El cardenal predicador pontificio pronunció el tercer sermón de Cuaresma al Papa y a la Curia romana en el Aula Pablo VI: aunque herido, el cristiano está llamado a curar el sufrimiento de los demás.
Uno de los fenómenos “más evidentes de nuestra sociedad es la masificación». La prensa, televisión, Internet, se llaman «medios de comunicación de masas, mass-media, no sólo porque informan a las masas, sino también porque las forman». Así se expresó el cardenal capuchino Raniero Cantalamessa, durante el tercer sermón de Cuaresma, pronunciado esta mañana, viernes 8 de marzo, en el Aula Pablo VI, en presencia del Papa Francisco. Continuando sus reflexiones sobre la afirmación de Cristo en el Evangelio de Juan: «Yo Soy», el predicador de la Casa Pontificia se detuvo en «Yo soy el Buen Pastor».
Y a este respecto señaló cómo, sin darnos cuenta, «nos dejamos guiar supinamente por todo tipo de manipulación y persuasión oculta». Basta pensar en esos «modelos de bienestar y comportamiento, ideales y metas de progreso» que en cuanto se proponen «la gente los adopta». Los seguimos, observó, «temerosos de perder el ritmo, condicionados y plagiados por la publicidad». De hecho, “comemos lo que nos dicen, nos vestimos como dicta la moda, hablamos como oímos hablar. Nos divertimos cuando vemos una película avanzando a un ritmo acelerado, con personas moviéndose a tirones, rápidamente, como marionetas; pero es la imagen que tendríamos de nosotros mismos si nos miráramos con ojos menos superficiales», comentó el purpurado.
En este contexto, he aquí la imagen del buen pastor, con la que se relacionan las imágenes «de ovejas y rebaño». Subrayando cómo el hombre de hoy «rechaza con desdén el título de oveja y la idea de rebaño», el predicador observó que, sin embargo, “no se da cuenta de cómo vive en realidad la situación que condena en teoría».
“Para entender en qué sentido Jesús se proclama buen pastor y nos llama ovejas suyas, debemos remontarnos a la historia bíblica», recordó Cantalamessa. Israel fue, al principio, «un pueblo de pastores nómadas». Los beduinos del desierto «nos dan hoy una idea de cómo era entonces la vida de las tribus de Israel». En esta sociedad, «se desarrolla una relación casi personal entre el pastor y el rebaño». Esto explica por qué, «para expresar su relación con la humanidad, Dios utilizó esta imagen, que ahora se ha vuelto ambigua».
Con el paso de la situación de tribus nómadas a la de pueblo sedentario, continuó el purpurado, «el título de pastor se da, por extensión, también a quienes actúan en nombre de Dios en la tierra: reyes, sacerdotes, líderes en general». Pero en este caso el símbolo se divide: «ya no evoca sólo imágenes de protección y seguridad, sino también de explotación y opresión”. Junto a la imagen del buen pastor, «aparece la del mal pastor».
Por otra parte, señaló el capuchino, la imagen de Cristo “Buen Pastor” ocupa un lugar privilegiado en el arte y las inscripciones paleocristianas. “El buen pastor se presenta, según la forma clásica, en el esplendor de la juventud. Lleva la oveja sobre sus hombros y la retiene firmemente por las patas. La imagen joánica del buen pastor se fusiona ahora para siempre con la sinóptica del pastor que va en busca de la oveja descarriada (Lc 15, 4-7)”.
El contexto del pasaje sobre el buen pastor es el mismo que el de los dos capítulos anteriores, recordó el cardenal, a saber, la discusión con «los judíos» que tiene lugar en Jerusalén, con motivo de la fiesta de los Tabernáculos. Pero en Juan sabemos que el contexto «importa relativamente, porque, a diferencia de los Sinópticos, él no se preocupa por darnos un relato histórico y coherente de la vida de Jesús, (que parece dar conocido), sino un conjunto de ‘signos’ y enseñanzas del Maestro». Éstos, sin embargo, nunca aparecen «fuera del tiempo y del espacio, como ocurre en los libros de teología», sino que también están situados «en lugares y tiempos precisos (a veces más precisos que en los sinópticos) que les confiere un valor ‘histórico’ en el sentido más profundo del término».
