En la audiencia jubilar del jueves 30, la última antes de la pausa estival, el Santo Padre ha dado las gracias por su reciente viaje a Armenia
El Papa advierte de que la gente que pasa por la vida, que va por la vida, sin notar las necesidades de los otros, sin ver tantas necesidades, espirituales y materiales, es gente que pasa sin vivir, es gente que no sirve a los otros
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha celebrado el jueves 30 de junio la audiencia jubilar, la última antes de la pausa estival. De este modo, las audiencias generales se retomarán en el mes de agosto. Así, en la audiencia general de esta semana ha continuado con las catequesis sobre la misericordia y también ha reflexionado sobre su reciente viaje a Armenia. Como es habitual, a la llegada de Francisco a la plaza, la gran multitud allí reunida ha celebrado con alegría el poder verle de cerca. Desde el jeep descubierto, el Pontífice dada su bendición y mostraba su cariño y cercanía a los peregrinos allí reunidos.
En el resumen de la catequesis hecho en español, el Santo Padre ha indicado que “la misericordia no es una palabra abstracta, sino un estilo de vida”. Parafraseando las palabras del apóstol Santiago podemos decir: la misericordia sin obras está muerta por dentro, ha recordado.
Asimismo, ha señalado que “la vida diaria nos permite palpar tantas exigencias con relación a las personas más pobres y vulnerables”. Y ha señalado que “encontramos situaciones dramáticas de pobreza y parece que no nos afecta; todo continúa como si eso fuera normal”.
El Pontífice ha precisado que “quien ha experimentado la misericordia del Padre no puede permanecer indiferente ante las necesidades de los hermanos”.
Por otro lado, ha subrayado que las palabras de Jesús no admiten respuestas evasivas: tenía hambre y me has dado de comer; tenía sed y me has dado beber; estaba desnudo, enfermo, en la cárcel, era prófugo y me has asistido. “No se puede dar largas a una persona que tiene hambre: es necesario darle de comer. Las obras de misericordia no son teoría, sino testimonio concreto”, ha aseverado Francisco.
Finalmente, ha querido aprovechar la ocasión para agradecer su viaje a Armenia. El Papa ha dado las gracias al presidente de la República, al Catholicós Karekin II, al patriarca y a los obispos católicos y a todo el pueblo armenio “por acogerme como peregrino de fraternidad y de paz”. Asimismo, ha recordado que si Dios quiere, dentro de tres meses, viajará a Georgia y Azerbaiyán. “He decidido visitar estos países de la región del cáucaso para apreciar sus antiguas raíces cristianas y alentar la esperanza y los caminos de paz”, ha explicado.
A continuación ha saludado cordialmente a los peregrinos de lengua española, provenientes de España y Latinoamérica. Que María, Madre de Misericordia –ha deseado– nos ayude a dar espacio a la fantasía de la caridad para que el camino de la misericordia sea cada vez más concreto.
Después de los saludos en las distintas lenguas, ha dedicado unas palabras a los jóvenes, los enfermos y los recién casados. El Santo Padre ha recordado que hoy se celebra la memoria de los primeros mártires de la Iglesia de Roma y “rezamos por los que todavía pagan el caro precio de su pertenencia a la Iglesia de Cristo. Por ello, ha invitado a los jóvenes a que “la fe tenga espacio y de sentido a su vida”. A los enfermos ha exhortado a ofrecer su sufrimiento “para que los alejados encuentren el amor de Cristo”. Finalmente a los recién casados ha exhortado a ser “educadores de vida y modelos de fe” para sus hijos.
Rocío Lancho García
Texto completo de la catequesis
Queridos hermanos y hermanas, buenos días
¡Cuántas veces, durante estos primeros meses del Jubileo, hemos escuchado hablar de las obras de misericordia! Hoy el Señor nos invita a hacer un serio examen de conciencia. Está bien, de hecho, no olvidar nunca que la misericordia no es una palabra abstracta, sino un estilo de vida. Una cosa es hablar de misericordia, otra es vivir la misericordia. Una persona puede ser misericordiosa o puede ser no misericordiosa. Es un estilo de vida, yo elijo vivir como misericordioso o elijo vivir como no misericordioso. Una cosa es hablar de misericordia, otra es vivir la misericordia. Parafraseando las palabras de Santiago apóstol (cfr 2,14-17) podemos decir: la misericordia sin las obras está muerte en sí misma. ¡Es precisamente así! Lo que hace viva la misericordia es su constante dinamismo para ir al encuentro de los necesitados y a las necesidades de los que están en la penuria espiritual y material. La misericordia tiene ojos para ver, oídos para escuchar, manos para levantar…
La vida cotidiana nos permite tocar con la mano muchas exigencias que tienen que ver con las personas más pobres y más probadas. A nosotros se nos pide esa atención particular que nos lleva a darnos cuenta del estado de sufrimiento y necesidad en la que están tantos hermanos y hermanas. A veces pasamos delante de situaciones de pobreza dramática y parece que no nos tocan; todo continúa como si nada, en una indiferencia que al final hace hipócritas y, sin que nos demos cuenta, conduce a una forma de letargo espiritual que hace insensible el alma y estéril la vida. La gente que pasa por la vida, que va por la vida, sin notar las necesidades de los otros, sin ver tantas necesidades, espirituales y materiales, es gente que pasa sin vivir, es gente que no sirve a los otros. Y recordad bien: quien no vive para servir, no sirve para vivir.
