Ciudad del Vaticano, (Vis).-Educación, compartición, testimonio han sido las tres palabras que el Papa ha sugerido a los miembros del Movimiento Cristiano de los Trabajadores para vivir la vocación del trabajo, una vocación que »nos llama a imitar activamente la incansable obra del Padre y de Jesús que, como dice el Evangelio »siempre actúan».
En el Aula Pablo VI Francisco habló a 7.000 personas pertenecientes a esa organización de la importancia que reviste la educación que »no es solamente enseñar varias técnicas o impartir nociones, sino hacer más humana la realidad que nos rodea y a nosotros mismos. Y esto es válido, sobre todo, para el trabajo porque hace falta formar un nuevo »humanismo del trabajo». Porque vivimos en una época de explotación de los trabajadores, donde el trabajo no está exactamente al servicio de la dignidad de la persona, sino que es un trabajo esclavo. Tenemos que formar y educar a un nuevo humanismo del trabajo donde la persona y no el beneficio ocupe el centro, donde la economía sirva a la persona y no se sirva de la persona».
La educación es fundamental para »no ceder a los engaños de los que quieren hacer creer que el trabajo, el esfuerzo diario, la entrega de sí y el estudio no tienen valor». »Añadiría -dijo el Santo Padre- que hoy en el mundo del trabajo -pero también en todos los ambientes- es urgente educar a recorrer el camino, luminoso y empeñado de la honradez, escapando de los atajos del favoritismo y de las recomendaciones. Siempre hay estas tentaciones, pequeñas o grandes, pero siempre se trata de »compraventas morales», indignas de la persona: hay que rechazarlas, acostumbrando el corazón a la libertad. …De lo contrario, se engendra una mentalidad falsa y nociva que hay que combatir: la mentalidad de la ilegalidad que lleva a la corrupción de la persona y de la sociedad. La ilegalidad es como un pulpo que no se ve: está escondido, sumergido, pero con sus tentáculos aferra y envenena, contaminando y haciendo mucho daño».
Por cuanto respecta a la compartición, el Papa recordó que el trabajo no es solamente una vocación individual porque brinda la oportunidad de relacionarse con los demás. »El trabajo -afirmó- debería unir a las personas en lugar de alejarlas, haciendo que se encierren en si mismas y se distancien… Tendría que representar una ocasión para interesarnos por los que están a nuestro lado, para recibir como un don y como una responsabilidad la presencia de los demás».
Después, refiriéndose a una iniciativa del Movimiento denominada Servicio Civil que hace posible a sus miembros acercarse a personas y a contextos nuevos haciendo suyos sus problemas y esperanzas, subrayó la importancia de que los demás no sean solamente »los destinatarios de alguna que otra atención, sino de proyectos auténticos. Todos hacen proyectos para sí mismos, pero proyectar para los demás es dar un paso adelante: pone la inteligencia al servicio del amor, haciendo que la persona sea más íntegra y la vida más feliz, porque es capaz de dar».
Por último, el testimonio. »El apóstol Pablo -observó el Pontífice- empujaba a testimoniar la fe también mediante la actividad, venciendo la pereza y la indolencia y dio un regla muy fuerte y clara: »El que no quiera trabajar, que tampoco coma». También en aquel tiempo había algunos que hacían trabajar a los demás para comer ellos. Hoy, en cambio- constató- hay personas que querrían trabajar, pero no lo logran e incluso no llegan a comer. Encontráis a tantos jóvenes que no trabajan. Como habéis dicho son los »nuevos excluidos de nuestra época. Pensad que en algunos países de esta Europa nuestra, tan culta, la juventud llega al 40% de paro, 47%, 50% en otros países. ¿Pero que hace un joven que no trabaja? ¿Dónde acaba? En las dependencias, en las enfermedades psicológicas, en los suicidios. Y no siempre se publican las estadísticas de los suicidios juveniles. Es un drama. Es el drama de los nuevos excluidos de nuestro tiempo que se ven privados de su dignidad. La justicia humana exige el acceso al trabajo para todos. Y también nos interpela la misericordia divina: frente a las personas en apuros y a situaciones fatigosas -pienso en los jóvenes para los que casarse o tener hijos es un problema porque no tienen un empleo lo bastante estable o una casa- no sirve echar sermones. Hace falta, en cambio, transmitir esperanza, confortar con la presencia, sostener con la ayuda concreta».