Cuando era párroco, donó un riñón a una feligresa enferma. Ahora, como obispo en la diócesis fronteriza de El Paso, el norteamericano Mark Joseph Seitz continúa con su donación incondicional al prójimo, y se ha erigido en una de las grandes voces críticas de la Iglesia frente a las leyes migratorias estadounidenses.
La semana pasada se puso sus capisayos y agarró a una familia hondureña de la mano para cruzar la frontera, harto de «los intentos de secuestro» a los tres hijos en la mexicana Ciudad Juárez y de la falta de atención médica a la madre y al niño menor, ambos con afecciones cardíacas. Esa mañana dejaron cruzar a la familia, gracias a una brecha legal del protocolo, pero una semana después han sido devueltos a México. «Nos sentimos tremendamente decepcionados por esta decisión cruel e incorrecta», recalca en esta entrevista a Alfa y Omega
Hace unos días saltaron a la prensa internacional unas imágenes en las que se le veía cruzar el Puente Internacional Paso del Norte acompañando a una familia hondureña con tres hijos menores de nueve años. Poco antes había sido denegada la solicitud de asilo de esta familia en Estados Unidos. Es un gesto que desafía las leyes migratorias de su país.
Me preocupa que la gente no esté al tanto del impacto de la medida gubernamental llamada Protocolo de protección al migrante o MPP, también conocida por el nombre Permanecer en México. Siguiendo este protocolo, miles de solicitantes de asilo están siendo devueltos a la parte mexicana de la frontera. Aquí, en El Paso, hasta 300 personas al día son enviadas de regreso a México para que esperen allí mientras se desarrolla el proceso judicial en el que intentarán presentar su solicitud de asilo.
Ya a principios de marzo usted y otros trece obispos de las diócesis en frontera mostraron su «total desacuerdo con la política de Estados Unidos de enviar a México a los migrantes que esperan su turno para presentarse ante un juez estadounidense que decidirá si reciben, o no, el asilo». Lo expresan así, literalmente, en un comunicado conjunto. ¿Por qué se oponen a esta propuesta?
Porque esto obliga a México a organizar campamentos para decenas de miles de refugiados, minando su derecho de buscar asilo en EE. UU. y privándolos del apoyo de familiares en suelo estadounidense. Por ejemplo, Ciudad Juárez ya tiene problemas para cuidar del ingente número de migrantes que esperan allí –en su mayoría familias jóvenes y madres con niños pequeños o embarazadas– sin dinero, sin ropa, sin permiso de trabajo… Además, han sido golpeados, les han robado, los han secuestrado. Incluso hemos escuchado que algunos han sido asesinados.
Otro de los motivos de nuestra oposición es que prácticamente se les deja fuera del alcance de su derecho a procurarse una representación legal en su proceso ante la corte. Finalmente, se crea una situación en la que muchos migrantes y refugiados ya no buscan el proceso legal por los puertos de entrada establecidos, sino que intentan entrar en Estados Unidos por sitios de alto riesgo para evitar a las autoridades, como el caso del río Bravo.
¿Alguna propuesta eclesial?
No es tarea de la Iglesia establecer políticas, sino expresar principios fundamentales y formar la conciencia de las personas. Teniendo en cuenta esto, desde las enseñanzas de Cristo, se pueden extraer varias conclusiones: que las personas tienen derecho a migrar cuando sus circunstancias lo requieran, y encontrar un lugar seguro para ellas y sus familias. Las naciones deben proporcionar este refugio. Otra conclusión es que ofrecer la mano a alguien necesitado no es una opción, es un requisito. Las personas que no han cometido ningún delito no deben ser tratadas como criminales, pero incluso los criminales tienen derechos humanos básicos que deben respetarse siempre. Finalmente, las personas también tienen derecho a quedarse en su casa. Si realmente deseamos frenar el flujo de refugiados, nuestro país debe dirigir sus esfuerzos para mejorar las circunstancias en los países de origen. La atención debe estar mucho menos centrada en la aplicación de la ley y más volcada en la asistencia a los países de envío. Nuestro país no tiene una responsabilidad menor en las condiciones en esos países. Nosotros en el pasado interferimos en sus asuntos políticos y, además, está nuestro apetito aparentemente insaciable por las drogas ilegales que alimentan a las pandillas de narcotraficantes.
