El Papa Francisco aprueba el milagro que permitirá la beatificación del cardenal polaco Stephan Wyszinski, mentor de Juan Pablo II en Polonia y testigo de la fe durante la persecución comunista. Además aprueba las virtudes heroicas de una monja clarisa española y de un joven apóstol de la Eucaristía martirizado en 1936.
«Lo que pasé en esos tres años lo sabe Dios; los hombres es mejor que lo ignoren»: así se refería el cardenal Wyszinski al tiempo –de 1953 a 1956– que pasó detenido por las autoridades comunistas polacas justo después de que al arzobispo de Varsovia le nombrara el Papa Pío XII cardenal de la Iglesia católica.
Nacido en 1901, fue ordenado sacerdote en 1924, y en 1946 Pío XII lo nombró obispo de Lublin. Tres años después sucedió al cardenal Hlond como arzobispo de Varsovia y Primado de la Iglesia en Polonia. Su lucha por la libertad religiosa ante las autoridades comunistas le llevó a prisión pocos meses después de ser nombrado cardenal por el Papa, dando un valioso testimonio de fortaleza y fidelidad a la fe en los años duros de la persecución religiosa.
Poco después de ser elegido elegido Papa en 1978, Juan Pablo II reconoció ante Wyszinski que «no estaría sobre la cátedra de Pedro este Papa polaco que hoy, lleno de temor de Dios pero también de confianza, inicia un nuevo pontificado, si no hubiese sido por tu fe, que no se ha arredrado ante la cárcel y los sufrimientos».
Fue precisamente Wyszinski quien pidió a Wojtyla que introdujera a la Iglesia en el tercer milenio, y el 13 de mayo de 1981, al conocer la noticia del atentado al Pontífice en la plaza de San Pedro, ofreció su vida a cambio de salvar la del Papa. Apenas unos días después, el 28 de mayo, murió en Varsovia a causa de un cáncer abdominal.
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
(Foto: Asociación Polaca para la protección de la vida humana)
Una clarisa con dones sobrenaturales
y un mártir de 1936
Junto al cardenal Wyszinski, la Santa Sede ha aprobado los milagros para las sendas beatificaciones del sacerdote italiano Francesco Mottola y de la laica italiana Alessandra Sabattini. Además, ha reconocido el martirio de la laica brasileña Benigna Cardoso da Silva, así como las virtudes heroicas del obispo italiano Augusto Cesare Bertazzoni y del sacerdote francés Jean-Louis Querbes.
Entre los decretos hechos públicos este jueves están también los de virtudes heroicas de dos españoles: la monja clarisa María Francisca del Niño Jesús y el joven mártir Juan Roig y Diggle.
En conversación con Alfa y Omega, la madre Purificación, abadesa del monasterio de Salamanca donde vivió y murió la venerable María Francisca, reconoce que «fue siempre un alma de oración, y todo el mundo –sacerdotes y matrimonios y jóvenes– venía a consultar con ella, por sus consejos santos y porque parecía que cuando hablabas con ella entraba dentro de tu alma».
La madre Purificación habla también de sus dones sobrenaturales, como cuando desde el monasterio alertó con urgencia a un hermano para que fuera a salvar a otro cuya vida estaba en riesgo. «El hermano llegó cuando el otro estaba ya en el camión para llevárselo a fusilar, y al final logró convencer a sus verdugos para que no lo hicieran», cuenta la religiosa como ejemplo.
«Se realizaba lo que ella predecía y se corría la voz, por eso venían tantos a verla», dice la abadesa, que también dice que «de niña le atraía mucho el Santísimo Sacramento, y hay una anécdota muy bonita cuando un día el sacristán estaba cerrando la iglesia y se la encontró escondida debajo del púlpito. “No quiero que Jesús se quede solo, yo me quedo esta noche con Él”, le dijo».
La madre Purificación convivió muchos años con María Francisca, y recuerda especialmente que «se pasaba horas enteras en la capilla rezando, en el silencio de la noche, delante del Santísimo. A veces dormía una hora y media o dos, pero al día siguiente se mostraba activísima y ayudaba siempre a todas las demás».
El Papa ha aprobado también el decreto de martirio del joven Juan Roig y Diggle, apóstol de la Eucaristía en la Barcelona ocupada, martirizado en los primeros días de la guerra civil española. Pertenecía a la Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña cuando, pocos días antes del 18 de julio de 1936, reconocía que «veremos a Cataluña roja, pero no sólo de comunismo, sino de la sangre de sus mártires. Preparémonos, porque si Dios nos ha elegido para ser uno de ellos, debemos estar dispuestos a recibir el martirio con gracia y valentía, como corresponde a todo buen cristiano».
En su proceso, según recoge Hyspania mártir, aparece cómo Roig dedicaba al menos dos horas diarias a la vida espiritual: Misa, comunión, meditación y visita al Santísimo. «Es poco, pero mi trabajo y el apostolado no me dan para más», reconocía.
11 de septiembre, después de varios meses visitando y animando a sus compañeros repartiendo el Santísimo Sacramento a escondidas entre familias y enfermos, unos milicianos golpearon con fuerza la puerta de su casa, mientras todo el edificio estaba iluminado por reflectores para evitar su fuga. Él se apresuró a consumir las Sagradas Formas y se despidió de su madre: «Dios está conmigo», la consoló. Fue fusilado en las tapias del cementerio de Santa Coloma de Gramanet; sus últimas palabras fueron: «Que Dios os perdone como yo os perdono».