Las vedrunas han puesto en marcha en Haití un proyecto para potalibilizar el agua. Antes, la gente bebía de fuentes donde se filtran las letrinas de las casas, con lo que conlleva de riesgos para la salud. Esta iniciativa, y otras tantas repartidas por el mundo, han sido las inspiradoras del documento vaticano Aqua fons vitae, porque el agua, asegura monseñor Duffé, «es un asunto de vida o muerte».
Haití no despierta de su pesadilla. Hace diez años la tierra tembló con tal virulencia que convirtió en poco más de un minuto al país más pobre de América en un amasijo de escombros. Ni siquiera hoy se sabe con certeza a cuántas personas se llevó por delante. Algunas fuentes citan 40.000; otras, 300.000. El agua era y es un bien de lujo. El 42 % de su población no puede beber agua potable, ni lavarse, ni tampoco cocinar. «La gente –niños y mujeres principalmente– tiene que desplazarse varios kilómetros, dependiendo de la zona donde vivan, para poder llevar el agua a sus casas. Cargan en sus cabezas cubos o garrafas de 20 litros», asegura la misionera del Sagrado Corazón española Matilde Moreno, cuya comunidad gestiona el único centro de salud que hay en la zona. Llegó hace 18 años a Balan, a unos 20 kilómetros de la capital, Puerto Príncipe, donde malviven unas 35.000 personas en chozas de barro sin electricidad ni inodoros. En 2006 fundaron un colegio que forma parte de la red de 16 centros que Fe y Alegría tiene en Haití, y lograron traer agua desde una fuente lejana. «Desde hace varios años esa conducción, por problemas de corrupción, no está funcionando», lamenta la religiosa, que coordina el departamento de Pedagogía de Fe y Alegría en el país. Para sobrevivir, recogen el agua de la lluvia, aunque «no es suficiente» ni para ellas, que son cuatro monjas, ni mucho menos para cubrir las necesidades del colegio o del centro de salud. «Por eso tenemos que comprar camiones de agua para abastecernos», relata. Solo el camión les cuesta 7.000 gourdes (unos 80 euros). Una fortuna si se tiene en cuenta que el 60 % de los haitianos vive con menos de dos dólares diarios.
Además, el agua que se vende no es potable. «Primero la filtramos y después hay dos posibilidades: la hervimos o le añadimos unas gotas de lejía especial, para consumo humano», explica. No todos lo hacen. Además, muchos beben en manantiales desprotegidos o en fuentes donde se filtran las letrinas de las casas, por lo que los parásitos intestinales están a la orden del día.
«Haití es el país de las mil montañas y en las zonas donde no es posible excavar un pozo artesanal se necesitan maquinarias muy costosas. No es que no haya agua, es que es muy difícil y caro extraerla», señala por su parte la hermana Alicia Figuera, misionera vedruna que vive en Fonds Parisien, la primera población que se encuentra nada más pasar la frontera sudeste con República Dominicana. En sus ocho años en esta localidad haitiana, no muy lejos de Balan, ha liderado un proyecto para potabilizar el agua a través de un sistema de ósmosis y ha mejorado el saneamiento de la zona instalando letrinas familiares. «Antes no había nada, la gente tomaba agua del pozo y enfermaban continuamente», explica. Pero con las dos potabilizadoras «hemos logrado introducir en la población una cultura del agua tratada». «La gente ahora se puede abastecer», describe. Este oasis es un ejemplo del buen hacer en un país sin recursos sobre el que el espectro de la pandemia de COVID-19 ya hace sombra. De momento, los contagios no superan el medio centenar, pero nadie quiere imaginar qué pasaría si el coronavirus se desatase. Su sistema sanitario, ya de por sí frágil e indefenso, no está listo para afrontar una infección que ha puesto de rodillas al mundo desarrollado. Ovil Jean Guito es epidemiólogo en la región de Artibonite, la más grande del país. «Estamos rezando para que el virus no llegue con toda su fuerza. Si lo hace, no tenemos los recursos de los que disponen otros países y sería un desastre», dice con la convicción de quien ha visto morir a demasiados pacientes por el virulento brote de cólera que llegó después del terremoto.
El Vaticano, implicado
Según datos de UNICEF y la OMS, unos 3.000 millones de personas en el mundo no disponen en su hogar de las instalaciones necesarias para lavarse las manos. Un sencillo gesto que puede salvar del contagio. Pensando en ellos, en los campesinos con problemas de riego y en los marineros, el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral ha publicado el documento Aqua fons vitae. Su objetivo es poner remedio a todos los desafíos relacionados con el agua. «Es un asunto de vida o muerte. Si la gente no se puede limpiar las manos o beber agua potable, el riesgo de contaminación aumenta. Lo más terrible es que tenemos las herramientas, pero los países ricos prefieren vender armas antes que ayudar al desarrollo de las obras hídricas en las zonas necesitadas», incide monseñor Bruno-Marie Duffé, secretario del dicasterio. «Un manejo del agua sabio y solidario contribuye a perseguir el bien común de la entera familia humana», agrega.
Para la elaboración de esta guía han sido fundamentales ejemplos de resiliencia como el proyecto para obtener agua transparente de Fonds Parisien en Haití. «El documento ha sido inspirado por las experiencias de la Iglesia a nivel nacional y local: subrayo que ya se está haciendo mucho; es un trabajo alentador», señala Tebaldo Vinciguerra uno de los funcionarios del dicasterio de la Santa Sede. A su juicio, que el COVID-19 haya golpeado antes a los países ricos, quizás haga «posible lo que nunca ha dejado de ser necesario: aquellos esfuerzos para un desarrollo real, justo, inclusivo y sostenible en todo el mundo».
Además de evidenciar los desafíos que conlleva la falta de fuentes potables, como la especulación o venta en el mercado negro del agua segura, así como la explotación sexual ejercida por los que controlan los recursos hídricos, el documento del Vaticano explora algunas soluciones. Se contempla, por ejemplo, el trabajo con pescadores locales para que, además de conseguir pescado, recojan basura del mar; implicar a familias o grupos de scouts en la limpieza de las playas; que las parroquias implementen sistemas de reciclaje, o crear puntos de acceso comunitarios al agua potable en países en vías de desarrollo. El departamento del Vaticano ya se ha puesto manos a la obra. Lleva semanas de diálogo con conferencias episcopales de todo el mundo y con varias organizaciones de la Iglesia para desarrollar una estrategia y coordinar esfuerzos en esta batalla.
Victoria Isabel Cardiel C. ( Roma)
Imagen: La religiosa Alicia Figuera, en la potabilizadora.
(Foto: Alicia Figuera)