Se ha publicado el libro “Últimas conversaciones”. El papa emérito recorre su juventud, el Concilio, el pontificado, la relación con Francisco, la renuncia y la ‘preparación’ a la muerte
(ZENIT – Roma).- Era necesario un libro, publicado casi a sus noventa años, para acercarse de nuevo al rostro de Joseph Ratzinger, el que durante ocho años estuvo en la silla de Pedro con el nombre de Benedicto XVI y que hoy vive “escondido del mundo” en un monasterio de los Jardines Vaticanos como “papa emérito”.
Un Pontífice incomprendido, sin lugar a dudas, quizá también por esa reserva confundida con austeridad, del que todavía permanecen la amplitud y la profundidad de pensamiento, también si demasiadas veces ha sido disminuido por lecturas superficiales.
Son pocos los que conocen los verdaderos rasgos característicos de este Papa, como su sutil ironía o su sagaz franqueza. Aspectos que emergen claramente en el libro “Últimas conversaciones” que ha sido publicado hoy en italiano y alemán.
El volumen, escrito por su amigo periodista alemán Peter Seewald, ya ha sido rebautizado como el “testamento espiritual” de papa Benedicto. Un libro de por sí extraordinario yq que por primera vez en la historia un Papa, en vida, puede hacer balance de su pontificado.
Ratzinger habla con mucha libertad de su sucesor Bergoglio de quien dice que en el conclave de 2013 “no pensé que estuviera en el pequeño grupo de los candidatos”, para después definir la elección de un Papa latinoamericano como un signo de “una Iglesia en movimiento” y subrayar la relación fraterna que se ha creado entre ellos en estos cuatro años.
“Mi sucesor no quiso el manto rojo. Eso no me conmovió mínimamente”, confía Benedicto XVI a Seewald. “Lo que realmente me tocó, sin embargo, es que antes de salir al balcón ya intentó llamarme, pero no me encontró porque estaba precisamente delante de la televisión. La forma en la que rezó por mí, el momento de recogimiento, después la cordialidad con la que saludó a la gente de tal forma que la chispa, por así decir, surgió inmediatamente”.
“Nadie se lo esperaba”, añade, “yo lo conocía, naturalmente, pero no pensé en él. En este sentido fue una sorpresa grande. No pensé que estuviera en el pequeño grupo de los candidatos. Cuando escuché su nombre, al principio estaba inseguro. Pero cuando vi cómo hablaba por un lado con Dios, por otro con los hombres, me puse realmente contento. Y feliz”.
Feliz también porque la elección de un cardenal de América Latina significa que “la Iglesia está en movimiento, es dinámica, abierta, con perspectivas de nuevos horizontes delante de sí. Que no está congelada en esquemas: sucede siempre algo sorprendente, que posee una dinámica intrínseca capaz de renovarla constantemente”.
Eso es “bonito y alentador” según el papa emérito. “Las distribuciones temporales se deciden siempre a posteriori. Y en un segundo momento se establece que aquí inicia en la Edad Media y allí comenzaba la Era Moderna”.
Aún así, “es evidente que la Iglesia está abandonando cada vez más las viejas estructuras tradicionales de la vida europea y cambia de aspecto y se viven nuevas formas”. Sobre todo es claro, a los ojos de Ratzinger, “que la descristianización de Europa progresa, que el elemento cristiano desaparece cada vez más del tejido de la sociedad”. Como consecuencia, “la Iglesia debe encontrar una nueva forma de presencia, debe cambiar su modo de presentarse. Están teniendo lugar cambios históricos, pero no se sabe todavía en qué punto se podrá decir con exactitud aquí comienza uno y otro”.
Respecto al tema de cambios históricos, buena parte del volumen está dedicado al cambio que supuso la declaración en latín del 11 de febrero de 2013, con su dimisión. “El texto de la renuncia lo escribí yo” unas dos semanas antes, subraya Benedicto, explicando que lo escribió en latín “porque algo tan importante se hace en latín”. Además, “el latín es una lengua que conozco bien como para poder escribir de forma digna. Podría haberlo escrito en italiano, naturalmente, pero estaba el peligro de que cometiera algún error”.
