Acompañamos a Jesús y le expresamos nuestra gratitud porque ha cargado con todos los pecados y no ha dejado ningún rincón de la condición humana por redimir.
17 de abril 2025.- Tormentas por doquier. Nuestra pequeña barca cabecea y tememos por nuestra supervivencia. Pero no estamos solos. El Señor ha tomado asiento en nuestra barca. Volvemos a recordar que nadie se salva solo. Que todos estamos en la misma barca. Que las cruces compartidas son más llevaderas. Que, cuando nos fiamos de Cristo, «nos sentimos poderosamente estimulados a aferrarnos a la esperanza que se nos ofrece […]: es como un ancla del alma, sólida y firme». En este vía crucis, que se rezó en la catedral de la Almudena el miércoles, acompañamos a Jesús y le expresamos nuestra gratitud porque ha cargado con todos los pecados y no ha dejado ningún rincón de la condición humana por redimir. En el centro está la cruz, el signo más importante. En ella está la sabiduría de Dios; precisamente, en el abajamiento y la humildad.
Textos
Adaptación de un texto preparado por Fernando Prado Ayuso, CMF. Editorial Claretiana.
1
Jesús es condenado a muerte

Marcos 15, 12-13.15
Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó: «¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?». Ellos gritaron de nuevo: «Crucifícalo». Y Pilato, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
«La cruz de Jesús es la Palabra con la que Dios ha respondido al mal del mundo. A veces nos parece que Dios no responde al mal, que permanece en silencio. En realidad, Dios ha hablado, ha respondido, y su respuesta es la cruz de Cristo: una palabra que es amor, misericordia, perdón. Y también juicio: Dios nos juzga amándonos. Recordemos esto: Dios nos juzga amándonos. Si acojo su amor estoy salvado, si lo rechazo me condeno, no por Él, sino por mí mismo, porque Dios no condena, Él solo ama y salva […]. La palabra de la cruz es también la respuesta de los cristianos al mal que sigue actuando en nosotros y a nuestro alrededor. Los cristianos deben responder al mal con el bien, tomando sobre sí la cruz, como Jesús» (Papa Francisco).
Hacemos presentes a todas las personas injustamente condenadas y perseguidas a causa de su fe, de su anhelo por la paz y la justicia. Traemos junto a Cristo azotado y condenado a las personas privadas de libertad o esclavizadas por las adicciones, a todas las que no encuentran su lugar en el mundo y se sienten condenados por la vida.
2
Jesús carga con la cruz

Juan 19, 17
Y Jesús, cargando la cruz, se dirigió a un lugar llamado de la Calavera, que en hebreo se dice Gólgota.
«Ya lo dijo nuestro Señor: “El que quiera venir conmigo, que cargue con su cruz y me siga”. Y debajo de la cruz solo hay lugar para el que quiere poner el hombro. […] Cuando uno “pone el hombro” encuentra su lugar en la vida. Cuando le ponemos el hombro a las necesidades de nuestros hermanos, entonces experimentamos, con asombro y agradecimiento, que Otro nos lleva en hombros a nosotros.[…] Es ahí, precisamente, cuando el sufrimiento de nuestros hermanos nos toca hiriéndonos y el sentimiento de impotencia se hace más profundo y duele; es donde encontraremos nuestro camino verdadero hacia la Pascua» (Papa Francisco).
Presentamos las cruces de tantas familias que sufren desarraigo, rupturas, enfermedades, carencias. Presentamos a Dios el anhelo de una cultura de vida albergada en el seno de una familia, como eco del amor de Dios, que la haga viable, le dé estabilidad, seguridad y confianza.
3
Jesús cae por primera vez

Profeta Isaías 53, 4-6
¡Eran nuestras dolencias las que él llevaba, y nuestros dolores los que soportaba! Le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Pero Él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Él soportó el castigo que nos trae la paz, sus heridas nos curaron Nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino y Yahvé descargó sobre él la culpa de todos nosotros.
«Una de las tentaciones más serias que aparta nuestro contacto con el Señor es la conciencia de derrota. Frente a una fe combativa por definición, el enemigo, bajo ángel de luz, sembrará las semillas del pesimismo. Nadie puede emprender ninguna lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo. El que comienza sin confiar, perdió de antemano la mitad de la batalla. El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz bandera de victoria» (Papa Francisco).
Pedimos al Señor que seamos capaces de contagiar a nuestros catequistas y catequizandos el amor por la cruz que ha sido exaltada. Ya no es el símbolo de un patíbulo, sino una apremiante invitación a experimentar el encuentro con Jesús resucitado y el seguimiento de su causa.
4
Jesús encuentra a su Madre

