Este joven cristiano de Camerún dejó su tierra y su familia con la esperanza de encontrar en Europa una vida más plena. Cruzó Nigeria con la amenaza de Boko Haram y la pobre Níger; vivió 24 horas de incertidumbre en el Sáhara, pasó por Argelia y estuvo casi dos años en Marruecos hasta que consiguió entrar en Ceuta. Lleva casi tres años en España y sigue sin papeles. En octubre ya podrá pedirlos, pero necesitará un contrato de trabajo. «Este viaje ha sido una oportunidad para ver a Dios», asegura
¿Por qué dejas Camerún?
Hay tres motivos. El primero es la curiosidad. Desde pequeño siempre he tenido ganas de conocer, de experimentar, de obtener respuestas. Y son varias las preguntas que en África tenemos sobre Europa. El segundo es que quería ayudar a mi familia a mejorar sus condiciones de vida. Y el tercero, las ganas, como todos los jóvenes africanos, de vivir en una tierra de libertad, de oportunidades, tal y como lo veíamos nosotros desde allá.
¿Cuándo empezó tu viaje?
El día de antes de partir llamé a mi madre y le dije que me iba, y que no quería que me intentara proteger o convencer para que no lo hiciera. Ella me apoyó y me dio su bendición; me dijo: «Rezaré por ti. Dios te va a proteger». Así me despedí de mi madre. Al día siguiente, el 11 de septiembre de 2013, comenzó el viaje, que culminó el 3 de octubre de 2015 cuando entré en España a través de la valla en Ceuta.
Has cruzado Nigeria, con la amenaza de Boko Haram; Níger, un país muy empobrecido; el desierto del Sáhara, Argelia y Marruecos. ¿Qué fue lo más difícil?
El desierto. En mi caso, solo tardé 24 horas en cruzarlo, pero hay gente que tarda hasta una semana. Lo peor es la incertidumbre que se vive en esos momentos; solo ves arena y el azul del cielo. Íbamos unas 40 personas en un coche en el que apenas caben diez y ves que tu vida no está en tus manos, sino en las del conductor y en el coche. Sabes que si pasa algo puedes morir allí.
Tiene que ser angustioso…
La gente aquí en Europa no se entera de que el Sáhara es un cementerio tanto o más grande que el mar Mediterráneo, pero nadie habla de él. Lo que sucede con el mar es que cuando una ola llega a la orilla hace ruido, mientras que en el desierto solo hay silencio. Los migrantes que se mueren en el desierto son invisibles, no hay nadie para verlos.
Fueron 24 horas, pero en Marruecos estuviste casi dos años.
Cuando doy alguna charla [acude a colegios a contar su experiencia] siempre digo que el viaje es una escuela de vida, Marruecos es la universidad.
¿Por qué?
Aprendes a convivir con personas de distinto origen, idioma, religión y costumbres… Nos hemos tenido que aceptar, compartir el pan y dormir en pequeñas casitas de plástico. Aprendes humildad, porque en Marruecos no hay trabajo y, por tanto, nuestra actividad principal era la de mendigar. También aprendí a perseverar, a seguir a pesar de todo.
¿Cómo ha sido tu viaje en España?
Estuve tres meses en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Ceuta, y luego me trasladaron a Madrid, donde estuve alojado en varios programas hasta llegar al de Pueblos Unidos en diciembre de 2016. He tenido algunas decepciones porque la realidad es diferente a lo que pensaba, pero ya no lo veo tan difícil. Sí lo es adaptarse, aprender una lengua nueva o asumir que has hecho un viaje tan largo para tener que esperar tres años para conseguir los papeles y trabajar.
Los cumples en octubre, ¿no?
Sí, pero ahora tengo que conseguir un trabajo. Es difícil, porque nadie te contrata para empezar a trabajar cuando resuelvan tu situación, es decir, en seis u ocho meses. Solo nos queda el recurso de una persona conocida que pueda esperar.
¿Cómo te ha ayudado Dios en todo este camino?
Ha sido una oportunidad para verlo. En este viaje he tenido la posibilidad de experimentarlo, de rezar, de confiar y de ver que las cosas salen adelante. Todo lo que he conseguido ha sido gracias a la fe en Dios y a su ayuda. Dios me dio esta oportunidad.
¿Qué mensaje lanzarías a los jóvenes españoles?
Tienen que entender que hay una vida más allá de lo que tenemos planeado, que la vida es muy bonita si es vivida desde la fe y la esperanza, porque Dios nos acompaña. Yo me he arriesgado con la confianza puesta en Dios y he descubierto que hay Alguien que lucha por ti, que te acompaña.
Fran Otero Fandiño
(Foto: Fandiño)