Ciudad del Vaticano, (Vis).-La audiencia general del 28 de octubre ha tenido un carácter especial. Ha sido una audiencia »interreligiosa» -con motivo del 50 aniversario de la Declaración del Concilio Vaticano II »Nostra Aetate» sobre las relaciones de la Iglesia Católica con las religiones no cristianas- que ha contado con la presencia de representantes de diversas religiones y de los participantes en el Congreso Internacional organizado con motivo de ese aniversario por el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso en colaboración con la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y con la Universidad Pontificia Gregoriana.
Antes de comenzar la catequesis en la Plaza de San Pedro el Papa fue al Aula Pablo VI para saludar a los enfermos, ancianos y a las personas con diversos problemas de salud que, debido a las malas condiciones atmosféricas, no pudieron asistir a la audiencia al aire libre. Francisco los recordó también, una vez llegado a la Plaza, pidiendo unos minutos de silencio y oración por todos ellos.
La audiencia se abrió con los saludos de los cardenales Jean-Louis Tauran, Presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, y Kurt Koch, Presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. Después de la lectura de un párrafo en diversas lenguas de la “Nostra Aetate”, tomó la palabra el Santo Padre que dio la bienvenida y manifestó su agradecimiento a todos los presentes para recordar juntos el 50 aniversario del documento conciliar.
»El Concilio Vaticano II -dijo- fue un momento extraordinario de reflexión, diálogo y oración para renovar la mirada de la Iglesia Católica sobre sí misma y sobre el mundo. Una lectura de los signos de los tiempos de cara a una actualización orientada por una doble fidelidad: fidelidad a la tradición de la Iglesia y fidelidad a la historia de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Porque Dios, que se reveló en la creación y en la historia, que habló por medio de los profetas y plenamente en su Hijo hecho hombre se dirige al corazón y al espíritu de toda persona que busca la verdad y los caminos para practicarla».
Francisco, reiterando que el mensaje de la Declaración Nostra Aetate es siempre actual, citó al respecto diversos puntos de la misma: La creciente interdependencia entre los pueblos; la búsqueda humana del sentido de la vida, del sufrimiento, de la muerte, de las preguntas que siempre acompañan nuestro camino; el origen común y el destino común de la humanidad;la unidad de la familia humana; las religiones como búsqueda de Dios o del Absoluto, dentro de los diversos grupos étnicos y culturas; la mirada benevolente y atenta de la Iglesia sobre las religiones que no rechaza nada de lo que en ellas hay de verdadero y bello; la Iglesia mira con estima a los creyentes de todas las religiones, apreciando su compromiso espiritual y moral; la Iglesia, abierta al diálogo con todos, es a la vez fiel a las verdades en que cree, comenzando por la que afirma que la salvación ofrecida a todos tiene su origen en Jesús, el único Salvador, y que el Espíritu Santo obra como fuente de paz y amor.
En estos últimos años, como recordó el Pontífice, han sido numerosas las iniciativas, las relaciones institucionales o personales con las religiones no cristianas encaminadas a promover la amistad y la unión entre las personas. Entre ellas, citó especialmente el encuentro en Asís el 27 de octubre de 1986 promovido por san Juan Pablo II.
Asimismo resaltó la gran transformación experimentada en los últimos 50 años en la relación entre los cristianos y los judios. »La indiferencia y la oposición se han convertido en cooperación y benevolencia -subrayó- De enemigos y extraños nos hemos convertido en amigos y hermanos. El Concilio, con la Declaración Nostra Aetate, allanó el camino: «Sí» al redescubrimiento de las raíces judías del cristianismo; «No» a cualquier forma de antisemitismo y condena de cualquier injuria, discriminación y persecución que de ellos se derivan. El conocimiento, el respeto y la estima mutua son el camino que, si es válido sobre todo para la relación con los judios, también se aplica a las relaciones con otras religiones». »Pienso en particular en los musulmanes -añadió Francisco- que, como nos recuerda el Concilio – «adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres: Se refieren a la paternidad de Abraham, veneran a Jesús como profeta, honran a María, su Madre virginal, esperan el día del juicio, y practican la oración, las limosnas y el ayuno».
