Se puede ser ingenioso escribiendo, pero no por eso la falsedad se purifica. Encontramos con frecuencia en artículos, tertulias o películas ataques al catolicismo que sorprenden o deslumbran, pero que no corresponden a la verdad. No creo en los complots pero no por eso dejo de reconocer la frecuencia de afirmaciones que en su generalización resultan intolerables y falsas por mucho que se repitan. En el suplemento dominical de El País escribe Javier Marías: «Mi abuela Lola era una mujer muy buena, dulce y risueña, lo cual no le impedía ser también extremadamente católica». Hace semanas escribió el mismo autor, con la misma soltura, sobre la dictadura de las procesiones de Semana Santa en el tráfico de las calles madrileñas. ¿Solo sale a las calles madrileñas el Jueves y el Viernes Santo? Otro tanto se puede decir de las afirmaciones sistemáticas de Muñoz Molina y de otros muchos escritores contra aspectos y manifestaciones católicas. La edición francesa de la revista Geo publica, por su parte, un ataque general a la historia del cristianismo a partir de los casos de pederastia. Se podrían añadir innumerables ejemplos.
La Iglesia cuenta con 1.000 millones de miembros con el mismo tanto por ciento de genios y santos del resto de los habitantes del mundo. Por esto resulta inaceptable tanto ataque gratuito a los católicos en personas que no se atreverían a poner un mínimo pero a minorías con lobbies siempre en ejercicio. Por otra parte, no existe organización en España que se le pueda comparar en el modo de ofrecer gratuitamente su trabajo, dedicación y solidaridad. Cáritas, las parroquias y casas de religiosos y organizaciones laicas participan activa y masivamente en favor de una sociedad más justa y fraterna.
La aparente insensibilidad de demasiados católicos se debe en parte a un relajado sentimiento de comunidad y de comunión eclesial. Demasiado a menudo nos guarecemos en el rescoldo de grupos cerrados y sectarios, sintiéndonos así más protegidos, pero, en realidad, quien desecha las raíces y la historia piensa que el mundo ha nacido con él y repite los errores del pasado.
Sin embargo, nuestra Iglesia es cada día más universal y las Iglesias de todas las periferias entran con fuerza en el horizonte de un catolicismo cada vez más asociado a la pobreza, los solos y desarraigados, los desconcertados y desnortados, los alejados de toda esperanza. Tal vez, también por esto, provocamos más preocupación y rechazo.
Juan María Laboa
(Foto: Sergio Lizana Calvo)