El drama de los refugiados hunde sus raíces más profundas en causas políticas y económicas y es el resultado de las ansias de poder y de influencia de algunos países.
En el Día Mundial de los Refugiados, Manos Unidas se une a la preocupación de la comunidad internacional ante un drama, que, de manera general, «hunde sus raíces más profundas en causas políticas y económicas y es el resultado de las ansias de poder y de influencia de algunos países», asegura Fidele Podga, coordinador de Estudios de Manos Unidas. «Además, las enormes desigualdades generadoras de pobreza, la falta de respeto a los derechos fundamentales y a las libertades públicas y el egoísmo y la violencia humana son también factores que acrecientan una tragedia ante la que nadie debería mostrarse indiferente», incide Podga.
En 2016, un año de tristes records, Naciones Unidas cifra en 65 millones las personas que se vieron obligadas a dejar sus hogares en todo el mundo. De ellos, 21,3 millones son ahora refugiados, la mayoría menores de 18 años. «Todas estas personas abandonan sus raíces impulsados por el deseo de huir de la guerra, de la persecución, del racismo o de la violencia y con la mente puesta únicamente en sobrevivir», dice el coordinador de Estudios de Manos Unidas, quien describe el periplo que cada año emprenden millones de personas desesperadas: «Muchos de ellos se quedan, literalmente, en el camino, donde la debilidad, las inclemencias del tiempo y la falta de recursos se encargan de poner fin a sus sueños de libertad. Otras veces, estos deseos se ahogan en las aguas de unos mares que engullen las destartaladas embarcaciones sobrecargadas de mercancía humana. Y, en otras ocasiones, los que consiguen llegar a su ansiado de destino de paz se dan de bruces con barreras infranqueables y muros donde lamentar su mala suerte».
«Manos Unidas no puede olvidar que en el mundo hay muchos conflictos no resueltos que siguen alimentando la cifra de personas que huyen para sobrevivir. La devastación provocada por las guerras en países como Afganistán, Somalia, Sudán del Sur, Sudán, Irak, Yemen, Nigeria, Ucrania, República Democrática del Congo, República Centroafricana y Colombia impulsa a millones de ciudadanos a dejar sus hogares para salvar su vida», afirma Podga.
Por ello, en los tres últimos años Manos Unidas ha apoyado 37 proyectos destinados únicamente a población refugiada y desplazada, por un importe superior a los dos millones de euros.
Trabajo de Manos Unidas con los Refugiados en Oriente Medio
Aunque el drama y la crisis de refugiados no se reducen únicamente a Siria, es este país el que, en los últimos años, ha generado más refugiados. Por ello, «Manos Unidas está desarrollando una labor de defensa y apoyo a los refugiados en Oriente Medio en la que el acceso a la educación es una prioridad absoluta», señala África Marcitllach, responsable de proyectos de Manos Unidas en la zona, recién llegada de un viaje a Líbano. «El que los niños tengan una rutina es fundamental para sus vidas», añade.
«En Manos Unidas tratamos de acompañar los procesos vitales de estas personas apoyando programas y proyectos que cubran sus necesidades básicas y les ayudamos a conseguir resiliencia, a través de educación formal y no formal para niños y jóvenes. Además, apoyamos a las mujeres que han huido solas y que, ahora, se ven con la responsabilidad de sacar adelante a sus hijos sin ayuda de nadie», explica Marcitllach. «En este sentido –asegura- una de las cosas que más me emocionan es oír a estas mujeres decir que, con los cursos de alfabetización que están recibiendo, ahora son capaces de entender lo que pone en los paquetes del supermercado o de entender lo que dicen los carteles de las calles».
Dar respuesta a las necesidades de los niños es uno de los principales objetivos del trabajo de Manos Unidas en la zona. «Para nosotros es de especial importancia la que llaman “generación perdida”; todos esos niños que se encuentran con que su vida se paró cuando estalló la guerra y para quienes la violencia forma parte destacada de la rutina», asegura Marcitllach. «Incentivar la educación es incentivar la paz, la resiliencia, el progreso y el futuro. Porque el mayor problema con el que nos estamos enfrentando en nuestro trabajo diario es la falta de esperanza», sostiene África Marcitllach.
«Todas las noches, cuando me acuesto, sueño con volver a Siria»
Algunos de estos niños son los nietos de Fátima, a quien encontramos en la última vivienda de Imán, el refugio en que se hacinan entre 30 y 40 familias provenientes de Siria. Fátima y su familia fueron los primeros en llegar a este complejo de viviendas abandonadas, un «campo de refugiados vertical», que se localiza a las afueras de la localidad libanesa de Abra, cerca de Sidón. Al principio, sus únicos vecinos eran los lobos y los perros salvajes que merodeaban la zona.
«Todo fue muy difícil. De la noche a la mañana tuvimos que malvender todas nuestras pertenencias para escapar del peligro. Nos vimos aquí, solos y desprotegidos, intentando hacernos a un lugar desconocido en un país extraño», relata Fátima que, a sus 63 años, se ha visto convertida en el sostén de parte de su familia. Junto a ella descansa un bebé, su última nieta: una niña a la que han llamado Hiba, «regalo de Dios».
Además de la pequeña Hiba, en la casa viven otras diez personas: el marido de Fátima, Abed El Kader, de 77 años, que, con la mente rota por la guerra, vive en «su propio mundo» y Maher, el menor de los seis hijos del anciano matrimonio, que huyó de Siria con su segunda mujer y sus seis chavales. De ellos, los tres mayores, fruto de su primer matrimonio, presentan graves deficiencias físicas y psicológicas.
Manos Unidas
Foto: CNS