El Secretario de Estado en la Urbaniana en la Conferencia Internacional sobre el primer Concilium Sinense cien años después de su celebración en Shanghai: «Fue un modelo para muchos otros países de misión». El Cardenal recordó la gran labor realizada por el Delegado Apostólico Costantini y, al margen, reiteró su deseo de que se renueve el Acuerdo sobre los Nombramientos de Obispos.
Ciudad del Vaticano, 21 de mayo 2024.- “El Papa es la cabeza espiritual de todos los católicos del mundo, pertenezcan a la nación que pertenezcan; pero esta obediencia al Papa no sólo no perjudica el amor que cada uno debe a su propia patria, sino que lo purifica y reaviva”.
Las palabras que el arzobispo Celso Costantini, primer delegado apostólico en China, escribió hace más de cien años sobre la unidad entre el Papa y todos los católicos del mundo, «cualquiera que sea su pertenencia nacional», están impregnadas de actualidad, aclarando cómo «precisamente esta comunión era la mejor garantía de una fe alejada de intereses políticos externos y firmemente anclada en la cultura y la sociedad locales». Fue el mismo Costantini quien llevó a cabo un trabajo incansable, no exento de dificultades, retrasos y resistencias, para que el Evangelio de Cristo arraigara en suelo chino y fuera compatible con la sociedad y la cultura locales. El mismo Costantini que fue el organizador y promotor del Concilium Sinense, el primer y hasta ahora único Sínodo de la Iglesia católica en China, cuyo centenario se ha celebrado hoy, 21 de mayo, en una importante conferencia internacional promovida por la Pontificia Universidad Urbaniana, en colaboración con la Agencia Fides y la Comisión Pastoral para China, con el cardenal secretario de Estado Pietro Parolin entre los protagonistas de la sesión de la mañana.
Buenos creyentes y buenos ciudadanos
Una conferencia «científica, no celebratoria», dijo el Rector Vincenzo Buonomo en su introducción, precedida por un mensaje en vídeo del Papa Francisco. No una «reconstrucción histórica» del acontecimiento, sino una reflexión sobre cómo el propio evento sinodal constituye «la base y la referencia para esa inculturación que el mensaje cristiano lleva consigo y que puede garantizar la presencia de excelentes creyentes y al mismo tiempo excelentes ciudadanos».
Este es el concepto que el Papa Francisco quiso reiterar en su saludo al pueblo chino durante la misa conclusiva de su viaje a Mongolia, y que Parolin relanzó en su discurso, recordando cómo el arzobispo Costantini ya escribió palabras inequívocas al respecto hace más de un siglo: «El Papa quiere que los católicos chinos amen a su país y sean los mejores entre sus ciudadanos. El Papa ama a todas las naciones, como Dios, de quien es Representante; ama a China, vuestra noble y gran nación y no la sitúa después de ninguna otra».
El gran valor del Concilium Sinense para los tiempos actuales
Siempre con la mirada puesta en la historia, Parolin se detuvo en el Sínodo de Shanghai, que, aun siendo «un concilio particular», tuvo «un significado eclesial más amplio». La asamblea china fue, de hecho, «un modelo para muchos otros países de misión que, siguiendo su ejemplo, se prepararían para celebrar sus respectivos sínodos nacionales en los años siguientes».
El recuerdo de lo sucedido tiene también «un gran valor», según Parolin, «también para el momento actual de la Iglesia, que, por invitación del Papa Francisco, está comprometida en la reflexión sobre la sinodalidad», como una llamada al Pueblo de Dios «a ser responsable y protagonista en la vida de la Iglesia».Es la misma experiencia vivida por los Padres reunidos del 15 de mayo al 12 de junio en Shanghai: «Nos parecemos a los modestos obreros que construyen una catedral», señaló el delegado Costantini, «el diseño lo da el arquitecto, pero cada uno aporta su ladrillo a la gran construcción. Para nosotros, el arquitecto es el Papa.Los obreros pasan, pero la catedral permanece».
De las «misiones extranjeras» a la «Iglesia misionera
El prelado enmarcó estas reflexiones en un contexto compuesto de aspectos positivos pero también de desequilibrios, tanto por la «presencia casi exclusiva de clero extranjero» como por «una cierta afición de algunos ambientes misioneros al patronazgo establecido por las Grandes Potencias occidentales y a los métodos pastorales determinados por él», recordó Parolin. En esta línea configuró su «estrategia» misionera y diplomática, que, inspirada en la Maximum Illud de Benedicto XV, le llevó a la «convicción» de celebrar un sínodo general de la Iglesia en China. Antes, sin embargo, aun reconociendo «el mérito de muchos misioneros extranjeros» que, con caridad y dedicación, «habían llevado el Evangelio a China», Costantini intuyó que era necesario un «esfuerzo» para llevar más la fe católica a la vida de los chinos. «Desde la perspectiva de Costantini, se hizo evidente la urgencia de pasar del concepto de ‘misiones extranjeras’ al de ‘Iglesia misionera'», subrayó Parolin.Con esta intención, «favoreció la ordenación de los seis primeros obispos chinos, en 1926, y con este mismo objetivo fundó al año siguiente la Congregación de las Discípulas del Señor».
