(zenit – 10 oct. 2020).- A continuación ofrecemos un artículo del Observatorio de Bioética de la Universiad Católica de Valencia, elaborado por Julio Tudela, en el que se habla de la evidencia de que el coronavirus se transmite al hablar y respirar.
Existe una abrumadora evidencia científica que soporta la vía inhalatoria como la principal forma de transmisión del virus, e insiste en la necesidad de modificar las recomendaciones vigentes sobre su prevención.
Los malos datos epidemiológicos de la evolución de la pandemia de la COVID-19 en el mundo y, específicamente en España, suponen un desafío para la labor de científicos y autoridades de salud pública. La incapacidad para controlar los rebrotes de la pandemia, meses después de su aparición, tras los que se han acumulado experiencia, medios y tiempo de reacción, debe cuestionar seriamente a cuantos están implicados en su control.
En estos días hemos leído en los periódicos que responsables la OMS, como la directora general de Salud Pública, María Neira, no pueden precisar cuáles son las causas de la expansión de esta segunda ola de la pandemia en España, no pudiendo determinar, tras analizar la situación desde hace varias semanas, qué es lo que está fallando para que los datos de incidencia de la enfermedad sean los peores de Europa. (1)
COVID-19 y medios de transmisión
Las recomendaciones que la OMS y otros organismos internacionales como los Centros de Control de Enfermedades estadounidenses (CDC) han mantenido hasta ahora, se basan en que la COVID-19 se propagaría principalmente entre personas en contacto cercano, alrededor de 2 metros, y a través de gotitas respiratorias producidas cuando una persona infectada tose, estornuda o habla (2)
Esta posición ha propugnado que las medidas de prevención contra la expansión del virus se hayan basado en mantener la distancia social de 2 metros y evitar la infección por contacto con fómites, insistiéndose en el lavado de manos y desinfección de superficies.
Sin embargo, resulta difícil de explicar la alta contagiosidad del virus Sars-Cov-2 solo teniendo en cuenta estos mecanismos de transmisión.
En cuanto a la transmisión por contacto, a través de fómites, según consta en la información científico-tecnica publicada por el Ministerio de Sanidad el pasado 28 de agosto,“no existen estudios experimentales que traten de emular las condiciones naturales utilizando un inóculo similar al que se encuentra en las gotas respiratorias (por similitud con el virus de Influenza se calcula del orden de 10-100 copias de RNA), por lo que realmente se desconoce el tiempo en el que las superficies permanecerán contaminadas tras haber estado en contacto con las secreciones respiratorias de un enfermo. Hasta el momento no se ha descrito ningún caso por transmisión exclusiva a través de fómites.”(3).
Durante meses, numerosos científicos han insistido en la probabilidad de transmisión del coronavirus a través de partículas virales aéreas de menos de 5 micras de tamaño, conocidas como aerosoles, y presionaron a las agencias de salud para que lo reconocieran, sin éxito hasta la fecha.
El pasado 1 de abril, un prestigioso panel de científicos de la Academia Nacional de Ciencias (NAS), liderado por Harvey Fineberg, exdecano de la Escuela de Salud Pública de Harvard y presidente del Comité Permanente de NAS sobre Enfermedades Infecciosas Emergentes y Amenazas a la Salud del Siglo XXI, escribió en una carta a Kelvin Droegemeier, jefe de la Oficina de Política Científica y Tecnológica de la Casa Blanca, comunicándole los resultados de una investigación que mostraba que el coronavirus se puede propagar no solo al estornudar o toser, es decir con gotas de saliva de hasta 1 mm de tamaño, sino también al hablar, o posiblemente incluso simplemente al respirar, lo que implicaría microgotas o aerosoles de menos de 5 micras (4)
Se afirmaba en esa carta que «si bien la investigación específica [del coronavirus] actual es limitada, los resultados de los estudios disponibles son consistentes con la aerosolización del virus en la respiración normal… La investigación actualmente disponible respalda la posibilidad de que [el coronavirus] se propague a través de bioaerosoles generados directamente por la exhalación de los pacientes».
Posteriormente, el pasado 6 de julio, 239 científicos publicaron una carta en la que instaban a la Organización Mundial de la Salud y otras organizaciones de salud pública a modificar algunos aspectos relacionados con la información suministrada acerca de la probabilidad de que las personas pudieran contraer el virus de las microgotas que flotaban en el aire, o aerosoles. (5)
En su escrito, los científicos insistían en lo siguiente: “La orientación actual de numerosos organismos nacionales e internacionales se centra en el lavado de manos, el mantenimiento del distanciamiento social y las precauciones frente a las gotas de saliva. La mayoría de las organizaciones de salud pública, incluida la Organización Mundial de la Salud, no reconocen la transmisión por el aire, excepto los procedimientos que generan aerosoles realizados en entornos de atención médica. El lavado de manos y el distanciamiento social son apropiados, pero, en nuestra opinión, insuficientes para brindar protección contra la transmisión de virus a través de microgotas respiratorias liberadas al aire por personas infectadas”.
El manejo de la información pública, el principio de prudencia y el rigor científico
Al igual que en anteriores ocasiones, con la tardanza en el reconocimiento tanto de la capacidad de contagio por parte de individuos asintomáticos como en la necesidad de utilizar mascarillas de protección facial, el esperado pronunciamiento de la OMS incluyendo los aerosoles entre los posibles medios de transmisión de la COVID-19 y no solo por gotas de mayor tamaño, no se ha producido hasta hoy.