¿La familia hondureña que usted acompañó podrá quedarse en Estados Unidos?
La madre y el hijo menor padecen afecciones cardíacas congénitas. La familia llevaba tres meses esperando su proceso judicial en Ciudad Juárez, tiempo durante el cual, además, lograron sobrevivir a dos intentos de secuestro. El protocolo establece excepciones que incluyen a aquellos cuya salud o bienestar se verían amenazados por permanecer en México. Agarrándonos a este supuesto, pedimos a las autoridades estadounidenses que reconsiderasen la situación de esta familia. Desafortunadamente, nos enteramos de que después de varios días custodiados por la Patrulla Fronteriza, su solicitud fue rechazada y han sido devueltos a Juárez. Nos sentimos tremendamente decepcionados por esta decisión cruel e incorrecta y seguimos trabajando para ayudar a esta familia a defender su caso y para ayudar a todos los demás migrantes y refugiados que vuelven a México.
Una pena que acabe así, porque usted ha declarado que ayudar a esta familia a cruzar la frontera una de experiencias más «felices» y a la vez «desgarradoras» de su etapa como obispo.
Sabíamos que nuestras posibilidades de cruzar eran mínimas, pero había que intentarlo. Cuando les permitieron cruzar, la sensación de euforia fue increíble, sentíamos como si hubiéramos salvado sus vidas. Pero la experiencia también fue desgarradora porque hay miles como ellos, y genera mucha impotencia saber que somos capaces de ayudar a muy pocos. Cuando fuimos a Juárez nos encontramos con algunos cubanos a los que no se ha otorgado el estatus de refugiados de un régimen opresivo. Uno de ellos tenía la cara magullada y un ojo negro y azul, fruto de ser atacado y robado. Fui incapaz de darle nada más que una bendición.
También ofrece palabras fuertes ante la política migratoria estadounidense, es usted la voz de los sin voz. De hecho, antes de cruzar el puente con la familia hondureña dijo que «un gobierno y una sociedad que ven a niños y familias como amenazas, un gobierno que trata a los niños bajo custodia peor que a los animales, un gobierno y una sociedad que le dan la espalda a madres embarazadas, bebés y familias, y los hacen esperar en Ciudad Juárez sin pensar en las aplastantes consecuencias de esta desafiante ciudad… Un gobierno y una sociedad así no están bien». Pero las leyes se endurecen cada vez más. ¿Es parte de la precampaña o es un problema estructural en la sociedad estadounidense?
Creo que esta situación es, a la vez, parte del esfuerzo de los políticos de ambos lados para utilizar esta controversia en su beneficio, y también es indicativo de un problema dentro de nuestra sociedad. Para mí, habla de la pérdida de la perspectiva de la fe en nuestro país. Ya no buscamos evaluar situaciones y basar nuestras acciones en las enseñanzas de Cristo y la voluntad de Dios. En su lugar, basamos nuestras decisiones en nuestro propio interés miope. Este es un problema serio para cualquier sociedad que aspire a ser una sociedad justa y buena.
Tengo entendido que usted es un buen pastor. En el pasado, incluso llegó a donar su riñón a una feligresa. Eso sí que es amar al prójimo como a uno mismo. No hay mucha gente capaz de hacer algo así.
Solo quiero servir a Jesús y hacer lo que Él haría.
Cristina Sánchez Aguilar
Imagen: Monseñor Seitz cruza el Paso del Norte
–que une Ciudad Juárez con El Paso, ya en EE. UU.–
con la familia hondureña.
(Foto: REUTERS/José Luis González)