Con la que está cayendo y estando, como estamos, inmersos en el mayor ataque a nuestro sistema de vida perpetrado por aquellos que deberían velar por nosotros, ¿podemos entretenernos en hablar de belleza? ¿Acaso es este un momento adecuado para recrearnos en lo hermoso, emplear tiempo y energía en buscar lo bello y trabajar para hacerlo más presente en nuestra inquieta y apresurada sociedad? La respuesta es, sin lugar a dudas, sí. Urge para pelear esta tormenta perfecta que han generado a nuestro alrededor.
Ahora que los grandes conceptos han sido reducidos a manejables y hemos despiezado al ser humano para tratar su cuerpo por partes, maltratar su psique y despreciar su alma, hemos de recuperar el significado mayúsculo de las palabras y, de entre todas ellas, de la belleza, pues será la que nos devuelva a la concepción integral del mundo y de nosotros mismos.
Nos han reducido tanto que, cuando hablamos de belleza, pensamos en guapos; yo misma soy muy de eso, estética y juegos de luz a través de hermosas vidrieras. Pensamos en fuentes y candelas, en volantes y música. Nubes, catedrales, una caricia. Todo grato y, en cierto modo, cómodo. No hemos de hacer más que observar lo ya bello o alargar la mano para acariciar suavemente a quien amamos, que está a nuestro lado y, a su vez, nos ama.
Pero, ¿qué hay más allá de todo esto, más allá de lo ya hermoso o cuando, al alargar la mano, uno solo encuentra un vacío, no hay nadie a quien regalar las caricias y ese amor que guardamos en el corazón? ¿Qué belleza hay más allá de lo obvio, de lo lógicamente admirable? ¿Qué es esa belleza que tanto nos cuesta porque no nos rodea? ¿Cómo atravesar el dolor que nos rasga la piel y el alma una vez, y otra, y otra? Aun cuando vivamos en un ambiente sórdido y doloroso, nuestra esencia interior nos empuja hacia algo a lo que tratamos de acercarnos por mucho que apenas veamos el camino.
Con herramientas torpes, talentos insuficientes y ansia de pertenencia, una belleza que no vive de lo bello que nos rodea nos impulsa y capacita para aliarnos con ella para lo que nos trasciende, lo que es mayor que nosotros. Para lo que hemos sido llamados, en definitiva. Es la belleza trabajada, de las que manchan. La que brota de enfrentarnos a la pieza de mármol y empezar a tallar con la gubia el resurgimiento de la Verdad y la Bondad que nuestro propio bloque esconde, a riesgo de poner la habitación perdida y que nuestros dedos rompan en llagas. Pulir y mimar la belleza de la Pietà, firmada con el ansia de una juventud hambrienta de futuro, y seguir tallando Davides y Moiseses sin firmar, porque nuestra manera de estar en la vida ya constituye nuestra marca. Son días en los que vestir nuestro manchado delantal de cuero y limpiarnos el sudor de la frente con manos llenas de pigmento, mientras subimos a los andamios de la capilla Sixtina para reflejar la belleza del hombre. Días de cálculos y medidas para levantar una cúpula a la que el mundo pueda mirar y albergue en sí misma los distintos estilos de los demás maestros.
¿Se imagina alguien alguna vez a Miguel Ángel vestido de limpio? No dudo de que se arreglara para las inauguraciones y demás eventos vitales, pero yo me lo imagino siempre trabajando en su taller o en los espacios que tan magníficamente nos regaló. Porque su esencia y su maestría vivían entre pigmentos, bocetos, polvo de mármol, planos y herramientas. Así debemos enfrentarnos a este mundo roto que habitamos y tratar de aportarle la belleza de la que seamos capaces para llegar a la verdad que ansiamos, a través de nuestra bondad posible, procurando hacer lo justo que, por responsabilidad, nos toca. Batallando internamente, como los maestros han hecho siempre, entre la realidad y nuestra mente, entre nuestras obras y nuestras ideas, entre la perfección y la vida.
Si aplicamos la máxima del amor de san Juan de la Cruz a la belleza, saldremos ganando en todo momento, pues al poner belleza donde no hay belleza, independientemente de que ese donde no hay belleza nos corresponda o no, encontraremos belleza. Porque sea como fuere la reacción de las personas o del entorno a nuestro gesto, como mínimo, ya será más hermoso que antes por esa pequeña hebra que hemos aportado.
Y este es, sin duda, el momento en el que, sin descartar la estética, debemos dedicarnos a esa belleza que bebe del esfuerzo, de la voluntad, de la constancia y de lo escondido. Es hora de apretarse los machos y engendrar y promocionar no solo la belleza de la que seamos capaces, sino aquella de la que sean capaces otros, aunque sea imperfecta. Y con este espíritu de trabajo, fajarnos el mono de faena y estar dispuestos a mancharnos, a dejarnos ajar por la belleza para imprimir en el mundo una huella más hermosa de la que hasta ahora hemos dejado.
La autora acaba de publicar De la Belleza (Cajón de Sastre)
ESTRELLA FERNÁNDEZ-MARTOS
Pintora
Publicado en Alfa y Omega
29 de enero 2023