En nuestros días y en nuestra sociedad actual parece que hay ciertos temas vedados: el dolor, la enfermedad, la fragilidad, la muerte. Se oculta y se esconde como si de algo inapropiado o sucio se tratase. Es contracultural. En las conversaciones se evita; a los niños se les disfraza; no se educa para convivir con lo que nos produce algún tipo de sufrimiento.
El otro día unos muy buenos amigos perdieron a su hijo en plena juventud en un accidente de tráfico. En estas circunstancias no sabes muy bien qué hacer, ni tampoco qué decir. Parece que siempre es mejor el silencio, la presencia amiga, el abrazo. Su dolor se prolongó: tuvieron que esperar para poder donar los órganos y que pudiesen servir para salvar o ayudar a otras vidas. La muerte es así: a veces se va gestando, forma parte de un proceso natural, se acompaña. Otras nos sorprende, no nos espera, juega con nosotros, pareciera que se ríe, se dibuja. Mirar a los ojos a la muerte tiene algo de desafío a la vida. Nos lo enseña ese texto tan precioso de san Francisco de Asís en su Cántico de las criaturas: él nos habla de la «hermana muerte» como algo familiar, que nos acompaña, inherente a nuestro ser.
Cara y cruz de una misma moneda. Aprender a vivir y aprender a morir: la verdadera asignatura de todos los tiempos. Darle la espalda no hace sino prolongar nuestros delirios y nuestras esquizofrenias. Qué diferente es agarrarse del brazo de nuestra hermana muerte para seguir aprendiendo a vivir con la intensidad y el valor de cada nuevo día.
Mis amigos saben que el buen Dios nunca les ha soltado de su mano. Muchas cosas no las entienden, hay una herida profunda en sus corazones y un vacío en los atardeceres. La calidad de nuestras vidas no se mide ya por el tiempo o por el espacio. La calidad de nuestras vidas está marcada por el sello del amor. Un amor engendrado, cultivado, proyectado, compartido. Amor que provoca la esperanza, que genera luz, que no es una ensoñación para consolar a los ilusos.
Así, cogidos del brazo de la hermana muerte, pasean por el parque, sin miedo en la mirada, pisando las hojas del otoño y esperando una nueva primavera.
SANTOS URIAS
Párroco de San Millán y San Cayetano, en Madrid.
Publicado en Alfa y Omega.
Jueves 6 de julio 2023.