ellas». Si a esto se suma la fragilidad del panorama geopolítico internacional, con fenómenos como el terrorismo, «la perspectiva resultante es profundamente perturbadora».
Al mismo tiempo, la carrera armamentística sigue escalando sin cesar, y el precio de modernizar y desarrollar el armamento, no solo nuclear, representa un gasto considerable para las naciones». Estas inversiones se desvían de la lucha contra la pobreza y la promoción de la paz, la educación y la atención sanitaria.
Alianza entre sociedad civil y estados
Sin embargo, lejos de caer en el pesimismo, el Papa ha subrayado también algunos avances, como la aprobación en julio del Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares en el seno de la ONU. Un logro que –ha destacado– es «resultado de una importante alianza entre la sociedad civil, los estados, las organizaciones internacionales, las iglesias, las academias y grupos de expertos».
En su saludo al Santo Padre, los premios Nobel presentes en el congreso también han aludido a este tratado, que solo entrará en vigor cuando lo hayan ratificado 50 estados. De momento, lo han hecho tres, incluida la Santa Sede. A pesar de todo –han insistido–, el acuerdo es el comienzo de «una nueva regulación internacional y va a estigmatizar aún más a esas armas y a los estados que se niegan a abandonarlas».
De hecho, han recordado los galardonados, los países miembros del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, entre los que sí hay potencias nucleares están obligados a «negociar de buena fe» medidas para frenar la carrera nuclear y para avanzar hacia el desarme.
Para fomentarlo, han pedido no solo la abolición de estas armas sino la construcción de «un sistema internacional de seguridad inclusivo y equitativo en el que ningún país sienta la necesidad de apoyarse en las armas atómicas».
La vía, el desarrollo integral
Francisco ha concluido su intervención recordando el 50º aniversario de la encíclica Populorum progressio, de Pablo VI. En este contexto, ha pedido luchar por un desarrollo integral rechazando la cultura del desperdicio, cuidando solidariamente a los individuos y los pueblos que están en inferioridad de condiciones, promoviendo el principio de subsidiariedad y no olvidando que el ser humano es «una unidad indisoluble de cuerpo y alma, de contemplación y acción».
Solo así se logrará un progreso «efectivo e inclusivo» que alcance «la utopía de un mundo libre de instrumentos mortales de agresión».
María Martínez López
Servicio Fotográfico L’Osservatore Romano