Lucas 2, 34-35.51b
Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción, y a ti misma una espada te traspasará el alma, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones». Su madre conservaba cuidadosamente todo esto en su corazón.
«No estamos solos. Somos muchos, somos un pueblo, y la mirada de la Virgen nos ayuda a mirarnos entre nosotros de otra manera: aprendemos a ser más hermanos porque nos mira la Madre, a tener esa mirada que busca rescatar, acompañar, proteger… La mirada de la Virgen nos enseña a mirar a los que miramos menos y que más necesitan: los más desamparados, los que están solos, los enfermos, los que no tienen con qué vivir, los chicos de la calle, los que no conocen a Jesús, los que no conocen la ternura de la Virgen. […] En María, muchos encuentran la fuerza de Dios para sobrellevar los sufrimientos y cansancios de la vida (EG, 286)» (Papa Francisco).
María encuentra consuelo en la Iglesia, su nueva familia introducida por Juan, tras la pérdida de Jesús. Presentamos ante la cruz de Cristo la soledad de muchos mayores que anhelan compañía y afecto. Que nuestras comunidades cristianas sean una familia de bautizados con las puertas bien abiertas a tantas personas que se sienten solas y abandonadas.
5
El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz

Lucas 23, 26
Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús.
«Solo aquel que se reconoce vulnerable es capaz de una acción solidaria. Pues conmoverse (moverse-con), compadecerse (pa-decer-con) de quien está caído al borde del camino, son actitudes de quien sabe reconocer en el otro su propia imagen, mezcla de tierra y tesoro, y por eso no la rechaza. Al contrario: la ama, se acerca a ella y, sin buscarlo, descubre que las heridas que cura en el hermano son ungüento para las propias. […] De ahí que hablemos de la dignidad de la persona, de cada persona, más allá de que su vida física sea apenas un frágil comienzo o esté a punto de apagarse como una velita. La persona, cuanto más frágiles y vulnerables sean sus condiciones de vida, más digna es de ser reconocida como valiosa. Y ha de ser ayudada, querida, defendida y promovida en su dignidad. Y esto no se negocia» (Papa Francisco).
La Iglesia nos recuerda que la fe tiene una dimensión sociocaritativa. No somos prometeos que tengamos respuesta para todos los dramas humanos. Pero sí queremos ser cirineos que, a través de la caritativa de toda la comunidad cristiana, aliviemos las cruces tan pesadas que soportan bastantes de nuestros contemporáneos.
6
Verónica enjuga el rostro de Jesús

Del libro de los Salmos 27, 8-9
Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro». Tu rostro buscaré, Señor. No me escondas tu rostro. No rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio; no me deseches, no me abandones, Dios de mi salvación.
«Hoy, más que nunca, se puede descubrir detrás de tantas demandas de nuestra gente una búsqueda de Absoluto que, por momentos, adquiere la forma de grito doloroso de una humanidad ultrajada: “Queremos ver a Jesús” (Jn 12, 21). Son muchos los rostros que, con un silencio más decidor que mil palabras, nos formulan esta petición. Los conocemos bien: están en medio de nosotros. Rostros de niños, de jóvenes, de adultos… No faltan rostros marcados por el dolor y la desesperanza» (Papa Francisco).
A veces Jesús somos todos. También las familias de las personas con discapacidad y la propia comunidad cristiana que se siente cuidada, enriquecida, consolada y aliviada, paradójicamente, por la riqueza que, al modo de la Verónica, aportan las personas con discapacidad cuando las integramos, reconocemos y otorgamos el papel que les corresponde en nuestra Iglesia.
7
Jesús cae por segunda vez

Del libro de los Salmos 22, 8.12
Al verme se burlan de mí, hacen muecas, menean la cabeza. Pero tú, Señor, no te quedes lejos, que el peligro está cerca y nadie me socorre.
«Las dificultades y las tribulaciones forman parte del camino para llegar a la gloria de Dios, como para Jesús, que ha sido glorificado en la Cruz: las encontraremos siempre en la vida. No nos desanimemos: tenemos la fuerza del Espíritu para vencer nuestras tribulaciones. […] No hay dificultades, tribulaciones, incomprensiones que nos hagan temer si permanecemos unidos a Dios como los sarmientos están unidos a la vid, si no perdemos la amistad con Él, si le hacemos cada vez más espacio en nuestra vida» (Papa Francisco).
Jesús cae y se levanta. Cuando caminamos juntos es más difícil tropezar y, si alguien cae, entre todos le levantamos. La Iglesia quiere impulsar el modo sinodal como una forma de ser Iglesia que nos ayude en el territorio a ser realmente misión compartida desde la comunión fraterna y la ayuda mutua.
8
Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén

Lucas 23, 27-28
Lo seguía un gran gentío del pueblo y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos. Llegan días en los que se dirá: “Dichosas las estériles, los vientres que no han parido y los pechos que no han criado”…; porque si con el leño verde hacen esto, con el seco ¿qué sucederá?».
«En las lágrimas de una mamá o de un papá que llora por sus hijos se esconde la mejor oración que se puede hacer en la tierra; esa oración de lágrimas silenciosas y mansas que es como la de nuestra Señora al pie de la cruz, que sabe estar al lado de su Hijo sin estallidos ni escándalos, acompañando, intercediendo». […] Interceder no nos aparta de la verdadera contemplación, porque la contemplación que deja fuera a los demás es un engaño. […] El corazón de Dios se conmueve por la intercesión, pero en realidad Él siempre nos gana de mano, y lo que posibilitamos con nuestra intercesión es que su poder, su amor y su lealtad se manifiesten con mayor nitidez en el pueblo (EG 281-283)» (Papa Francisco).
Hacemos presente a todas las mujeres que lloran desconsoladamente porque son víctimas de trata, de violencia o de cualquier forma de abuso o discriminación. Que la comunidad cristiana sea para ellas un espacio seguro en el que cultivar la esperanza. Recordemos que en este año jubilar se nos invita a hacer nuestra aportación a la lucha eclesial contra esta causa.
9
Jesús cae por tercera vez bajo el peso de la cruz

Mateo 11, 28-29
Acercaos a mí todos los que estáis cansados y abrumados, que yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; encontraréis descanso, pues mi yugo es llevadero y mi carga ligera.
«Puedes presentar al Señor tus cansancios y fatigas, como los de las personas que el Señor te ha puesto en tu camino. Puedes dejar que el Señor abrace tu fragilidad, tu barro, para transformarlo en fuerza evangelizadora y en fuente de fortaleza. Así lo experimentó el apóstol Pablo: “Estamos atribulados por todas partes, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados. Siempre y a todas partes, llevamos en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2 Cor 4, 8-10)» (Papa Francisco).
10
Jesús es despojado de sus vestiduras

Del libro de los Salmos 22, 19
Se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica.
«La cruz de Jesús nos lleva a Él, que es la Verdad, el Camino, la Vida. Para los no creyentes la cruz no era más que un patíbulo, una vergüenza donde se purgaban los crímenes. Para nosotros es algo muy distinto: supone el despojo, ese despojo desde dentro. […] La pequeñez del Reino supone despojo, el cual irá apareciendo en las diversas etapas de nuestra vida. No por casualidad, Jesús, en medio de la paz y alegría de la resurrección, le recuerda a Pedro que debía seguirlo en el despojo: “En verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras” (Jn 21, 18)» (Papa Francisco).
Los miembros de la Iglesia (presbíteros, consagradas y consagrados, laicado) en misión más allá de nuestras fronteras nos dan un ejemplo sublime de autodespojamiento y libertad interior. Hoy los presentamos en esta estación con cariño y reconocimiento porque muestran el rostro de Cristo en los lugares más recónditos del planeta.
11
Jesús es clavado en la cruz

Mateo 27, 38-41
Al mismo tiempo, crucificaron a dos ladrones, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban por allí le insultaban meneando la cabeza y diciendo: Tú que destruías el Santuario y en tres días lo levantabas, ¡sálvate a ti mismo; ¡si eres Hijo de Dios, baja de la cruz! Igualmente, los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos se burlaban de él.
«Es en la cruz donde Jesús asume definitivamente el fracaso y el mal; y los trasciende. Allí se manifiesta lo insondable de su amor, porque solo quien ama mucho posee la libertad y la vitalidad de espíritu para aceptar el fracaso.
El fracaso histórico de Jesús y las frustraciones de tantas esperanzas son, para la fe cristiana, el camino por excelencia a través del cual Dios se revela en Cristo y actúa la salvación […] El fracaso de Jesús se inserta en esa dinámica: cuando todo está perdido, cuando nadie queda… entonces interviene Dios; es la intervención de Dios sobre la total imposibilidad de esperanza humana» (Papa Francisco).
Ayer, hoy y siempre seguimos crucificando. Nuestro mundo está plagado de cruces de toda índole. Nos preocupan nuestros hermanos migrantes, compañeros de camino con nosotros, iguales en dignidad y derechos, miembros activos de una Iglesia en la que nadie es extranjero. Ellos son presente y futuro en nuestra Iglesia. Nos aterran los muertos en los periplos migratorios, los que esperan colas interminables para una cita que no llega, los que son discriminados, quienes duermen en el aeropuerto o en la calle y no disponen de lo necesario… Ayúdanos, Señor, a desclavarte de la cruz en tantos hermanos y hermanas nuestros desplazados forzosos.
12
Jesús muere en la cruz

