Cuando se cumplen 54 años de la declaración conciliar Dignitatis humanae, la Comisión Teológica Internacional ha vuelto a examinar a fondo el significado de la libertad religiosa, una cuestión dramáticamente abierta hoy. El resultado es un documento profundo y nada previsible ni complaciente, que no solo aborda el desafío sustancial que suponen para el ejercicio de este derecho-clave tanto el fundamentalismo como el relativismo, sino que también plantea las implicaciones que una correcta comprensión de la libertad religiosa tiene para la presencia y misión de la Iglesia.
La libertad religiosa para el bien de todos muestra el entronque vital entre la experiencia del Evangelio y la libertad religiosa. Precisamente es la profundización en la naturaleza de la fe cristiana lo que permite avanzar en esta perspectiva. Me fijaré en dos aspectos centrales. El primero tiene que ver con la actitud del Estado, que no puede ser ni teocrático, ni ateo, ni exhibir una ambigua neutralidad que no toma en consideración la relevancia de la experiencia religiosa en la conformación de los sujetos sociales, y que muchas veces es un pretexto para excluir al hecho religioso del debate público. Por el contrario se propone a los estados que practiquen una «laicidad positiva» que reconozca la aportación de las religiones al bien común. Este será uno de los puntos calientes en la evolución futura de nuestras democracias.
Otro núcleo es la implicación de la libertad religiosa en el modo de plantear la misión, que debe ser siempre un testimonio del amor de Dios ofrecido a la libertad de las personas. La Iglesia no puede confundir su misión con el dominio de los pueblos ni con el gobierno de la ciudad terrena, sostiene el documento, que invoca la gran tradición eclesial para considerar como una «tentación maligna» la recíproca instrumentalización del poder político y de la misión evangélica. Rechaza por tanto los privilegios ligados a ciertas «políticas confesionales», mientras reivindica los justos derechos de la libertad de conciencia. Bien distinto del «confesionalismo» es la participación leal de los cristianos en la construcción de la ciudad común, que el documento lógicamente reconoce y sostiene.
Un apunte de gran interés se refiere a que la presencia histórica del cristianismo supone la exclusión del delirio de omnipotencia de cualquier mesianismo mundano, laico o religioso, que siempre se traduce en esclavitud y destrucción de las personas y de la convivencia. Un texto que merece dedicación para convertirlo en herramienta educativa de nuestras comunidades.
José Luis Restán
(Foto: ACN-España)