También promovió astutamente las formas artísticas y arquitectónicas chinas, «a través de las cuales la inculturación de la fe católica podía realizarse aún más». No faltaron las críticas y una verdadera campaña mediática contra él, recordó el cardenal.Pero «ante el reproche, siempre reaccionó con previsión».
Renovación del Acuerdo y presencia estable
Y su legado llega hasta nuestros días, que también ven, desde 2018 hasta hoy, un fortalecimiento de las relaciones mutuas entre la Santa Sede y la República Popular China a través del Acuerdo Provisional sobre los Nombramientos de Obispos.Un acuerdo que «a todos nos interesa que se pueda renovar y también que se puedan desarrollar algunos puntos», dijo Parolin al margen de la conferencia.Al mismo tiempo, el cardenal expresó la esperanza de poder tener «una presencia estable en China»: «Aunque inicialmente no pueda tener la forma de una representación pontificia y de una nunciatura apostólica, podría sin embargo aumentar y profundizar nuestros contactos. Este es nuestro objetivo».
Una Iglesia inculturada
Palabras pronunciadas por Parolin junto al obispo de Shanghai, Joseph Shen Bin, quien, desde la tribuna de oradores, aseguró: «Seguiremos construyendo la Iglesia en China hasta convertirla en una Iglesia santa y católica que se ajuste a la voluntad de Dios, acepte el excelente patrimonio cultural tradicional chino y sea agradable a la sociedad china actual», aseguró.
Cuatro puntos fueron ilustrados por el obispo chino para el presente de la Iglesia católica en su país. En primer lugar, dijo, «el desarrollo de la Iglesia en China debe ser fiel al Evangelio de Cristo», por tanto a la «fe católica tradicional». En 1949, año de la fundación de la nueva China, la Iglesia, recordó, «ha permanecido siempre fiel a su fe católica, aunque con grandes esfuerzos para adaptarse constantemente al nuevo sistema político». En aquel momento, «la política de libertad religiosa aplicada por el gobierno chino no tiene ningún interés en cambiar la fe católica, sino que sólo espera que el clero y los fieles católicos defiendan los intereses del pueblo chino y se liberen del control de las potencias extranjera».
Los problemas del pasado
Shen Bin recordó que el entonces Secretario General del Consejo de Estado, Xi Zhongxun, aseguró que el Gobierno popular no se oponía a que los católicos chinos mantuvieran contactos religiosos con el Vaticano, pero éstos, dijo, «sólo se permitían con la condición de que no fueran en contra de los intereses del pueblo chino, que no violaran la soberanía de China y que el Vaticano hubiera cambiado su política de hostilidad hacia China». El obispo de Shanghai no dejó de mencionar los problemas que hubo en el pasado entre la Iglesia y el Estado en China, debidos también al «fuerte sentimiento de superioridad cultural europea» de algunos misioneros, que «incluso tenían la intención de utilizar la religión cristiana para cambiar la sociedad y la cultura chinas».Esto fue «inevitablemente opuesto e incluso detestado por muchos chinos» y lo que «impidió una mayor difusión del Evangelio del amor entre el pueblo chino».
Un camino de chinización
En la actualidad, mientras el pueblo chino persigue «el gran renacimiento de la nación china de manera global con una modernización al estilo chino», la Iglesia católica «debe avanzar en la misma dirección», dijo Shen Bin, «siguiendo un camino de chinización que esté en consonancia con la sociedad y la cultura chinas de hoy». Por ello, invitó a los sacerdotes y fieles chinos a «amar a su país y a su Iglesia y a vincular estrechamente el desarrollo de la Iglesia con el bienestar del pueblo». A este respecto, citó las palabras del Papa Francisco de que «ser un buen cristiano no sólo no es incompatible con ser un buen ciudadano, sino que es parte integrante de ello».
La intervención de dos mujeres ponentes
Entre las ponentes hubo dos mujeres: Zheng Xiaoyun, presidenta del Instituto de Religiones del Mundo de la Academia China de Ciencias Sociales, que recordó que hoy en China, según el gobierno, hay 98 diócesis, 9 institutos, 6.000 iglesias y 6 millones de creyentes, más de 8.000 religiosos en «plena garantía de libertad religiosa» y expresó su esperanza en la renovación del Acuerdo entre China y la Santa Sede; a continuación, la profesora Elisa Giunipero, catedrática de Historia de China en la Universidad Católica de Milán, que recordó «la influencia significativa, a menudo subestimada, en las misiones católicas en China y en todo el mundo» del Concilium. «De la Iglesia en China vino el impulso de cambio que transformó la Iglesia en los territorios de misión», ayudando a «pensar en un cambio universal que ya no lleva sólo la cultura europea». «La Santa Sede, en su tenacidad y acción para celebrar el Concilio y las consagraciones episcopales, puso su confianza en el clero chino.Esto -concluyó- ayudó mucho a la Iglesia a resistir las dificultades de las décadas siguientes».
SALVATORE CERNUZIO