«Un joven que ya está implicado en la violencia callejera se radicaliza con más facilidad». En Camerún lo saben y lo utilizan a su favor tanto los islamistas como los grupos armados independentistas de la región anglófona del país. Achaleke Christian Leke, Premio Mundo Negro a la Fraternidad 2019, trabaja para evitarlo, y también para rehabilitar a los que ya han caído
La ciudad de Kumba, en la región Suroeste de Camerún, es uno de los focos del conflicto que estalló en 2017 por la independencia de la zona anglófona del país. De ella ha salido la guerrilla de los Dragones Rojos, la principal carretera que llega hasta allí está entre las más peligrosas de la zona, y su hospital general fue quemado. Pero la violencia no es nueva en esta localidad. De hecho, los grupos armados «están reclutando niños y adolescentes que ya estaban implicados en bandas locales. Ahora llevan armas de fuego», explica Achaleke Christian Leke.
Él lo sabe bien. Cuando era un niño en el barrio de Fiango, «la violencia era un estilo de vida por la pobreza y otros desafíos sociales y por los problemas de seguridad, como los robos. Era normal formar bandas para protegerse» o tomarse la justicia por su mano con palizas a los supuestos delincuentes. Él no quedó exento, aunque no llegó a tener problemas tan serios como sus amigos. «Te llamaban para decir que habían detenido a uno; o que lo habían matado. Cuando estaba en Secundaria, fuimos testigos de cómo quemaban vivo a un compañero». Asustado por el cariz que tomaban las cosas, y gracias al apoyo de sus padres, Leke ingresó en un internado fuera de Kumba. «Empecé a ver que se podía vivir de forma diferente. Que la gente era pacífica y así también te podías divertir».
A los 17 años se involucró en la asociación Local Youth Corner (LYC) con actividades de teatro, que le gusta desde niño. Y lo que comenzó como una forma de desarrollar esta afición «me ayudó a descubrir la verdad dentro de mí», recuerda. «Mi mentor me decía siempre que, aunque venía de un barrio duro y no era bueno en los estudios, podía hacer algo diferente». La interpretación fue su primer instrumento, al preparar obras sobre temas como la educación, la violencia, o cuestiones sociales como el sida. Por aquellos años, «pensé incluso en ser sacerdote. Luego vi que mi misión era diferente»: trabajar con los jóvenes para construir la paz.
Esta labor le ha valido, a sus 30 años, reconocimientos como el Premio Luxemburgo de la Paz en 2018 o ser nombrado Joven del Año de la Commonwealth en 2016. También ha estado implicado activamente en la elaboración y promoción de la Resolución 2.250 del Consejo de Seguridad de la ONU, con directrices sobre cómo evitar el impacto de la violencia en los jóvenes e implicarlos en su resolución. Este fin de semana, recibirá en Madrid el Premio Mundo Negro a la Fraternidad 2019 en el marco del XXXII Encuentro África, que tiene como lema #GeneraciónÁfrica. Jóvenes que transforman.
El riesgo de la violencia callejera
El Local Youth Corner, del que Leke es ahora coordinador nacional, tiene proyectos específicos para hacer frente a los dos principales desafíos de Camerún: la presencia de Boko Haram en la región del Extremo Norte y el conflicto separatista en la zona oeste. Al norte, han puesto en marcha un colegio (de momento «solo es un techado de hojas que construyó la gente», bromea) donde además de dar educación formal a 120 niños huérfanos o desplazados les ofrecen apoyo psicosocial e intentan «que vuelvan a ser ellos mismos» para evitar que en el futuro sean reclutados por los islamistas. Y en la zona anglófona, forman cada año a 30 mujeres desplazadas y financian sus pequeños negocios.
Pero para el joven activista, es prioritario prevenir toda forma de violencia, también la callejera. «Un joven que ya está implicado en ella se radicaliza con más facilidad. Es un gran riesgo». Él mismo ha comprobado cómo los grupos separatistas intentan reclutar en las cárceles. «El joven violento ya tiene una conexión con estos comportamientos, y es más vulnerable porque los reclutadores le recuerdan lo que ya ha hecho para que siga por ese camino».
Por eso desde LYC intentan abordar, una a una, las causas de esta violencia, con proyectos de capacitación o campañas para prevenir los discursos del odio. También han formado, con el apoyo de la ONU y de expertos de varios países africanos, a 600 jóvenes en prevención de conflictos. Una primera promoción de 17 mediadores está trabajando ya sobre el terreno, incluso en casos de desarme y en contacto con combatientes y excombatientes. En cinco años, quiere que sean 10.000.