¡Cuántos son los aspectos de la misericordia de Dios hacia nosotros! ¡De la misma manera, cuántos rostros se dirigen a nosotros para obtener misericordia! Quién ha experimentado en la propia vida la misericordia del Padre no puede permanecer insensible delante de las necesidades de los hermanos. La enseñanza de Jesús que hemos escuchado no consiente caminos de fuga: Tenía hambre y me has dado de comer; tenía sed y me has dado beber; estaba desnudo, enfermo, en la cárcel, era prófugo y me has asistido (cfr Mt 25,35-36). No se puede tergiversar delante de una persona que tiene hambre: es necesario darle de comer. Jesús nos dice esto. Las obras de misericordia no son temas teóricos, sino testimonios concretos. Obligan a remangarse para aliviar el sufrimiento.
A causa de los cambios de nuestro mundo globalizado, algunas pobrezas materiales y espirituales se han multiplicado: damos por tanto espacio a la fantasía de la caridad para concretar nuevas modalidades operativas. En este modo el camino de la misericordia se hará cada vez más concerta. A nosotros, por tanto, se nos pide que permanezcamos vigilante como centinelas, para que no suceda que, delante de las pobrezas producidas por la cultura del bienestar, la mirada de los cristianos se debilite y se haga incapaz de mirar a lo esencial. Mirar a lo esencial ¿qué significa? Mirar a Jesús en el hambriento, en el preso, en el enfermo, en el desnudo, en aquel que no tiene trabajo y debe mantener a una familia. Mirar a Jesús en estos hermanos y hermanas nuestros. Mirar a Jesús en aquel que está solo, triste, en aquel que se equivoca y necesita un consejo, en aquel que necesita hacer un camino en silencio para que se sienta en compañía. Estas son las obras que Jesús nos pide. Mirar a Jesús en ellos, en esta gente. ¿Por qué? Porque Jesús a mí, a todos nosotros, nos mira así.
Y ahora pasamos a otra cosa.
En los días pasados el Señor me ha concedido visitar Armenia, la primera nación que abrazó el cristianismo, a principios del siglo IV. Un pueblo que, a lo largo de su historia, ha testimoniado la fe cristiana con el martirio. Doy gracias a Dios por este viaje, y estoy vivamente agradecido al presidente de la República Armenia, el Catholicós Karekin II, al Patriarca y a los obispos católicos, y dentro del pueblo armenio por haberme acogido como peregrino de fraternidad y de paz.
Dentro de tres meses realizaré, si Dios quiere, otro viaje a Georgia y Azerbaiyán, otros dos países de la región caucásica. He acogido la invitación de visitar estos países por un doble motivo: por una parte la valoración de las antiguas raíces cristianas presentes en esas tierras –siempre en espíritu de diálogo con las otras religiones y culturas– y por la otra animar esperanza y sentimientos de paz. La historia nos enseña que el camino de la paz requiere una gran tenacidad y de pasos continuos, comenzando por esos pequeños y poco a poco haciéndoles crecer, yendo el uno al encuentro del otro. Precisamente por esto mi deseo es que todos y cada uno den la propia contribución para la paz y la reconciliación.
Como cristianos estamos llamados a reforzar entre nosotros la comunión fraterna, para dar testimonio al Evangelio de Cristo y para ser levadura de una sociedad más justa y solidaria. Por esto la visita ha sido compartida con el Supremo Patriarca de la Iglesia Apostólica Armenia, que me ha hospedado fraternalmente durante tres días en su casa.
Renuevo mi abrazo a los obispos, a los sacerdotes, a las religiosas y a los religiosos y a todos los fieles de Armenia. La Virgen María, nuestra Madre, les ayude a permanecer firmes en la fe, abiertos al encuentro y generoso en las obras de misericordia. Gracias.