Lo más bello de las celebraciones comunitarias aquí en Maban son las comidas compartidas. Un compartir que va mucho más allá de sentarse juntos, pues significa literalmente comer del mismo plato, usando la cuchara natural, como llaman aquí a la mano derecha.
En la mayoría de culturas, la comida compartida es uno de los actos más íntimos y de mayor entrega. Uno se sienta a comer con su familia y amigos. Uno celebra los momentos especiales comiendo juntos. Uno recibe a sus invitados compartiendo conversación y alimento. Sin duda, la mejor forma de mostrar nuestra hospitalidad es compartiendo una comida.
En clave bíblica, atreverse a invitar al extranjero, al caminante desconocido como hizo Abraham en el desierto, es abrirse a lo nuevo, a lo inesperado. Quizá sin saberlo recibimos al Señor y, con Él, sus bendiciones.
El comer todos alrededor de una gran bandeja compartida hace que nadie se sienta excluido, y que siempre hay sitio para una boca más. A pesar de las dificultades, nunca falta la comida.
Compartiendo a menudo en estas celebraciones en Maban reflexiono acerca de la imagen que Jesús nos presenta en torno a la plenitud de los tiempos, sobre el cielo: el banquete del reino. A veces podemos pensar que será una gran fiesta, con carpas, manteles, candelabros, tenedores de plata y demás. Quizá sí. Pero la inmensa mayoría de la humanidad nunca ha visto un tenedor de plata y Cristo se ha hecho uno de nosotros para asumirlo todo desde abajo, desde este campo de refugiados perdido en Sudán del Sur. ¿No fue la última cena del Señor un encuentro fraterno, una comida compartida entre amigos donde Jesús se entrega en el pan y el vino? ¿El banquete del reino no será un poco más parecido a una gran bandeja sencilla pero repleta con manjares preparados con gran amor de la que todos nos podremos alimentar y saciarnos?
Pau Vidal, SJ
Misionero en Maban, campo de refugiados de Sudán del Sur
(Foto: Andrew Ash/JRS)