El papa emérito precisa además que “no se ha tratado de una retirada bajo la presión de los eventos o de una fuga por la incapacidad de hacer frente”. “Nadie trató de chantajearme. No lo hubiera permitido. Si hubieran intentado hacerlo no me hubiera ido porque no hay que dejar algo cuando se está bajo presión”. Tampoco es verdad “que estaba decepcionado o cosas parecidas, es más, gracias a Dios, estaba en el estado de ánimo pacífico de quien ha superado la dificultad”, en la que “se puede pasar tranquilamente el timón a quien viene detrás”.
En este caso Francisco, “el hombre de la reforma práctica”. “Fue durante mucho tiempo arzobispo, conoce el trabajo, fue superior de los jesuitas y también tiene el ánimo para meter la mano y acciones de carácter organizativo” evidencia el predecesor. “Yo sabía que este no es mi punto de fuerza”, añade.
Joseph Ratzinger se atribuye “poca determinación en el gobernar y tomar decisiones”. “Aquí en realidad soy más profesor, uno que reflexiona y medita sobre cuestiones espirituales” dice, “el gobierno práctico no es mi fuerte y esta es realmente un debilidad. Pero no me veo como un fracasado — afirma– porque durante ocho años he desarrollado mi servicio. Ha habido momentos difíciles, basta pensar, por ejemplo, en el escándalo de la pedofilia y el caso Williamson o también en el escándalo Vatileaks; pero en general ha sido un periodo en el que muchas personas han encontrado un nuevo camino a la fe y hubo también un gran movimiento positivo”.
Tal movimiento desmanteló también el lobby gay en el Vaticano: “un pequeño grupo de 4 quizá 5 personas” señalado en el informe de la comisión de los tres cardenales. “Los hemos disuelto. ¿Se formarán otros? No lo sé. De todas formas el Vaticano no está lleno de casos similares”, comenta el pontífice emérito.
En las páginas del libro, comparte después con el público preciosos fragmentos de memoria su participación en el Concilio Vaticano II. Asimismo, deja espacio a sus lecturas juveniles, su pasión por la música y la atención por la política. Recordando los tiempos del Concilio, Benedicto confiesa haber formado parte del lado “progresista”, porque en aquella época “no significaba todavía romper con la fe, sino aprender a comprenderla mejor y vivirla en una forma más justa, en movimiento desde los orígenes”.
Por otro lado recorre también sus ochos años de “profesor papa” o “papa teólogo”. Trataba de ser sobre todo un pastor –afirma– y una de las tareas de un pastor es tratar con pasión la Palabra de Dios, que es también lo que debería hacer un profesor.
Como Papa, Ratzinger, pretendió en seguida que la Iglesia se separase de algunos bienes para poder difundir su auténtico bien. No hubo signos y acciones evidentes, pero –dice el papa emérito– es muy difícil. “Aquí es necesario siempre comenzar por nosotros mismo. ¿El Vaticano posee demasiados bienes? No lo sé. Nosotros debemos hacer mucho por los países más pobres, necesitados de nuestra ayuda: pero está el Amazonas, África, etc. El dinero debe estar sobre todo para poder darlo, sirve para algo, pero, para poder gastar, debe entrar por algún lado, así que no sé muy bien qué tendríamos que ceder. Creo que se lo tienen que preguntar sobre todo las Iglesias locales, empezando por la alemana”.
Mirando al presente, Ratzinger admite que se prepara para la muerte. Es necesario hacerlo, subraya, “en el sentido de cumplir cierta edad, pero vivir preparándose para superar el último examen frente a Dios. Abandonar este mundo y encontrarse delante de Él y los santos, a los amigos y a los enemigos”. Él se prepara “pensando siempre que el final se acerca”. Lo importante no es imaginárselo, sino “vivir en la conciencia de que toda la vida tiende a este encuentro”.
Salvatore Cernuzio