Poco antes de que la Iglesia recuerde a la Virgen del Carmen, el proyecto Memorias Frente al Mar ha llevado a la playa a 60 mayores; algunos no la habían visto antes, volcados en su trabajo o familia.
11 de julio 2024.- María Jesús nos atiende sin soltar el hilo y la aguja. «Estoy cosiendo una bata negra para mí», detalla. «Mi madre me enseñó el oficio de la costura con 9 años y he trabajado para mucha gente», cuenta orgullosa esta vallisoletana de 64 años. Ha dedicado, como gran parte de las mujeres de su residencia, «toda la vida» a cuidar de sus familiares, ella en concreto a su padre y hermano hasta que murieron el año pasado. Pero estas semanas, María Jesús está especialmente contenta porque hace unos días pudo cumplir uno de sus sueños: ver el mar.
Junto a otras 59 personas de la residencia Campolar de Bembibre, en El Bierzo, a finales de junio pusieron rumbo a Gijón en un autobús adaptado para pasar un día en la playa de Poniente. «Era tan grande como me lo imaginaba», recuerda María Jesús. Al igual que ella, Ana María tampoco había visto nunca el mar porque sus padres enfermaron y ella se quedó en casa para cuidarlos. «Nunca pensé que podría hacerlo y al final lo he logrado», cuenta emocionada. Y bromea: «¡Aunque solo metí los pies un par de veces!».
María Jesús nunca había visto el mar y asegura que «el año que viene me gustaría volver».
Memorias Frente al Mar es el nombre de este proyecto, que empezó a gestarse en diciembre con la venta de piezas artesanales para recaudar el dinero suficiente para el viaje. Ya las llevaban elaborando desde hace años en un taller de la residencia y sus encargadas, Rosa María Cabezas y Nuria Gil, destacan el protagonismo de los mayores durante todo el proceso y la importancia para ellos de «salir de la burbuja» de la residencia. Instalaron un puesto durante cinco días en un centro comercial de la zona y eran los propios residentes los encargados de promocionar los productos y animar a los viandantes a comprar. Peluches, camisetas, adornos… ayudaron a recaudar los 2.500 euros necesarios.
«Uno de los mayores problemas que tenemos en la residencia son las demencias. Queríamos que la brisa, el ruido de las olas y el olor del mar les hicieran recordar momentos buenos de sus vidas», destaca Natalia Moratiel, trabajadora de la residencia y coordinadora de la actividad. Agustina es ejemplo de ello: vivió durante sus primeros siete años de casada en Gijón. Estar frente a ese mismo mar a sus 93 años le ha hecho evocar aquella etapa. «He sido modista y he trabajado también en el campo recogiendo patatas, remolachas o maíz. Estar delante del mar me transmite mucho sosiego y me relaja», afirma esta leonesa.
Los puertos como punto de encuentro
Con el lema Cuidad de los mares; cuidad de sus gentes y coincidiendo con la festividad de la Virgen del Carmen, la Conferencia Episcopal Española celebra este 16 de julio el Día de las Gentes del Mar. En el mensaje publicado para la ocasión, el obispo promotor del Apostolado del Mar, Luis Quintero, ha destacado la importancia de cuidar no solo el mar, cuya contaminación define como «un problema acuciante», sino también a los que viven de él y «demandan una asistencia constante».
Además, Quintero señala que «los puertos son focos multiculturales de intercambio y diálogo, donde las relaciones humanas y comerciales contribuyen al crecimiento económico y social de un país, así como a la seguridad alimentaria». Y hace alusión a «la necesidad de una conversión ecológica», como invita el Papa Francisco, para «que las personas y el medioambiente se pongan en el centro de la actividad pesquera».
La pastoral de asistencia a la gente del mar, Stella Maris, sigue ofreciendo atención social y espiritual a los que se encuentran lejos de su hogar, como los pescadores y sus familias.
«Todas las trabajadoras nos emocionamos con ellos», recuerda Moratiel. «Son nuestros maestros y creo que esta experiencia les ha dado esperanza». Asegura, además, que la mayoría no pudo viajar antes por enfermedad, por estar a cargo de los cuidados de la casa o de familiares, o por trabajo. Fernando, que trabajó en la minería desde los 14 años, «hace cinco que no veía el mar». Se ríe al recordar que se le olvidó el bañador en el autobús y tuvieron que volver a por él para después meterse «de lleno» en el agua. María Jesús, Ana María, Agustina o Fernando son rostros concretos de vidas entregadas a los demás. En su mayoría lejos de la costa pero algunas tan duras como las de las gentes del mar, a las que la Iglesia dedica el 16 de julio. Ahora, gracias al trabajo conjunto, han sido protagonistas de este proyecto. Todos encuentran en el mar una terapia, un lugar donde reposar la vida.
Ester Medina
Alfa y Omega