El presidente de la Conferencia Episcopal presidió en Ávila la Misa de apertura del Año Teresiano
«Una madre que merece ser escuchada» en tiempos en que el mundo está «necesitado de la verdad y del bien, de la sensatez y de la prudencia». Así definía este domingo el cardenal Ricardo Blázquez a santa Teresa en la apertura del Año Jubilar que, por primera vez, se celebra de forma ordinaria al coincidir el día de la Santa en domingo. El privilegio ha sido otorgado a Ávila por la Santa Sede, con la finalidad de difundir más la espiritualidad de la primera doctora de la Iglesia, dando continuidad a los esfuerzos realizados con motivo del V Centenario.
El presidente de la Conferencia Episcopal y arzobispo de Valladolid presidió en la plaza del Mercado Chico el Año Teresiano, en una Misa a la que asistieron unas 3.000 personas, concelebrada por el nuncio, Renzo Fratini, y varios obispos españoles: el cardenal Cañizares (arzobispo de Valencia), el arzobispo de Oviedo (monseñor Jesús Sanz), el obispo de Plasencia (José Luis Retana) y el auxiliar de Toledo (Ángel Fernández Collado). Participó además un obispo de Lituania, Eugenijus Bartulis, titular de Sialiu.
Jesús García Burillo, obispo de Ávila, abrió en la víspera la Puerta Santa en la iglesia del Convento de La Santa, uno de los nueve templos jubilares en los que se puede ganar el Jubileo. Otra opción para obtener la indulgencia plenaria es recorrer al menos 100 km de una de las cuatro rutas teresianas propuestas por la diócesis, en colaboración con varios Ayuntamientos, siguiendo senderos importantes en la vida de la santa andariega, o bien hacer al menos 10 horas de oración al modo teresiano. Para enfermos y presos, basta con leer alguno de los libros principales de la Santa.
Tras agradecer al Papa la concesión del Año Teresiano periódico, invitó a visitar Ávila, donde «cada rincón habla de ella». El presidente de la CEE considera además que «el Año Jubilar Teresiano es una oportunidad para recordar la necesidad vital de la iniciación cristiana de niños y adolescentes en las familias y comunidades eclesiales. La iniciación cristiana sin continuidad –dijo– quedaría como fruto en agraz y los iniciados sin vida en comunidad, estarían expuestos a la intemperie».
Ricardo Benjumea