Cada vez más jóvenes visitan los hospitales y los diáconos permanentes garantizan procesiones en las residencias o llevan la Comunión a domicilio.
10 de abril 2025.- «Estamos dándole vueltas a cómo ir incorporando más laicos y colaborar con la vida consagrada en la atención a los hospitales, porque tenemos menos clero y estamos en una sociedad más secularizada», cuenta a Alfa y Omega José Luis Méndez. El delegado de Pastoral de la Salud de Madrid revela que, fuera y dentro de la archidiócesis, él y sus homónimos «estamos muy preocupados porque con el modelo que tenemos no lo conseguimos». Con motivo del Jubileo de los Enfermos que se celebró el pasado domingo, llama a «mentalizar a las parroquias» de que estos «son cosa suya y nuestra, pero no de otros». Y recuerda que visitarlos «es una evangelización de primer nivel y una oportunidad de oro para que se incorporen a la vida de parroquia y se sientan cuidados». Es un mensaje similar al que transmitió José Antonio Álvarez, obispo auxiliar de Madrid, durante la Misa jubilar en la catedral de la Almudena, el pasado domingo. Ante mayores, enfermos, sanitarios y capellanes, reivindicó que «no hay enfermos incuidables aunque sean incurables». En reconocimiento a su labor, también dijo a quienes sanan y acompañan que «tenemos que aprender de vosotros y ser capaces de decir a cada enfermo que es una persona valiosa y que su vida importa».

Piensa igual Iñaki Gallego, uno de los cinco capellanes del Hospital Clínico San Carlos que, aunque tiene nombre de santo, es de titularidad pública. El sacerdote destaca que «hay firmado un convenio de colaboración entre la archidiócesis y la Comunidad de Madrid» por el que todos los hospitales públicos de la región cuentan con su capellán y voluntarios. «Eso es una maravilla porque así podemos ir a visitar y atender espiritual y humanamente».
En el Clínico, donde los enfermos rondan todo el año los 900, «un solo sacerdote no tiene capacidad para llegar a casi nadie», por lo que «el voluntariado es un tesoro». Lo forman en su grueso jubilados y estudiantes, «gente que va sin prisa y tiene tiempo» —en contraste con «los médicos y enfermeras, que están todo el día corriendo»—. Centrados en la compañía más que en la sanación de enfermedades, «llevan la alegría de Jesucristo a los enfermos». Además, «muchos de ellos son ministros extraordinarios de la Comunión, por lo que puedes contar con ellos para llevar la Eucaristía a los pacientes». Dan unas 30 al día. De lo contrario, sería una tarea que desbordaría por completo a los capellanes. «Necesitas un equipo», reconoce Gallego, quien también debe celebrar tres Eucaristías, atender el busca y confesar.
Esas confesiones en la convalecencia no son cosa menor. Según Iñaki Gallego, suponen «una oportunidad muy bonita para poderse reconciliar» e incluso gente alejada de la Iglesia suele decir: «Qué bien que hay sacerdotes en el hospital». Omitiendo detalles personales, el capellán nos cuenta que «no es nada extraño» encontrarse con gente que le haga esta confidencia: «No me he confesado en 50 años, desde que hice la Comunión». Del desempeño de quienes le acompañen —y de la conversión del enfermo— depende si una vez sano se reincorpora a la vida comunitaria.
1.- Gracias a los colegios mayores, los jóvenes les llevan la alegría

Pablo González tiene 20 años y estudia Informática y Matemáticas en la Universidad Complutense. Vive en el Colegio Mayor Jaime del Amo y es uno de los 50 jóvenes que todas las semanas van al Hospital Clínico San Carlos gracias a un programa de varias residencias universitarias. «Tenemos una lista de los pacientes que quieren visitas y nos los repartimos por parejas», explica. Al entrar en sus habitaciones, quienes están ingresados normalmente les hablan «de su estancia en el hospital y las pruebas que han tenido». Pero también «de su vida, su familia, una hija o una nieta». Según tiene comprobado, «les gusta que les visite gente joven» porque «el hospital es monótono. Aunque sean mayores, tienen su vida y no están acostumbrados a despertarse en una habitación y pasar el día allí hasta acostarse con el mismo panorama». Aunque al propio González también le ayuda porque, al salir, «hago introspección y me doy cuenta de que no tengo ningún problema pero estoy todo el día quejándome. Uno va mejorando».
También visita a los enfermos del Clínico —en su caso, de lunes a viernes en semanas alternas— Elena Morales, laica consagrada del Regnum Christi. «Es un espacio de escucha, intercambio y enriquecimiento mutuo», valora. Añade que «cada habitación es un mundo». En su experiencia, «se establece una relación muy bonita, de sencillez y confianza». Y revela que, durante los diez años que lleva desarrollando este servicio, «me he encontrado a musulmanes, ateos y testigos de Jehová; y a todos los ayudamos. Todos están enfermos».
2.- «Lo religioso también forma parte de la terapia y es algo que se quiere obviar»