«Se radicalizan por el mal gobierno»
«Lo que atrae a los jóvenes a la violencia es la pobreza, el paro y el analfabetismo. Muchos sufren problemas de identidad. Y se radicalizan por la corrupción, el mal gobierno y la falta de justicia», explica Leke. Pone como ejemplo el islamismo en la región Extremo Norte. En una de las zonas más empobrecidas del país, promete a los jóvenes «regalos o dinero». Y cuando estos vuelven a sus comunidades en busca de nuevos adeptos, «no son unos desconocidos, sino sus hijos, padres, o hermanos. Esa gente ha sufrido, también por la respuesta militar del Gobierno, y siente que su sufrimiento se puede resolver luchando. Creen que el califato islámico que quieren implantar será más justo y gobernará mejor, sin corrupción».
Así se lo han confesado algunos exmiembros de Boko Haram. No con delitos graves, sino peones a los que pedían «transportar armas o dejar en un lugar un paquete que luego resultaba ser una bomba». Los ha conocido, junto a otros 5.000 presos, en otro de sus proyectos estrella, el Creative Skills for Peace (Habilidades Creativas para la Paz). Con él, buscan rehabilitar a jóvenes condenados por diversos delitos violentos en 40 cárceles de todo el país. «La violencia y el conflicto son devastadores. No es lo mismo en las películas que experimentarlo de primera mano, ver y oír cómo apuñalan a alguien y mana la sangre. Muchos se asustan», pero no encuentran quién les tienda una mano. Se va creando a su alrededor «un aura de estigma, y la percepción de que no son lo suficientemente buenos.
«No eres lo peor»
Nosotros intentamos sanarlos del odio, del miedo, de esa soledad. Si no abordas esas cuestiones, no importa cuánto dinero inviertas en rehabilitarlos: no mejorarán». Cara a cara con ellos, Leke se abre y les cuenta su historia. Quiere transmitirles «que no son lo peor… pero que pueden hacerlo mejor. El hecho de que hayan sido líderes de una banda no significa que sean malos, sino que tienen unos valores de liderazgo mal enfocados. Lo que más necesitan es que alguien los acepte». Leke y sus compañeros los acompañan, organizan actividades deportivas y artísticas («escribir los ayuda mucho»), e intentan que retomen el contacto con su familia.
Al tiempo, hace falta ofrecerles les una alternativa «tangible y concreta». 300 presos han pasado ya por sus programas de formación profesional (diseño, cerámica, agricultura, e incluso elaboración de chanclas con neumáticos viejos) y emprendimiento para montar su pequeño negocio; incluida una incubadora de empresas para cuando quedan en libertad. La reparación es otro puntal del proyecto. Por eso, los animan a que los primeros ingresos que logren los entreguen a su comunidad de origen o los reinviertan en el mismo programa. Algunos, como Cedric y Leonard, incluso se han sumado a su equipo al dejar la prisión y ahora ayudan a otros.
María Martínez López
Imagen de portada:
En sus charlas a presos, como esta en la cárcel de Buea,
Leke les ofrece alternativas «viables» a la violencia.
(Foto: Achaleke Cristian Leke)
Una unificación fracasada
En 1961, la región Sur del Camerún británico, en fideicomiso de la ONU encomendado al Reino Unido, votó en un controvertido referéndum organizado unirse al Camerún francés como un estado federal. Pronto se constató que «no se respetaban las condiciones de la unificación –explica el activista camerunés Achaleke Christian Leke–. La zona anglófona no tenía una representación adecuada en el Gobierno, los recursos no se repartían de forma justa y empezaban a perder su identidad». El descontento fue creciendo y dio lugar a un movimiento nacionalista.
En 2016, una serie de protestas de abogados y maestros anglófonos fue reprimida duramente, y la situación escaló hasta que en octubre de 2017 una coalición de secesionistas no violentos declararon la independencia de esta región, con el nombre de Ambazonia. Pero «entre la diáspora empezaron a surgir líderes que defendían el uso de la acción militar para responder a la opresión», y con ese apoyo han surgido al menos 15 grupos armados. Sus acciones, y la respuesta del Gobierno «con armamento militar» han dejado 3.000 civiles muertos, medio millón de desplazados, y unos 30.000 refugiados en Nigeria. Según Leke, los independentistas son grupos minoritarios. «Muchos, entre ellos yo, solo pedimos un sistema más justo, federal, con una descentralización adecuada».
Un daño colateral ha sido un cierto repunte de Boko Haram en la región de Extremo Norte, donde ya hay casi 300.000 desplazados internos. El Ejército había empujado a los terroristas a las zonas más remotas y cercanas a la frontera con Nigeria y distintas entidades sociales están poniendo en marcha iniciativas a favor de la paz. Sin embargo, al destinarse más efectivos al oeste, «recientemente hemos tenido importantes ataques suicidas, a veces utilizando a niños».