El obispo Vincenzo Paglia, Presidente del Pontificio Consejo para la Familia y postulador de la causa de beatificación de Oscar Arnulfo Romero, ha ilustrado esta mañana en la Oficina de Prensa de la Santa Sede, la figura del arzobispo salvadoreño, asesinado en 1980 mientras celebraba la Santa Misa y del que ayer el Papa Francisco firmó el decreto por el que se reconocía el martirio. En el acto ha participado también el historiador Roberto Morozzo della Rocca, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Roma III y autor de una biografía sobre Oscar Romero. Ofrecemos una amplia síntesis de la intervención de mons. Paglia.
»Es un don extraordinario para toda la Iglesia del comienzo de este milenio ver subir al altar un pastor que dio su vida por su pueblo. También lo es para todos los cristianos, como demuestra la atención de la Iglesia anglicana que ha colocado la estatua de Romero en la fachada de la catedral de Westminster junto a la de Martin Luther King y Dietrich Bonhoeffer, y también para toda la sociedad que ve en él un defensor de los pobres y de la paz. La gratitud va también a Benedicto XVI, que siguió la causa desde el principio y que el 20 de diciembre de 2012, decidió desbloquearla para que prosiguiese su itinerario regular.
El trabajo de la Congregación para las Causas de los Santos – con el cardenal Angelo Amato – ha sido atento y solícito. Por unanimidad de pareceres, tanto de la comisión de cardenales como de la comisión de teólogos, se confirmó el martirio en »odium fidei»… El martirio de Romero dio sentido y fuerza a muchas familias salvadoreñas que habían perdido a familiares y amigos durante la guerra civil. Su memoria se convirtió de inmediato en el recuerdo de las otras víctimas, tal vez menos conocidas , de la violencia.
Después de un largo proceso que ha visto muchas dificultades tanto por las oposiciones respecto al pensamiento y a la acción pastoral del arzobispo como por la situación conflictual que se había creado en torno a su figura, el itinerario concluye. Romero pasa a ser algo así como el primero de la larga lista de nuevos mártires contemporáneos. El 24 de marzo – el día de su muerte – se ha convertido por decisión de la Conferencia Episcopal Italiana en «Jornada de oración por los misioneros mártires.» Y las mismas Naciones Unidas han proclamado esa fecha «Día Internacional por el Derecho a la Verdad en relación con las Graves Violaciones de los Derechos Humanos Fundamentales y la Dignidad de las Víctimas».
El mundo ha cambiado mucho desde aquel lejano 1980, pero el pastor de un pequeño país de América Central, habla más fuerte. No deja de ser significativo que su beatificación tenga lugar mientras en la cátedra de Pedro, está, por primera vez en la historia, un Papa latinoamericano que quiere una «Iglesia pobre para los pobres.» Hay una coincidencia providencial.
Romero pastor
Romero creía en su función como obispo y primado del país y se sentía responsable de la población, especialmente de los más pobres: por eso se hizo cargo de la sangre, del dolor, de la violencia, denunciando las causas en su carismática predicación dominical seguida a través de la radio por toda la nación. Podríamos decir que se trató de una «conversión pastoral», con la asunción por parte de Romero de una fortaleza indispensable en la crisis que vivía el país. Se convirtió en »defensor civitati»s en la tradición de los antiguos Padres de la Iglesia, defendió al clero perseguido, protegió a los pobres, defendió los derechos humanos.
El clima de persecución era palpable. Pero Romero pasó a ser claramente el defensor de los pobres frente a la feroz represión. Después de dos años de arzobispado de San Salvador, Romero contaba 30 sacerdotes perdidos, entre los asesinados, los expulsados y los reclamados para escapar de la muerte. Los escuadrones de la muerte mataron a decenas de catequistas de las comunidades de base, y muchos de los fieles de estas comunidades desaparecieron. La Iglesia era la principal imputada y por lo tanto la más atacada. Romero resistió y accedió a dar su vida para defender a su pueblo.
Asesinado en el altar durante la misa
Fue asesinado en el altar. En él se quería atacar a la Iglesia que brotaba del Concilio Vaticano II. Su muerte – como muestra claramente el detallado examen documental – fue causada por motivos no sólo simplemente políticos, sino por odio a una fe que amasada con la caridad no callaba frente a las injusticias que implacable y cruelmente se abatían sobre los pobres y sus defensores.
El asesinato en el altar – una muerte, sin duda, más incierta dado que había que disparar desde treinta metros en comparación con una provocada desde corta distancia – tenía un simbolismo que sonaba como una terrible advertencia a cualquiera que quisiera seguir por ese camino. El mismo San Juan Pablo II – que sabía muy bien de los otros dos santos muertos en el altar, San Estanislao de Cracovia y Thomas Becket de Canterbury – lo evidenciaba eficazmente: «Lo mataron en el momento más sagrado, durante el acto más alto y más divino … Fue asesinado un obispo de la Iglesia de Dios mientras ejercía su misión santificadora ofreciendo la Eucaristía » Y varias veces repitió con fuerza: «Romero es nuestro, Romero es de la Iglesia.»
Romero y la elección de los pobres
Romero amaba desde siempre a los pobres. Cuando era un joven sacerdote en San Miguel lo acusaban de comunismo porque pedía a los ricos que dieran el salario justo a los campesinos que cultivaban café. Y él les respondía que, actuando así, eran ellos los que no sólo obraban injustamente sino los que abrían las puertas al comunismo.
Romero comprendió cada vez más claramente que para ser el pastor de todos tenía que empezar por los pobres. Poner a los pobres en el centro de las preocupaciones pastorales de la Iglesia y, por tanto, también de todos los cristianos, incluyendo a los ricos, era la nueva forma de la pastoral. El amor preferente por los pobres, no solo no amortiguaba el amor de Romero por su país, sino que, al contrario, lo sostenía. En este sentido, Romero no era un hombre de partido, a pesar de que a algunos podría parecer así, sino un pastor que quería el bien común de todos, pero partiendo de los pobres. Nunca dejó de buscar el camino para pacificar su país.
Romero, hombre de Dios y de la Iglesia
Romero era un hombre de Dios, un hombre de oración, de obediencia y amor por la gente. Rezaba mucho… Y fue duro consigo mismo, ligado a una antigua espiritualidad hecha de sacrificios….Tuvo una vida espiritual »lineal», a pesar de su carácter no fácil, estricto consigo mismo, intransigente, atormentado. Pero en la oración encontraba el descanso, la paz y la fuerza.
Fue un obispo fiel al magisterio. En sus papeles emerge clara la familiaridad con los documentos del Concilio Vaticano II, Medellín, Puebla, la doctrina social de la Iglesia y en general otros textos pontificios
Muchas veces se dice que Romero estaba subyugado por la teología de la liberación. Una vez un periodista le preguntó: «¿Está de acuerdo con la teología de la liberación?», Y Romero contestó :»Sí, por supuesto. Pero hay dos teologías de la liberación. Una es la que ve la liberación sólo como liberación material. La otra es la de Pablo VI. Yo estoy con Pablo VI»