Ni siquiera «nuestras comunidades católicas están exentas de estas reacciones defensivas y de rechazo», advierte el Papa.
«Queridos hermanos y hermanas, no os oculto mi preocupación por los signos de intolerancia, discriminación y xenofobia que existen en diferentes regiones de Europa. A menudo están motivados por la desconfianza y el miedo hacia el otro, al diferente, al extranjero. Me preocupa todavía más la triste constatación de que nuestras comunidades católicas en Europa no están exentas de estas reacciones defensivas y de rechazo, justificadas por un no especificado “deber moral” de preservar la identidad cultural y religiosa original».
Con esta crudeza reconocía este viernes Francisco su alarma por el «profundo malestar» que ha percibido en Europa «frente a la llegada masiva de inmigrantes y refugiados», el cual, no obstante, «debe ser reconocido y entendido a la luz de un momento histórico marcado por la crisis económica, que ha dejado heridas profundas». Ese malestar, añadía, ese malestar «es indicativo de los límites del proceso de unificación europea, de los obstáculos con los que se debe medir la aplicación real de la universalidad de los derechos humanos, de los muros contra los que se estrella el humanismo integral, que constituye uno de los frutos más hermosos de la civilización europea».
Sin rechazar la autocrítica, el Papa reconocía a la vez que «en la historia de la Iglesia no han faltado tentaciones de exclusivismo y atrincheramiento cultural», animando por el contrario a «mantener una actitud de apertura confiada que nos permite superar cualquier barrera».
Discurso del Papa a los responsables de Migraciones de los episcopados europeos en la Sala Clementina del Palacio Apostólico
Francisco dirigía este discurso a los directores nacionales de la pastoral para los migrantes participantes en un curso promovido por el Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE), a quienes exhortaba a que su voz «sea siempre profética, y, sobre todo, esté precedida por una obra coherente y basada en los principios de la doctrina cristiana».
La Iglesia –añadió–, debe acompañar al migrante «en todas las fases», desde la salida hasta el regreso, «de manera que todos los órganos de las iglesias locales situados a lo largo de la ruta sean protagonistas de la única misión, cada uno según sus propias posibilidades».
En lo que respecta a las Iglesias del Viejo Continente, «la llegada de tantos hermanos y hermanas en la fe» les ofrece «una nueva oportunidad de realizar plenamente su catolicidad», de modo que «muchas Iglesias locales en Europa se han enriquecido con la presencia de inmigrantes católicos, que han traído sus devociones y su entusiasmo litúrgico y apostólico», prosiguió el Obispo de Roma.
Pero además, «desde una perspectiva misionológica, los flujos migratorios contemporáneos constituyen una ocasión privilegiada para anunciar a Jesucristo y su Evangelio sin moverse del propio ambiente, de dar un testimonio concreto de la fe cristiana en la caridad y en el profundo respeto por otras expresiones religiosas». De este modo, «el encuentro con los migrantes y refugiados de otras confesiones y religiones es un terreno fértil para el desarrollo de un diálogo ecuménico e interreligioso sincero y enriquecedor».
Con el jesuita José Luis Pinilla, director del Secretariado de Migraciones
de la Conferencia Episcopal Española
Para facilitar una mayor unidad de acción, el Pontífice remitió a un documento de 20 puntos preparado por el nuevo Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral «que las Iglesias locales están invitadas a utilizar, completar y profundizar en su pastoral». Los puntos «se basan en las mejores prácticas que caracterizan la respuesta tangible de la Iglesia a las necesidades de los migrantes y refugiados».
En línea con su Mensaje para la próxima Jornada Mundial del Migrante y el Refugiado, el Papa reiteró su petición de que se garantice «la defensa de los derechos fundamentales de los migrantes y refugiados, independientemente de su estatus migratorio», sobre todo de los menores, y de que se amplíen «los medios legales y seguros de entrada». La medida eclesial más conocida en este sentido son los corredores humanitarios que, con apoyo del Papa, ha puesto en marcha la Comunidad de Sant’Egidio en Italia y en Francia. El asunto ha sido abordado ya con las autoridades españoles y todo está a punto para su puesta en marcha, sin coste alguno para la Administración. Falta solo el visto bueno del gobierno.
Ricardo Benjumea
Imagen: Protesta islamófoba en Dresde (Alemania)