Queridos diocesanos: Hoy en día muchos cristianos se preguntan si ciertas prácticas orientales como el yoga son compatibles con la fe cristiana y si son un método válido de oración. Ante esta cuestión, y con riesgo de reducción del tema, quisiera exponer algunos criterios de clarificación.
El Yoga nació en la India y recibe su nombre de la raíz yuj que significa uncir, unir, ligar. Se trata de una disciplina ascética orientada a someter las potencias del cuerpo y del alma y a conducir la mente a la tranquilidad absoluta interior y al éxtasis, llegando a la unión con el universo o con la divinidad (Brahman, Shiva, Visnú). Ya se usaba en los siglos VI y V a. C. y su fin es dominar los pensamientos atravesando 8 grados: 5 preparatorios y 3 en los que se alcanza la meta. Los grados preparatorios requieren una observancia ética, purificación y mortificación, la superación de los vicios y la práctica de las virtudes; añaden una preparación física por medio de posturas corporales a veces difíciles, resistencia, tenacidad, armonización del sistema nervioso, dominio de la respiración; además, una preparación psíquica descargando todas las imaginaciones y fantasías inútiles. Esta preparación dura meses o incluso años para el practicante de yoga.
A continuación el yogui practica los ejercicios esenciales del yoga, que son la atención, la meditación y la abstracción que termina en el éxtasis. Al llegar aquí el alma se halla en un mundo nuevo; encuentra un estado de tranquilidad y de paz que el yoga considera como el último fin y la felicidad del hombre.
Estas técnicas, que conducen a la paz interior y a la felicidad, son cultivadas por místicas budistas, musulmanas, judías o neoplatónicas y se han puesto de actualidad en occidente. Por ejemplo, el filósofo Alois Haas (Zurich, 1934) recibió recientemente el título de doctor honoris causa por la universidad Pompeu Fabra de Barcelona, después de haberle entregado su fondo de 40.000 libros sobre mística y espiritualidad.
Pero estas técnicas o caminos de espiritualidad no pertenecen a la mística cristiana. La mística cristiana, con sus diferentes escuelas (carmelitas, dominicos, jesuitas, franciscanos…), se caracteriza por el influjo habitual de los dones del Espíritu Santo en la vida del cristiano. La mística cristiana, por tanto, tiene lugar siempre por influjo del Espíritu Santo, aunque precise de la colaboración humana, y se experimenta especialmente en la oración contemplativa, pero también en las tareas diarias del cristiano, incluso en las más difíciles.
A diferencia de las anteriores, las características de la mística cristiana son: la pasividad (porque la iniciativa viene de Dios, es una gracia, aunque sea precisa la libertad humana); la simplificación (porque mediante la meditación amorosa de los misterios divinos se alcanza una visión sintética de todo); la experiencia de Dios (porque se tiene conciencia de estar en contacto inmediato con Dios aunque este estado no sea siempre consolador, como en la noche oscura de San Juan de la Cruz); la oración (porque se trata de un diálogo personal, íntimo y profundo entre el hombre y Dios); la caridad (porque toda oración contemplativa remite al amor al prójimo); y la ortodoxia (porque la vida mística cristiana está en plena conformidad con el Magisterio de la Iglesia, tanto en la dogmática como en la moral).
En resumen, la mística cristiana puede entenderse como la iluminación interna y la comunión íntima que Cristo ofrece al cristiano atrayéndolo a sí mismo, y con Él al Padre, por el Espíritu Santo. Santa Teresa repite que no son los éxtasis o los fenómenos místicos los que demuestran la calidad de la oración, sino la transformación en una persona virtuosa, llena de amor y buenas obras.
Queridos diocesanos, desearía que estas breves nociones, en exceso simplificadas, sobre la vida mística cristiana y la mística no cristiana os ayuden a comprender las grandes diferencias existentes entre una y otra, y la naturaleza diferente que se da entre ellas. La mística de los santos Teresa de Jesús y Juan de la Cruz y otros muchos santos contemplativos, como conocemos muy bien en Ávila, es modelo de mística cristiana, alejada de otras técnicas que son muy respetables y que pueden hacer bien a las personas que las practican, incluso a cristianos que ejercen alguna de las técnicas propuestas sin compartir necesariamente el objeto final y manteniendo la fe en Dios Padre y la primacía del Espíritu Santo, pero que conviene distinguir claramente entre una y otra. Es lo que pretendo con esta carta semanal.
Alfa y Omega
+ Jesús, Obispo de Ávila
Foto: EFE/Raúl Sanchidrián