Sor Regina Ceriza, hermana hospitalaria y enfermera en el Hospital Beata María Ana, narra que «en los hospitales, por lo general hay mucho dolor y sufrimiento, pero también gozo por la salud recuperada». Sin menoscabo a los otros centros gestionados desde lo público, explica que lo que debe distinguir a la sanidad administrada por religiosos es que «nuestra fundadora quería que fuéramos “verdaderas madres” con las enfermas», que es con quienes trabajaban originariamente. Siguiendo el ejemplo de la venerable María Josefa Recio, las religiosas también aspiran a que «los profesionales se identifiquen con el carisma y con nuestros valores». Algo que no solo se traduce en la «una atención de calidad» sino que se manifiesta en la «pastoral espiritual y religiosa» explícita en este centro, donde «se consuela, se escucha y, muchas veces, escuchando se resuelven algunos problemas».
Calixto Plumed es hermano de San Juan de Dios, psicólogo, enfermero y consejero delegado de la Clínica Nuestra Señora de la Paz, de su congregación. Allí atienden a personas ingresadas por ideaciones suicidas —cada vez más frecuentes entre los jóvenes—, adicciones y otros problemas mentales. Entre otros factores, lamenta que estas dolencias surgen en parte porque «los chavales no son capaces de hacer su propio relato». Los profesionales tratan de resolverlo en el ingreso, cuando los chicos «a menudo se encuentran mejor que en el entorno familiar». Una nota distintiva es que se les ofrece ir a Misa y «tener espacios donde se pueda compartir y entrar en diálogo». Y reivindica que «lo religioso forma también parte de la terapia y es algo que se quiere obviar».
3.- Las residencias no se quedarán sin procesiones

Bienvenido Nieto es diácono permanente y auxiliar del capellán en la residencia pública para mayores Reina Sofía, ubicada en Las Rozas y «la más grande de la Comunidad de Madrid, con 495 internos». Cuenta que los mayores «te ven de un modo diferente al médico o el enfermero y buscan en ti una ayuda espiritual más cercana y menos burocratizada». Aunque no puede confesar ni celebrar la Eucaristía, en lo que va de año ya ha presidido doce exequias. Al igual que ocurre con todos los hospitales públicos de la Comunidad de Madrid, existe un convenio por el que las residencias de ancianos cuentan con capellanes de la archidiócesis.
Nieto narra que los mayores «te cuentan sus secretos en un momento en que no son capaces de hacerlo con sus familias porque están muy desestructuradas». Denuncia que, por parte de los hijos, hay una «falta de actividad de afectividad y de cercanía» que genera «problemas muy complejos»; y que, hablando en plata, optan por «dejarlos aparcados». De cara a esta Semana Santa, está impulsando «una degustación de chocolate y torrijas» y «una pequeña procesión hasta el salón multiusos». Será realmente modesta, de interior, recorriendo solo los pasillos del centro con «unas velitas y una cruz», pero será suficiente para que los mayores no se queden sin practicar su devoción. Y explica que, aunque muchos terapeutas no tienen convicciones religiosas, su perfil y el del capellán —José Antonio Buceta— son muy valorados. Incluso por parte de los sindicatos.
4.- «Es un subidón espiritual ver cómo te dan las gracias por llevarles al Señor»

El diácono permanente José Antonio Tamargo lleva todas las semanas la Eucaristía a una persona gravemente enferma de su parroquia, Nuestra Señora de los Apóstoles, en Moratalaz, «y a otras diez con problemas de movilidad y a las que desde la pandemia les da miedo salir de casa». Tal es la demanda para recibir este sacramento que, «a principio de curso el párroco y yo decidimos instituir un ministro extraordinario de la Comunión para que nos pudiese echar una mano». Eligieron a un laico de la parroquia que «quedó muy gratamente sorprendido por cómo nos reciben las personas mayores». Según cuenta Tamargo, algunos de estos ancianos, «cuando llamamos al telefonillo, nos espera a la puerta del ascensor para acompañar al Señor los pasos que lo separan de su casa». Y una vez dentro, «le preparan un altarcito con velas y crucifijos». Según este diácono permanente, «es un subidón espiritual y un ejemplo ver cómo te dan las gracias por llevarles al Señor».
Finalmente, cuenta cómo encarga a los enfermos y mayores —a menudo muy desanimados para atender sus propias necesidades— «rezar un rosario por los que no pueden hacerlo por sus circunstancias personales». Así «les transmites que también son útiles con la oración». Fruto de su esfuerzo y del boca a boca, cada vez más feligreses le preguntan: «¿Podrías llevar la Comunión a mi padre?».
5.- «Esta es una iglesia con las puertas abiertas a los enfermos»

José María Asenjo, párroco del Santísimo Cristo de la Salud —un templo célebre por su crucifijo, al que se encomiendan los convalecientes— explica que en su iglesia ofrecen una Misa por los enfermos el primer y el tercer domingo de cada mes. «Queremos que sea un santuario» donde quienes sufren «tengan refugio y vengan sus familias» también. Además, «damos la Unción si alguien la pide». El arzobispo de Madrid, cardenal José Cobo, presidió allí una Misa el sábado pasado, en la víspera del Jubileo de los Enfermos. «Es un privilegio que haya venido a estar con nosotros», opina el párroco.
Esta parroquia en el barrio de Salamanca también cuenta con un libro en el que se puede escribir el nombre de aquellos que necesiten oraciones por su sanación. Y entre sus planes para el futuro, Asenjo adelanta que «queremos hacernos presentes en las capillas de los hospitales con estampas del Cristo de la Salud». Además, debido a sus cuatro sacerdotes confesores «y otros que vienen a ayudarnos», cada día se confiesan unas 40 personas en este templo, que «es muchísimo». «Esta es una iglesia con las puertas abiertas para los enfermos», reivindica Asenjo.
RODRIGO MORENO QUICIOS
Alfa y Omega
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