»El diálogo que necesitamos no puede dejar de ser abierto y respetuoso: entonces será fructífero. El respeto mutuo es condición y, al mismo tiempo, objetivo del diálogo interreligioso: respetar el derecho de los demás a la vida, a la integridad física, a las libertades fundamentales, es decir, la libertad de conciencia, de pensamiento, de expresión y de religión. El mundo nos mira a nosotros, a los creyentes, nos exhorta a cooperar unos con otros y con los hombres y mujeres de buena voluntad que no profesan ninguna religión, nos pide respuestas efectivas sobre muchos temas: la paz, el hambre, la miseria que aflige a millones de seres humanos, la crisis ambiental, la violencia, en particular la cometida en nombre de la religión, la corrupción, la decadencia moral, la crisis de la familia,de la economía, de las finanzas, y sobre todo de la esperanza. Nosotros, los creyentes no tenemos recetas para estos problemas, pero tenemos un gran recurso: la oración. Tenemos que rezar. La oración es nuestro tesoro, al que nos acercamos según las respectivas tradiciones, para pedir los dones que anhela la humanidad», afirmó el Obispo de Roma.
También constató que la violencia y el terrorismo han favorecido »una actitud de sospecha o incluso de condena de las religiones. De hecho, aunque ninguna religión es inmune a los riesgos de desviaciones en los individuos o grupos fundamentalistas o extremistas hay que mirar los valores positivos que viven y proponen, y que son fuente de esperanza». Del diálogo basado en la confianza pueden brotar la amistad y la cooperación en muchos campos, especialmente en el servicio a los pobres, los jóvenes, los ancianos, en la acogida de los migrantes, en la atención a los excluidos, así como en la defensa de un bien común, como el medio ambiente.
De cara a esa cooperación, el inminente Jubileo extraordinario de la Misericordia brinda una oportunidad extraordinaria en el ámbito de las obras de caridad. »Y en ese campo, donde cuenta, sobre todo, la compasión -destacó Francisco- pueden unirse a nosotros tantas personas que no se sienten creyentes o que están en busca de Dios y de la verdad; personas que ponen en el centro el rostro del otro, sobre todo el del hermano o la hermana necesitados. Pero la misericordia a la que estamos llamados abraza toda la creación que Dios nos confío para que fuéramos sus custodios, no sus explotadores o, peor aún, sus destructores. Tendríamos que proponernos siempre dejar el mundo mejor de cómo lo encontramos».
El Papa concluyó instando a todos a rezar por el futuro del diálogo interreligioso. »Y a rezar unos por otros, somos hermanos -exclamó- Sin el Señor, nada es posible; con El, todo se hace posible !Que nuestra oración, cada uno según su propia tradición, se adhiera plenamente a la voluntad de Dios, que quiere que todos los hombres se reconozcan hermanos y vivan como tal, formando la gran familia humana en la armonía de la diversidad!».
Acabados los saludos en diversas lenguas, el Papa invitó a todos a rezar al Señor, siguiendo la tradición propia, pidiéndole que nos hiciera más hermanos entre nosotros y más servidores de nuestros hermanos necesitados.
Mensaje del cardenal Tauran
El Cardenal Jean-Louis Tauran,Presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso ha enviado un mensaje a los participantes en la Asamblea Europea de las Religiones por la Paz , reunidos en Castel Gandolfo (Italia) para discutir del tema »Acogida mutua en Europa: del miedo a la confianza».
El purpurado menciona el documento programático de la Asamblea que enuncia los múltiples retos del continente europeo en nuestra época: el miedo a perder la identidad que conduce al radicalismo y al fundamentalismo, la tendencia a retirarse en sí mismos, la xenofobia, la intolerancia creciente hacia las diferentes religiones y minorías, las oleadas de migración forzada debido a las guerras, los regímenes dictatoriales y la crisis ecológica.
»¿Cómo podemos cambiar el miedo en confianza -se pregunta el cardenal- la discriminación en respeto, la enemistad en amistad, la polarización en solidaridad, el estilo de vida autosuficiente en desinteresado, la cultura de usar y tirar en la cultura de prestar cuidado, y la confrontación en encuentro y diálogo? La verdadera misión de la religión es la paz porque la religión y la paz van de la mano. Ningún verdadero líder religioso puede ignorar la cultura de la deshumanización y la violencia o predicarla y apoyarla. Todos estamos de acuerdo en que la paz o la violencia y la confianza o el miedo proceden del corazón humano. La oración, las prácticas espirituales, y las acciones en pro de la justicia y la paz pueden despertar nuestros corazones para superar la visión polarizada de considerar a nuestro prójimo como una persona aparte. Hoy, como líderes religiosos nuestro desafío urgente es transformar la desconfianza, la sospecha, la intolerancia en una nueva cultura basada en el respeto, el entendimiento mutuo, la no violencia, la solidaridad y la resolución pacífica de conflictos. Dado que nuestro patrimonio espiritual es tan grande, colaboremos para poner remedio a estos males sociales y culturales a través del diálogo y la cooperación».