Publicado en ‘Vatican News’.
En el discurso a la Curia que Francisco ha pronunciado el sábado 21 de diciembre, han sorprendido algunas palabras y también el modo con el cual los ha dicho. Reconociendo una evidencia ya predicha por algunos grandes hombres de Iglesia muchos años antes del Concilio Vaticano II, el Papa ha subrayado: «No estamos más en la cristiandad. No más – ha recalcado – Hoy no somos los únicos que producen cultura, ni los primeros, ni los más escuchados». «No estamos ya en un régimen de cristianismo porque la fe», en gran parte del Occidente «ya no constituye un presupuesto obvio de la vida común», e incluso, es negada y burlada.
Tenemos por lo tanto necesidad, ha agregado el Papa, «de un cambio de mentalidad pastoral, que no quiere decir pasar a una pastoral relativista». Un cambio de mentalidad que parte de la constatación de que «la vida cristiana, en realidad, es un camino, una peregrinación». Y el camino, obviamente, «no es puramente geográfico, sino sobre todo simbólico: es una invitación a descubrir el movimiento del corazón que, paradójicamente, necesita partir para poder permanecer, cambiar para poder ser fiel».
En un tiempo la fe se transmitía en las familias a través de la leche materna y el ejemplo de los padres, y también la sociedad se inspiraba en los principios cristianos. Hoy esta transmisión se ha interrumpido y el contexto social aparece incluso anticristiano, al menos impermeable a la fe cristiana. De ahí la pregunta que ha dado vida al Concilio y ha atravesado los últimos pontificados: ¿cómo anunciar el Evangelio allí donde ya no es más conocido o reconocido? No es casualidad que con un creciente exponencial los Obispos de Roma que se han sucedido hayan indicado precisamente en la misericordia la medicina necesaria para sanar las heridas de nuestra humanidad contemporánea. La misericordia de un Dios que te busca, se acerca, y te abraza antes de juzgarte. Es experimentando ese abrazo que nos reconocemos como pobres pecadores constantemente necesitados de ayuda.
Al final del encuentro, Francisco ha querido regalar a los colaboradores de la Curia el libro-entrevista Sin Él no podemos hacer nada, escrito con Gianni Valente. Y lo ha definido “el documento” que ha querido hacer para el mes misionero extraordinario. En ese texto de reciente publicación, el Papa explicaba que «la misión es obra suya», es decir, de Jesús. «Es inútil preocuparse. No hay necesidad de organizarnos, no hay necesidad de gritar. No hay necesidad de trucos o estratagemas», porque «es Cristo quien hace salir a la Iglesia de sí misma. En la misión de anunciar el Evangelio, tú te mueves porque el Espíritu Santo te empuja, y te lleva. Y cuando tú llegas, te das cuenta de que Él ha llegado antes que tú, y te está esperando». Anunciar el Evangelio, agregaba el Papa en el libro-entrevista, «no consiste en asediar a los demás con discursos apologéticos, ni gritar en la cara de los demás» la «verdad de la Revelación». Menos aún «sirve lanzar sobre los demás verdades o fórmulas doctrinales como si fueran piedras», porque «la repetición literal de la proclamación en sí misma no tiene eficacia, y puede caer en el vacío, si las personas a las que se dirige no tienen la oportunidad de encontrar y pregustar de alguna manera la ternura misma de Dios hacia ellos, y su misericordia que sana».
Un rasgo distintivo de la misión cristiana, sugiere el actual Sucesor de Pedro, «es aquel de hacer de facilitador, y no de controlador de la fe». Facilitar, es decir, «hacer fácil, no poner nosotros obstáculos al deseo de Jesús de abrazar a todos, de sanar a todos, de salvar a todos». Siempre conscientes de que «sin Él no podemos hacer nada».
Imagen: Sin Él no podemos hacer nada, Gianni Valente
(Foto: © Vatican Media)