Ciudad del Vaticano, (Vis).-Durante la audiencia general del 13 de enero que tuvo lugar en el Aula Pablo VI, el Papa comenzó un nuevo ciclo de catequesis dedicado a la misericordia según la perspectiva bíblica para entender que es la misericordia escuchando lo que Dios mismo nos enseña con su palabra.
Francisco leyó un paso del Libro del Éxodo en el que el Señor se llama a sí mismo: Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad. »En otros textos -dijo- también encontramos esta fórmula, con alguna variación, pero siempre el acento cae en la misericordia y el amor de Dios que nunca se cansa de perdonar». Después analizó una a una esos términos de la Sagrada Escritura que nos hablan de Dios.
La palabra misericordioso evoca una actitud de ternura »como la de una madre con su hijo. Efectivamente- explicó- el término hebreo empleado en la Biblia recuerda las entrañas o también el seno materno. Por eso, la imagen que sugiere es la de un Dios que se conmueve y se enternece por nosotros como una madre cuando toma en brazos a su hijo, deseosa solamente de amar, proteger, ayudar, dispuesta a darlo todo, hasta a sí misma. Un amor que se podría definir..»visceral».
El Señor es piadoso porque tiene compasión y en su grandeza »se inclina hacia el que es débil y pobre, siempre dispuesto a acoger, a comprender, a perdonar». Es como el padre de la parábola del hijo pródigo »que no se encierra en el resentimiento por el abandono de su hijo menor, sino que, al contrario, sigue esperándole y después corre a su encuentro y lo abraza; ni siquiera le deja que termine su confesión, así de grande es su amor y su alegría por haberlo encontrado».
De este Dios misericordioso se dice también que es lento a la ira, como si contara hasta diez antes de responder, respirando profundamente con el aliento de la benignidad y sin impacientarse. »Dios sabe esperar: sus tiempos no son los tiempos impacientes de los hombres. Es como el buen agricultor que aguarda y deja que la buena semilla crezca, a pesar de la cizaña».
Finalmente, el Señor se proclama grande en el amor y la fidelidad. »Aquí está todo -subrayó el Pontífice- Porque Dios es grande y poderoso, pero esa grandeza y ese poder se despliegan en amarnos, a nosotros, que somos tan pequeños, tan incapaces. La palabra amor indica aquí afecto, gracia y bondad. El amor da el primer paso, que no depende de los méritos humanos sino de una gratuidad inmensa. Es la solicitud divina que nada puede detener, ni siquiera el pecado, porque sabe ir más allá del pecado, vencer al mal y perdonarlo. Una fidelidad sin límites: es la última palabra de la revelación de Dios a Moisés. La fidelidad de Dios no decae porque el Señor…no duerme y está siempre atento a nosotros para llevarnos a la vida».
»Dios es leal siempre y totalmente -concluyó Francisco- Una presencia sólida y estable. Esta es la certidumbre de nuestra fe. En este Jubileo de la Misericordia confiémonos completamente a El para sentir la alegría de que somos amados por este Dios misericordioso y clemente, lento a la ira y grande en el amor y la fidelidad».