Mateo 27, 45-46.50
Desde el mediodía hasta la media tarde, toda aquella tierra permaneció en tinieblas. A media tarde, Jesús gritó diciendo: «’Elí, Elí, lamá sabaktani’» (que quiere decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»). Y Jesús, dando otro fuerte grito exhaló el espíritu.
«Así es la actitud del corazón de Cristo. El abandono en las manos de Dios, sin pretender controlar los resultados de la crisis y de la tormenta. Abandono fuerte, pero no ingenuo… Abandono que implica confianza en la paternidad de Dios, pero que no exime del sufrimiento de la agonía: porque este abandono no tiene respuesta inmediata, incluso él mismo es acrisolado por el silencio de Dios que puede llevar a la tentación de desconfianza… es grito desgarrador en el culmen de la prueba: Padre, ¿por qué me has abandonado? En la cruz hay que perderlo todo para ganarlo todo. Allí se da la venta de todo para comprar la piedra preciosa o el campo con el tesoro escondido. Perderlo todo: el que pierda su vida por mí, la encontrará… Nadie nos obliga, se nos invita. La invitación es al “todo o nada”» (Papa Francisco).
Nada parecería más ajeno a un joven que acercarse a la experiencia de la muerte. Sin embargo, están mucho más cerca de lo que pudiera pensarse. A veces por vivir al límite y otras por no encontrar razones para vivir. Hoy presentamos junto con todos los proyectos de vida ilusionantes de la Pastoral de Jóvenes, la realidad de aquellos que están cansados y desalentados. Pedimos al Señor que nos dé audacia y creatividad para salir a su encuentro, escucharlos y ofrecer un camino que desemboca en una religión de vida y de alegría que pasa por los itinerarios y desemboca en la comunidad de fe.
13
Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre

Mateo 27, 55. 57-58
Estaban allí mirando desde lejos muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea para asistirlo.
Al caer la tarde llegó un hombre rico de Arimatea, de nombre José, que era también discípulo de Jesús. Fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo y Pilato mandó que se lo entregaran.
«Sabemos que María, después de la cruz, cargó el cuerpo de Jesús. Es un momento triste y sagrado que al recordarlo nos da esperanza, porque es el cariño grande de nuestra querida Madre. Así es ella con nosotros […] Hemos de pedir a nuestra Madre esa gracia especial para nosotros: que nos ayude a cuidar de toda vida y toda la vida, la vida que comienza, la vida que se desarrolla y la vida que termina; que la sepamos acompañar y cuidar. […] Necesitamos de la mirada tierna de María, su mirada de Madre, esa que nos destapa el alma. Su mirada que está llena de compasión y de cuidado. Por eso hoy le decimos: Madre, regálanos tu mirada» (Papa Francisco).
El mundo de las hermandades y cofradías se vuelca estos días para acompañar al Señor en sus últimas horas y, como José de Arimatea, custodian los tronos y procesionan reverentemente como forma de expresar su fe en el Resucitado y su pertenencia a la Iglesia.
14
Jesús es colocado en el sepulcro

Mateo 27, 59-61
José de Arimatea se llevó el cuerpo de Jesús y lo envolvió en una sábana limpia; después lo puso en un sepulcro nuevo excavado en la roca, rodó la piedra sobre la entrada y se marchó. Quedaron allí María Magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro.
«La esperanza ahonda el alma y la pacifica, pues, al abrir el corazón, confiados en la promesa hecha, en la palabra dada, los hombres se liberan de las suspicacias y pesimismos de su razón inmediata e incluso del peso de ciertas evidencias. […] Si no recuerdas la promesa, si no tienes memoria de lo que el mismo Jesús te dijo, no vas a tener esperanza y vas a ser prisionero o prisionera de la coyuntura, del susto del momento, de la conveniencia del momento, del temor, de la incredulidad… ¡Recuerda la promesa y mantén la esperanza!» (Papa Francisco).
La vida consagrada quiere ser memoria viva y profecía apasionada de lo que estamos viviendo este Triduo. A través de los múltiples carismas que el Espíritu regala a toda la Iglesia suponen una rica e imponente presencia en nuestra diócesis. Con la radicalidad de su vida y de su compromiso son auténticos peregrinos de esperanza que nos ayudan a descubrir que el fracaso, el mal y la muerte no tienen la última palabra.
REDACCIÓN
Alfa y Omega