El último niño oblato del Císter lleva 97 días viviendo en la calle y pasando frío. Francisco Jesús fue religioso desde los 8 hasta los 21 años, e incluso defendió su tesis ante el entonces cardenal Ratzinger, pero la vida le ha llevado a la indigencia. Es uno de los pobres de Dios, un anawin que reza en latín el padrenuestro.
—¿Por qué está en la calle?
—Tuve trabajo hasta el 2 de febrero y pude ir tirando con mis ahorrillos hasta que se acabó el dinero.
—¿Y antes de eso?
—Estuve trabajando ocho años en un grupo vitivinícola en Navarra, pero hace dos me quedé viudo y fue cuando decidí venirme a Madrid. No aguantaba seguir allí con tantos recuerdos.
—¿Dónde está durmiendo?
—En una esquina, bajo un tejadillo. Hace frío, pero por lo menos no me mojo.
—¿Cómo es eso de dormir en la calle, para quien no lo sepa?
—Tengo un saco de dormir y una sabanita para echarme por encima, porque el saco me asfixia. Estás todo el rato pensando en que llegue la mañana, duermes con un ojo abierto y con otro cerrado. Estás constantemente alerta.

—¿Hay inseguridad por la noche?
—Por supuesto que sí. A mí me roban casi todos los días.
—¿Y para comer?
—Me dan comida de un restaurante, pero si una semana tiene siete días me la puedo comer tres. El resto me la quitan. También me han robado la prótesis dental, la documentación, el móvil, ropa…
—En estos 97 días que lleva viviendo en la calle, ¿qué ha aprendido de la gente y de la vida?
—He corroborado un refrán que decía mi abuelo: «No te fíes ni de tu sombra, porque cuando el sol se pone ella se va». Lo he visto hasta en la gente de los servicios sociales, que pasan delante de mí sin siquiera preguntarme nada. Lo de la campaña del frío es un barracón militar, lleno de literas, donde duermes más despierto que si estuvieras en la calle.
—¿Hay alguien que se haya portado bien con usted en este tiempo?
—Sí, hace unos días estaba viendo pasar a la gente con su cesta de Navidad. Y de repente vino un negrito de los que trabajan en la obra de la plaza, con su cesta también. Y me suelta: «Para ti».
—¿Cree en Dios?
—Hombre, claro que sí. Yo rezo a la Virgen María todos los días. Y todos los días me concede un milagro.
—¿En serio?
—Claro. Por ejemplo, hoy iba andando por la calle preocupado porque no tenía tabaco e iba a tener que recoger colillas del suelo. Pues mira, ¡me he encontrado un paquete de tabaco! Y luego ha venido una señora y me ha traído un poco de pollo y después otro chico me ha traído dos sándwiches.
Soy creyente y católico. Estuve desde los 8 años hasta los 21 en el Císter de la Estricta Observancia.
—¿De verdad?
—Sí, señor, fui cisterciense. Y fui el último niño oblato que autorizó Juan Pablo II, uno de esos que su familia entregaba para formarse en un monasterio.
—¿Llegó a realizar los votos?
—De primer año. Entré en San Pedro de Cardeña y luego estuve en otros monasterios de España y Francia. Nunca tuve vocación de sacerdote, solo quería ser hermano. Llegué a defender mi tesis en el monasterio de las Tres Fuentes de Roma, ante el que entonces todavía era el cardenal Ratzinger.
—No me diga.
—Sí, y me hizo una pequeña trampa. Me preguntó en latín con un pequeño error y le corregí, porque esa era la trampa. En el monasterio estudiaba Gramática Latina y Griega, y cantábamos en gregoriano en latín. Al final lo acabas dominando.
—¿Sigue rezando con aquellas oraciones que aprendió de niño?
—Sí, claro. Pater noster, qui es in caelis: sanctificetur nomen tuum… Y si hace falta te lo digo en griego también [risas].
JUAN LUIS VÁZQUEZ DÍAZ-MAYORDOMO
Alfa y Omega
26.12.2025