Sin embargo, los Centros de Control de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos actualizaron su información a este respecto el pasado 18 de septiembre, incluyendo los aerosoles, por fin, como una probable vía de transmisión de la enfermedad. Pero, extrañamente, el lunes siguiente, día 21, se retiró la mencionada actualización, volviendo a la información previamente mostrada, que excluía esta vía de contagio. En la página web de los CDC figuraba la leyenda siguiente que trataba de explicar la eliminación de la actualización:
“Una versión preliminar de los cambios propuestos a estas recomendaciones se publicó por error en el sitio web oficial de la agencia. Los CDC están actualizando sus recomendaciones con respecto a la transmisión aérea del SARS-CoV-2 (el virus que causa COVID-19)” (2)
¿A qué pudo deberse realmente esta rectificación, que suponía seguir de espaldas a las numerosas evidencias en favor de la vía de transmisión por aerosoles? No lo sabemos, pero puede pensarse en presiones para no reconocer una evidencia que podría obligar a modificar demasiadas cosas en las estrategias de prevención de la pandemia, así como a la necesidad de reconocer graves errores.
Por fin, el pasado día 5 de Octubre, los CDC incluyen definitivamente en sus guías sobre la COVID-19 la posibilidad de transmisión por aerosoles, corrigiendo su posición previa al respecto y aportando una evidencia más para que la OMS y los organismos reguladores modifiquen las guías de prevención para la contención de la pandemia. (7)
El principio bioético de prudencia aconseja tener en cuenta las evidencias que, aun no siendo incontestables por la limitación de datos disponibles, pueden suponer una mejora significativa en la prevención de la extensión descontrolada de una pandemia como la actual. Las evidencias existen y han sido suscritas por numerosos científicos, por lo que ignorarlas resulta una actitud científicamente inexplicable dada la gravedad del proceso.
Aerosoles y medidas de protección
El reconocimiento de los aerosoles como vía de transmisión de la COVID-19, obligaría a modificar muchas de las estrategias de prevención actualmente implementadas. El lavado de manos y el mantenimiento de la distancia de 2 metros entre personas, aun siendo herramientas eficaces, deberían reconocerse como totalmente insuficientes. La implementación del uso de mascarillas eficaces de protección de modo obligatorio debería reconocerse, en tal caso, como un instrumento preventivo de primera magnitud. E insistimos en lo de “eficaces” porque, si el virus viaja en microgotas de menos de 5 micras, las mascarillas de tela y todas las no homologadas estarían proporcionando una falsa sensación de protección y contribuyendo a la expansión incontrolada de la infección. La obligación de utilizar mascarillas de probada eficacia, como las quirúrgicas o las FFP2, sería una medida imprescindible si finalmente se reconocen las evidencias científicas que apuntan a esta vía de transmisión como la más importante en la actual pandemia.
La modificación en las recomendaciones sobre el uso de mascarilla en determinadas circunstancias, como restaurantes o locales cerrados, se haría imprescindible para evitar el contagio por acumulación de aerosoles por falta de renovación del aire.
Además de los cambios que este reconocimiento obligaría a adoptar, añadiríamos la necesidad de reconocer un error de estrategia más a sumar a los ya mencionados de la tardanza en el reconocimiento de la transmisión por asintomáticos y la necesidad del uso de la mascarilla en toda circunstancia.
¿Puede ser este el motivo por el que los organismos oficiales, OMS incluida, se resisten a mostrar las evidencias disponibles a la población, por riesgo de inducir a la adopción de medidas que puedan restar popularidad o votos?
El derecho a la información veraz constituye uno de los pilares del ejercicio del principio de autonomía de la población, pero, sobre todo, es uno de los instrumentos principales para el desarrollo de políticas de salud eficaces.
Apelamos nuevamente desde aquí a la necesidad de reconocer con urgencia las evidencias científicas disponibles en cuanto a las vías de transmisión del virus Sars-Cov-2 e implementar los cambios necesarios para frenar la extensión de la pandemia.
Dos noticias recientes
Completando esta información, nos parece de interés ampliarla con dos noticias recientes.
La primera es un informe de los CDC norteamericanos, que modifica lo defendido por ellos con anterioridad. En efecto, el pasado 5 de octubre, los CDC incluyen definitivamente en sus guías sobre la COVID-19, la transmisión por aerosoles, corrigiendo su posición previa al respecto y aportando nuevas evidencias para que la OMS y los organismos regulares modifiquen las guías de prevención para la contención de la pandemia (ver AQUI).
Pero adicionalmente a ello, también el pasado día 5 aparece un artículo en la prestigiosa revista Science en el que se insiste en la necesidad de reconocer la transmisión aérea por aerosoles que los autores definen como partículas de menos de 100 micras de tamaño, ampliando así el criterio establecido hasta ahora que definía que las partículas de los aerosoles eran de 5 micras o menos. Todo ello porque dichas partículas son susceptibles de permanecer en el aire y diseminarse propagando el virus. Los firmantes del artículo de Science (6) manifiestan que existe una abrumadora evidencia científica que soporta la vía inhalatoria como la principal forma de transmisión del virus, e insiste en la necesidad de modificar las recomendaciones vigentes sobre su prevención.
Julio Tudela Cuenca
Observatorio de Bioética
Universidad Católica de Valencia
Imagen: Coronavirus ((C) Pxhere)
Referencias