La publicación de la Memoria anual de actividades de la Iglesia ha propiciado el estreno del secretario general de la CEE, Luis Argüello en el Foro Nueva Economía. Era una oportunidad de mostrar la pertinencia de la palabra y la presencia de la Iglesia en un momento histórico y social en que muchos la dan por amortizada, y monseñor Argüello no la desaprovechó. Me llamó la atención que continuamente mostrase la conexión entre la vida concreta de las comunidades cristianas y la incidencia histórica del sujeto eclesial.
La Iglesia, dijo monseñor Argüello, es un pueblo de muchas presencias, y a través de su múltiple actividad, reflejada en la memoria, se manifiesta quién es ese pueblo, de qué vive, o mejor aún, «Quién es el que actúa en medio de nosotros». Los números de la memoria son llamativos, pero señalan otra cosa. Parte del auditorio se quedó estupefacto al escucharle decir: «De lo que quiero hablar es de Jesús».
El pueblo de la Iglesia cree en el Dios Uno y Trino, y eso le lleva a buscar la Verdad, le impulsa a discernir entre el bien y el mal, le mueve a acompañar la vida de la gente con todas sus vicisitudes, a curar las heridas del cuerpo y del alma, a generar una amistad social, un buen modelo para superar la «dialéctica entre contrarios» que atenaza este momento en el campo político y territorial, pero también en la vida familiar. Monseñor Argüello señaló que «el punto cero de nuestra crisis cultural es la falta de vida»; no bastan leyes y policías, es necesario curar las heridas del corazón del hombre y es ahí donde la Iglesia puede ofrecer su mayor tesoro.
El obispo secretario marcó tres preocupaciones dominantes en este momento, cuya urdimbre cultural demostró conocer con solvencia: la transmisión de la fe a las jóvenes generaciones; aprender una nueva forma de presencia, tras siglos de nacionalcatolicismo, y comunicar a esta sociedad la dinámica de la comunión, la «amistad social» a la que se refirió reiteradamente. Todo ello sin ocultar el desgaste de la figura institucional de la Iglesia en España, pero con la certeza de que su futuro depende de la vitalidad de la fe. A fin de cuentas la Iglesia es un pueblo que se reúne para alabar a Dios en la Eucaristía, y desde ahí construye comunidades, sirve a los pobres, plantea su propuesta cultural y educativa, y contribuye de manera decisiva al bien de la ciudad común. De eso habla la memoria: de Jesús presente, sin el cual no se entendería ninguno de sus impresionantes números.
José Luis Restán
Foto: Maya Balanya