En Yakarta, capital de la inmensa, dinámica y contradictoria Indonesia, se está jugando una partida crucial para el futuro. El pasado martes el Tribunal del Distrito Norte ha dictado condena de dos años de prisión para quien hasta hace pocos días ha sido su gobernador, Basuki Purnama, por delito de blasfemia. Aunque sus abogados interpondrán un recurso ante la Corte del Estado, ya ha sido conducido a prisión. Purnama es un cristiano de raíces chinas conocido por el apodo de Ahok, y goza de enorme popularidad en Yakarta. A pesar de eso, fue derrotado inesperadamente hace apenas un mes en la segunda vuelta de unas elecciones que ha vencido el candidato apoyado por los grupos extremistas musulmanes.
Ambos procesos, judicial y electoral, han corrido entrelazados y se han resuelto con sendas derrotas para Ahok. Pero no sólo para él, también para quienes luchan por una Indonesia abierta y respetuosa de los derechos de sus diversos componentes culturales y religiosos. De hecho Ahok es uno de los baluartes de la política de apertura del presidente Joko Widodo, un musulmán que está en la diana de los fundamentalistas islámicos desde que lograra la victoria con un programa decididamente reformista, claramente protector de la libertad religiosa. La condena de Ahok y su derrota en Yakarta han sido pésimas noticias para todo lo que Widodo trata de impulsar desde la presidencia.
Recordemos brevemente que Ahok fue acusado por varios grupos fundamentalistas de haber incurrido en delito de blasfemia. La excusa fueron sus palabras en un mitin electoral en el que había denunciado el uso abusivo de un texto del Corán por parte de los fundamentalistas, que sostienen que los musulmanes no pueden votar, en ningún caso, a uno que no lo sea. Desde que comenzara el proceso, la presión de los fundamentalistas ha sido tenaz y violenta, con masivas manifestaciones en la calle y toda clase de manipulaciones y chantajes en diversos ámbitos sociales. Yakarta es una ciudad moderna y variopinta (lo que explica también la popularidad del cristiano Ahok) pero eso no ha impedido que sus ciudadanos hayan padecido esa presión a flor de piel.
La mayor parte de los observadores independientes consideran que la presión ha hecho mella también en los jueces del Tribunal del Distrito, que han sido objeto de señalamiento por parte de estos grupos radicales. De hecho ha sorprendido que la condena haya sido mucho más dura de la que proponía el fiscal, que solicitaba la opción de libertad condicional. En los días previos a dictarse la sentencia, cuando ya se conocía su derrota electoral, miles de ciudadanos de Yakarta no han dejado de desfilar por la sede de la municipalidad para dejar flores y mensajes de agradecimiento. Ahora la sensación es de miedo e incertidumbre, porque se ha comprobado la debilidad congénita del sistema constitucional indonesio y la fragilidad del edificio reformista del presidente Widodo. La lucha será larga y el riesgo es que una parte de la sociedad civil se sienta amedrentada.
Lo importante es que Ahok ha demostrado que existe otro modo de hacer política. El editor de Central Yakarta afirma que su figura ha transformado radicalmente la imagen del funcionario público: del burócrata feudal al servidor del Estado orientado al bien común… Por eso, según este periodista, se ha convertido en enemigo de muchas fuerzas oscuras. Pero además ha demostrado que un miembro de la comunidad cristiana indonesia puede conseguir un amplio consenso en el que se integren musulmanes, budistas, hindúes y cristianos. Este es, seguramente, el punto más insoportable para los fundamentalistas islámicos. Un activista musulmán por los derechos humanos, radicado en Java, lo ha resumido con precisión y claridad: «¿Cómo puede definirse Indonesia como una nación secular basada en el Estado de Derecho cuando Ahok, un cristiano de ascendencia china, trabajador incansable que no acepta compromisos, es declarado culpable de blasfemia y condenado políticamente en un proceso tan injusto?… Esta sentencia artificial demuestra que la ley es modelada por la presión social, y este es un fenómeno peligroso».
Una visión similar es la que ha expresado el padre Agustinus Ulahayanan, secretario de la Comisión para el Diálogo Interreligioso de la Conferencia Episcopal de Indonesia, según el cual «podemos aprender una lección de esta historia… a pesar de la decepción de los cristianos y de muchos sectores de la sociedad, las reacciones son pacíficas, se mantienen dentro del cauce democrático». Pero la otra cara de la moneda es la debilidad del sistema judicial y el impacto que tienen los grupos radicales, un fenómeno frente al que no se puede bajar la guardia.
Alfa y Omega
José Luis Restán/PáginasDigital.es