Monseñor Jesús Sanz afirma en una entrevista a La Nueva España que en la declaración aprobada esta semana los obispos «hemos hablado de una manera tan suave, tan respetuosa», que «al final no ha convencido»
«Romper el marco de convivencia que regula la Constitución de modo unilateral, cizañarlo con la insidia que enfrenta y divide, falsear con la mentira todas sus alternativas trucadas, engañar con vileza a un pueblo para hacerle cómplice de una inconfesada deriva; todo eso no solo atenta contra el Estado de derecho, no solo mina la convivencia a tantos niveles, desde el más elemental y doméstico, como son las familias, sino que es profundamente inmoral».
Este es el juicio que hace el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz, acerca del proceso soberanista catalán, y en particular de sus autoridades, con las que –advierte– no es posible «un diálogo a cualquier precio». «Yo dialogo mal con los que mienten, con los que se corrompen, con los que malversan lo que es de todos para el beneficio propio, ya sea privado o de partido».
Sanz se refiere en especial al adoctrinamiento ideológico nacionalista a través de la educación. «Yo dialogo mal con aquellos que hacen de la infancia y la juventud un proyecto a quince o veinte años, como se ha hecho, para transformar a una generación», prosigue. «Porque esto que está sucediendo ahora se empezó a trabajar hace años a través de una educación que tenía este cometido: utilizar la inocencia y vulnerabilidad, la maleabilidad, de niños y jóvenes para que ahora pudieran dar esa batalla».
El cardenal Blázquez leyo la declaración aprobada por la Comisión Permanente de la CEE
No ese el tono –le hace ver el periodista– de la declaración aprobada esta semana por la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal, de la que el arzobispo de Oviedo es miembro. Monseñor Sanz reconoce que formó «parte del equipo redactor» del documento, y añade a continuación que alguna de sus propuestas no fueron incorporadas, particularmente alguna referencia la instrucción pastoral de 2006 Orientaciones morales ante la situación actual de España. «Pero era difícil –explica– hacer algo entre veinte personas venidas de todos los puntos de España: de la región de España en la que esto está sucediendo, y de las regiones de España en las que estamos bien atentos porque eso tiene que ver con nosotros, y no podemos tener una especie de neutralidad aséptica».
Pero una cosa es la autocrítica y otra que algunas de las acusaciones que se han hecho a los obispos sean infundadas e injustas. «Cuando tienes que tener en cuenta tantos factores puede salirte una nota que, siendo correcta e incluyente, termina por no entenderse», reconoce. No obstante, «cuando he escuchado y leído comentarios acerca de nuestra nota me parecían injustos, porque todos los temas están ahí. Pero se ha dicho de una manera tan quintaesenciada y tan neutral, que al final no ha convencido, no digo que a nadie, pero no ha ayudado a tantas personas. No es que esperaran de nosotros que organizáramos una barricada o que dijéramos “¡a las trincheras!”, pero hemos hablado de una manera tan suave, tan respetuosa, que parece que estamos hablando de otra cosa distinta».
Monseñor Sanz saluda al rey durante su visita a la CEE en noviembre de 2016.
(Foto: CEE)
Sanz no critica abiertamente la actitud de los sacerdotes y religiosos catalanes que han promovido el referéndum ilegal, pero sí afirma que la Iglesia tiene «como patria y como nación el mundo entero» y que «desde el púlpito» no es lícito establecer «un derecho de admisión», porque «sencillamente eso termina siendo una praxis no cristiana, sino sectaria, de secta, o politiquera, de formación particular».
El independentismo, no obstante, «no es pecado», pero «no puedes aspirar a eso mintiendo, robando, insidiando, malversando, educando con ideología…», e ignorando la historia común.
Jesús Sanz considera que mantener ese discurso no significa oponer al nacionalismo catalán otro de signo español, porque «el otro no es un rival al que hay que abatir y excluir, sino un hermano al que hay que acoger sabiendo que me trae dones y regalos, como yo también abro los míos para él. A eso no lo llamo nacionalismo de otra sigla, sino que sencillamente apelo a lo que nos ha unido durante 40 años, regulado por una Constitución, a eso que nos ha unido a través de los avatares de 500 años. Eso no es parapetarnos en una trinchera opuesta para decir que desde mi nacionalismo denuesto el tuyo».
Ricardo Benjumea