El discurso de Jesús, explicó Cantalamessa, tiene dos actores: el pastor y el rebaño, es decir, en singular cada oveja. A continuación, recordó que el psicólogo Carlo Gustavo Jung definía al psiquiatra: «Un sanador herido», “A wounded healer”. “El significado de su teoría – explicó – es que uno debe conocer las propias heridas psicológicas para sanar las de los demás y que conocer las heridas de los demás ayuda a sanar las propias». La intuición del psicoanalista, dijo el cardenal, se aplica también a las heridas espirituales. “El pastor de la Iglesia es también un ‘sanador herido’, un enfermo que debe ayudar a otros a sanar».
El predicador mencionó entonces “la principal enfermedad” de la que debemos curarnos para poder curar a los demás. De ahí la pregunta de qué es lo que, de un extremo a otro de la Biblia, se inculca a las ovejas con respecto a Dios Pastor, a saber, el «no tener miedo». Se habla, señaló el cardenal, de este «mal oscuro» que es el miedo que tiene «tanto poder para robar a hombres y mujeres la alegría de vivir». Es «nuestra condición existencial» y «nos acompaña desde la niñez hasta la muerte». Jesús nombró los principales miedos de los adultos: miedo al mañana, miedo al mundo y a los poderosos, como a «los que matan el cuerpo (Mt 10,28)». Y sobre cada uno de ellos «pronunció el suyo propio: ‘¡Nolite timere!’». No es una «palabra vacía e impotente; es una palabra eficaz, casi sacramental». Como todas las palabras de Jesús, «obra lo que significa»; “no es como el simple: ‘¡Ánimo!’ que los seres humanos nos decimos unos a otros”.
El purpurado planteó qué es el miedo, instando a dejar de lado «la angustia existencial de la que los filósofos vienen discutiendo desde hace un siglo y medio». El objeto, en cambio, son los miedos comunes y familiares. En este sentido, «el miedo es la reacción a una amenaza a nuestro ser, la respuesta a un peligro real o presunto: desde el mayor peligro de todos, que es el de la muerte, hasta peligros particulares que amenazan ya sea la tranquilidad o la seguridad física o nuestro mundo emocional». El miedo es, pues, «una manifestación de nuestro instinto básico de auto-conservación». Según se trate de peligros objetivos y reales, o imaginarios, se habla de miedos justificados e injustificados. Sin embargo, lo más consolador que dice el Evangelio al respecto es que Jesús «tomó sobre sí nuestros miedos». Después de haber exhortado de mil maneras a sus discípulos a «no temer, Él hizo algo más». “Nunca se había dicho en la Biblia que el buen pastor da su vida por sus ovejas. Que Él las conoce, las guía, las cuida, las defiende: eso sí; pero no que dé su vida por ellas. ¡Jesús prometió hacerlo y lo hizo!”.
Sin embargo, «no siempre está en nuestras manos liberarnos del miedo y de la angustia». En cambio, aseguró el predicador, “sí está en nuestras manos liberar a alguien más, (o ayudarlo a liberarse) de ellos”. De ahí la invitación a tratar de consolar a alguien para escuchar a Jesús en el corazón que repite: «¡Conmigo lo hiciste! (Mt 25,40)». Por eso, concluyó, «también nosotros, pastores o simples creyentes, debemos ser sanadores heridos, pobres enfermos que curen a otros».
L’OSSERVATORE ROMANO
Imagen: Tercer Sermón de Cuaresma 2024 en el Aula Pablo VI del Vaticano.
(Foto: Vatican Media)