La co-iniciadora del Camino Neocatecumenal murió el martes 19 de julio por la tarde a los 85 años
Carmen Hernández, que junto a Kiko Argüello ha sido co-iniciadora del Camino Neocatecumenal, era un espíritu libre. De esa libertad que viven solo las personas que han encontrado a Jesucristo en su vida y han entendido que todo lo demás pasa a un segundo plano.
A las 16.45 del martes 19 de julio murió a los 85 años, en su casa paterna de Madrid, después de una larga enfermedad que la había obligado a estar en reposo durante un año y medio. Ella, que en su vida no se había parado nunca, que junto a Kiko había dado la vuelta al mundo para anunciar el kerygma, la Buena Noticia, empezando por esas chabolas de la periferia de Madrid donde se trasladó a finales de los años sesenta para llevar la Palabra en medio de los gitanos, presos y criminales.
Un camino que había elegido Dios para ella, como amaba repetir, visto que sus proyectos y los de su familia rica eran otros. Comenzó los estudios científicos con el padre detrás que la empujaba a un futuro empresarial.
Quiso encender ese sagrado fuego misionero que quemaba en su corazón desde que era una niña y en Tudela, en la orilla del Ebro, veía pasar misioneros jesuitas, dominicos y salesianos procedentes de todos los rincones de la tierra.
Con 15 años expresó su deseo de ir a la India, creando no pocos trastornos en su familia. El propósito se concretizó algún año más tarde con la mayoría de edad cuando decidió convertirse en misionera católica y se retiró durante ocho años en el Instituto Misioneras de Cristo Jesús, en Barcelona.
Eran los años ’60 y mientras los jóvenes de su edad soñaban con la revolución, ella aspiraba a formar equipo misionero en Bolivia. Una de ellas consiguió partir y trabajar con los indios. Ella, mientras tanto, continuaba en España buscando jóvenes que se comprometieran con el proyecto. En esa época estudiaba teología e intensificaba su compromiso religioso, pero decidió permanecer en el estado laical. Para mantenerse trabajaba en una fábrica y como mujer de la limpieza.
Es en esos mismo años, que en la Iglesia soplaba el Espíritu del Concilio Vaticano II, a través de su hermana Pilar, en aquel momento voluntaria en una asociación de rehabilitación de prostitutas, conoció a un tal Kiko Argüello, joven pintor también de buena familia y que había renunciado a una prometedora carrera para ir con una Biblia, una guitarra y las florecillas de San Francisco, entre los pobres de Palomeras Altas.
Una locura, que aun así a Carmen le pareció mucho más concreta como servicio en la Iglesia que muchos de sus proyectos. Decidió seguir a este “extraño hombre” con barba y se fue a vivir a una chabola a medio kilómetro de él, pensando, en el fondo, que había encontrado un elemento válido para su misión en Bolivia. Pero cuando Carmen conoció la comunidad de Palomeras –contaba ella misma– tuvo una gran sorpresa: descubrió que la Iglesia no estaba compuesta de gente elegida sino de pobres y pecadores, porque era allí que Jesucristo se hacía presente.
El resto de la historia es conocida por todos: las primeras comunidades formadas por los gitanos, el traslado a Roma en el barrio periférico ‘Borghetto latino’, la evangelización en las parroquias de todo el mundo, la elaboración de esas catequesis iniciales a las que ella dio la mayor contribución gracias a sus estudios teológicos y que, también por su tenacidad, fueron aprobadas después de mucho tiempo por la Santa Sede con el nombre de “Directorio Catequético del Camino Neocatecumenal”.
Catequesis que en estos años han acercado a millones de personas a la Iglesia a través de eso que ella no quería que se definiera como “movimiento”, y tampoco como asociación o congregación, sino una realidad eclesial fruto de la renovación del Concilio.
El Camino, se sabe, cuenta hoy con grandes números: cerca de 30 mil comunidades en 125 países, miles de vocaciones y un centenar de seminarios, pero a Carmen no le gustaba oírlo. Siempre se alejaba del triunfalismo y vanaglorias o de reconocimientos públicos, como el doctorado en teología honoris causa de la Catholic University of America de Washington le concedió a ella y a Kiko el 16 de mayo de 2015.
Lo que Carmen buscaba era el bien de las personas, y esto implicaba también un forma contundente de decir la verdad como era. Empezando por Kiko. No se olvidan de hecho sus reproches convertidos en una escena imperdible de los encuentros vocacionales, cuando después de las catequesis apasionadas de Kiko, frente a multitudes, se ponía de pie y con inconfundible acento madrileño decía: “¡Yo siempre digo a Kiko que el infierno está lleno de predicadores como él!”.
Otro episodio tuvo lugar en las celebraciones en el 2009 de los 40 años del Camino Neocatecumenal en la Basílica de San Pedro. Durante un discurso interminable de Carmen, Kiko trataba de hacerla abreviar, y ella le gritó en español: “¡Calla, estoy hablando al Papa!”, sacando una sonrisa también a Benedicto XVI.
Cómo olvidar sus ánimos a las vocaciones femeninas o las palabras sobre la importancia del rol de la mujer “fábrica de la vida” para la Iglesia, para la familia y para la sociedad. Por esto –repetía continuamente– desde la primera página del Génesis hasta el final de la Apocalipsis, el demonio perseguía siempre a una mujer.
Kiko tiene un recuerdo conmovedor sobre ella: “Carmen, ¡qué enorme ayuda para el Camino! Nunca me aludó, siempre pensando en el bien de la Iglesia. ¡Qué mujer fuerte!”, escribe en una carta publicada ayer tras el fallecimiento. “Espero morir pronto y reunirme con ella. Carmen ha sido para mí un acontecimiento maravilloso” con “su genio grande, su carisma, su amor al Papa y sobre todo su amor a la Iglesia”. Ha sido conmovedor –prosigue Kiko– que haya esperado a que yo llegara, la besara y le dijera: ¡Ánimo! Y después de darle un besito ha fallecido.
El funeral se celebrará el jueves 21 de julio, a las 18.00, en la catedral de la Almudena de Madrid, presidido por el arzobispo Carlos Osoro Sierra, en presencia de numerosos obispos y cardenales cercanos a la realidad neocatecumental y los itinerantes de toda Europa. Mientras tanto, las comunidades de todo el mundo se reunieron en oración en signo de reconocimiento por esta mujer que, con su pasión y su dar la vida, les ha transmitido el amor por Cristo y por la Iglesia.
Salvatore Cernuzio