En el reciente discurso de la presidenta de la Unión Europea, Ursula von der Leyen, abrió el debate sobre los riesgos que enfrentan niños y adolescentes en el uso de los dispositivos tecnológicos. No se trata de una discusión nueva. En los últimos años, han sido varias las comunidades autónomas que también han apostado por implementar iniciativas que reduzcan el uso de las pantallas en las aulas. Sin duda, la preocupación es creciente y ha obligado a los colegios a replantear la manera en la que integran los dispositivos en su modelo educativo.
Hay algo que es claro y es que los niños de hoy necesitan adquirir competencias digitales. Es decir, no podemos aislar a los más pequeños de la realidad digital que nos rodea. Pero, este aprendizaje debe ir acompañado de una sólida educación digital que fomente un uso controlado, equilibrado, responsable y saludable de la tecnología.
De este modo, el papel de los centros educativos es doble. Por un lado, debe ofrecer a alumnos las competencias para que puedan desarrollarse con éxito en el ámbito digital, aplicado a su futuro académico y laboral. Por otro lado, debemos enseñarles a reconocer los riesgos asociados al uso de Internet y redes sociales.

Para lograrlo, es recomendable establecer limitaciones en cuanto a las tareas digitales que encomendamos a los alumnos, tanto dentro como fuera de clase. Los libros físicos, en papel, deben volver a tener un papel protagonista en el día a día de los niños, fomentando su lectura dentro y fuera de las aulas.
Sin embargo, la responsabilidad no debe recaer exclusivamente en los colegios. Tal como recuerda CICAE (Asociación de Colegios Privados e Independientes de España), la mayor parte de los abusos de móviles y redes sociales se produce fuera del horario lectivo. De ahí la importancia de que las familias supervisen el contenido al que acceden los menores y lo que ellos mismos publican en la red, explicándoles que las imágenes y vídeos que comparten permanecen de forma indefinida en internet.
Esta sobreexposición a las pantallas puede derivar en síntomas depresivos, según estudios recientes del National Institute for Health. Además, aumenta el riesgo de que los jóvenes entren en contacto con movimientos de radicalización, teorías conspirativas y que terminen teniendo acceso a contenidos inapropiados para su edad.
Para mitigar estos riesgos, es imprescindible que las familias tengan también las herramientas necesarias para realizar el control desde casa. La coordinación familia-escuela es fundamental. En nuestro caso, por ejemplo, hemos optado por ofrecer un programa de formación para familias sobre salud digital para así favorecer esa colaboración entre ambos ámbitos de la vida de los alumnos.
Por otro lado, nuestra recomendación a las familias retrasar la entrega de móviles hasta legal mínima y que consideren establecer acuerdos entre padres para evitar la presión social entre compañeros. Aunque el colegio no puede intervenir en lo que ocurre fuera del horario escolar, es muy importante que, como mencionaba anteriormente, trabajemos mano a mano con las familias para proteger a nuestros jóvenes de los peligros derivados del entorno digital.
Para ello, es fundamental que los centros escolares hagan todo lo posible por estar actualizado en cuanto a las innovaciones y puedan así, adaptar sus políticas a los desafíos tecnológicos y sociales que surjan.
En definitiva, el reto no consiste en eliminar la tecnología de la vida de los niños y adolescentes, sino enseñarles a utilizarla de manera consciente y responsable. Solo mediante la colaboración entre familias, escuelas y administraciones se podrá garantizar un entorno digital seguro, que se convierta en herramienta de aprendizaje y crecimiento, y alejarlos de los riesgos que afectan a su bienestar emocional y social.
IAN PIPER
Director de Hastings School