(ZENIT).- Hoy tenemos que preguntarnos a nosotros mismos: “¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?”, plantea el Pontífice.
El Papa Francisco ha enviado a Su Santidad Bartolomé I, Patriarca Ecuménico di Constantinopla, y a los participantes en el simposio internacional Toward a Greener Attica: Preserving the Planet and Protecting its People (Hacia un Ática más verde: Preservar el planeta y proteger a su gente), celebrado en Atenas (Grecia), del 5 al 8 de junio de 2018.
“El cuidado de la Creación entendido como un don compartido y no como una posesión privada, siempre implica el reconocimiento de los derechos de cada persona y de cada pueblo”. En este sentido, Francisco expresa que la urgente llamada y el desafío de cuidar la creación son una “invitación dirigida a toda la humanidad para que trabaje en favor de un desarrollo sostenible e integral”.
El Santo Padre recuerda en la carta su visita a Lesbos y afirma que las dramáticas contradicciones que experimentó durante su visita le han ayudado a comprender la “importancia del tema de este simposio”.
Rosa Die Alcolea
Imagen: El Papa Francisco y Bartolomé I
(© Vatican Media)
Mensaje del Papa Francisco
A Su Santidad Bartolomé I
Arzobispo de Constantinopla
Patriarca Ecuménico
Con motivo del simposio ecológico internacional “Hacia un Ática más verde: Preservar el planeta y proteger a su gente”, que se celebra en Atenas y las Islas Sarónicas de Grecia, del 5 al 8 de junio de 2018, brindo a Su Santidad mis más cálidos saludos fraternos. Con sincero agradecimiento por esta valiosa iniciativa, que sigue una serie de simposios similares en varias partes del mundo, también saludo a Su Beatitud Hieronymos II, arzobispo de Atenas y de Toda Grecia, así como a las autoridades, a los distinguidos oradores y a los participantes.
Recuerdo muy bien mi visita a Lesbos, junto con Su Santidad y Su Beatitud Hieronymos II, para expresar nuestra preocupación común acerca de la situación de los migrantes y refugiados. Mientras me maravillaban el paisaje del cielo azul y del mar, me impresionó la idea de que un mar tan bello se hubiera convertido en una tumba para hombres, mujeres y niños que en su mayoría sólo intentaban escapar de las condiciones inhumanas de sus tierras. Allí vi de primera mano la generosidad del pueblo griego, tan rica en valores humanos y cristianos, y su compromiso, a pesar de los efectos de su crisis económica, por confortar a los que, expropiados de todos sus bienes materiales, se habían dirigido a sus orillas.
Las dramáticas contradicciones que experimenté durante mi visita me han ayudado a comprender la importancia del tema de este simposio. No se están desmoronando solamente los hogares de las personas vulnerables en todo el mundo, como podemos ver en el creciente éxodo de migrantes climáticos y refugiados medioambientales. Como precisé en mi Encíclica Laudato si ‘, podríamos estar condenando a las generaciones futuras a vivir en una casa común reducida a ruinas. Hoy tenemos que preguntarnos a nosotros mismos: “¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?” (ibíd. 160) Frente a la actual crisis ecológica deberíamos hacer un serio examen de conciencia por lo que respecta a la protección del planeta confiado a nuestro cuidado (cf. Gen 2:15)
El cuidado de la Creación entendido como un don compartido y no como una posesión privada, siempre implica el reconocimiento de los derechos de cada persona y de cada pueblo. La crisis ecológica que afecta ahora a toda la humanidad está en último lugar enraizada en el corazón del hombre que aspira a controlar y explotar los recursos limitados de nuestro planeta, ignorando a los miembros más vulnerables de la familia humana. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. No podemos ignorar el mal difuso y generalizado en la situación actual donde “el pecado se manifiesta con toda su fuerza de destrucción en las guerras, las diversas formas de violencia y maltrato, el abandono de los más frágiles, los ataques a la naturaleza. (Laudato Si’, 66). Por ese motivo en nuestro Mensaje conjunto para la Jornada Mundial de Oración por la Creación, del pasado 1 de septiembre subrayábamos: La urgente llamada y el desafío de cuidar la creación son una invitación dirigida a toda la humanidad para que trabaje en favor de un desarrollo sostenible e integral”.
El deber de defender la creación desafía a todas las personas de buena voluntad y llama a los cristianos a ser conscientes de las raíces espirituales de la crisis ecológica y a cooperar para dar una respuesta inequívoca. La anual Jornada Mundial de Oración por la Creación es un paso en esta dirección, ya que demuestra nuestra preocupación común y nuestra aspiración a trabajar juntos para abordar este delicado problema. Es mi firme intención que la Iglesia Católica continúe caminando con Su Santidad y el Patriarcado Ecuménico por esta senda. Del mismo modo, espero que los católicos y ortodoxos, junto con los fieles de otras comunidades cristianas y todas las personas de buena voluntad, aúnen sus esfuerzos para trabajar juntos y en los ámbitos locales en el cuidado de la creación y el desarrollo sostenible e integral.
Querido hermano en Cristo, le estoy profundamente agradecido por su esfuerzo de involucrar a los líderes religiosos, científicos, políticos y del mundo de los negocios en la creación de una importante red para dar una respuesta efectiva a los retos actuales. Le aseguro mi cercanía en la oración e intercambio con Su Santidad un abrazo fraternal de paz.