Publicamos el resumen de la octava Meditación del Predicador de la Casa Pontificia, padre Roberto Pasolini, que está guiando los Ejercicios Espirituales de Cuaresma para la Curia Romana. Este jueves el fraile capuchino reflexiona sobre el contraste entre quienes buscan la vida eterna como recompensa y la invitación de Cristo a dejar toda seguridad para seguirlo.

Jesús propone la eternidad como un don que hay que acoger, no como un bien que hay que conquistar. El episodio del joven rico en los Evangelios sinópticos muestra el contraste entre quienes buscan la vida eterna como recompensa y la invitación de Cristo a dejar toda seguridad para seguirlo. El joven, incapaz de desprenderse de sus riquezas, se marcha triste. Pedro pregunta entonces qué recibirán aquellos que lo han dejado todo, y Jesús promete la vida eterna a quienes se entreguen totalmente a él.
La dificultad del desapego afecta a todos: tenemos miedo de abandonar aquello que nos es querido, incluso si la vida misma nos obliga a ello. Jesús nos invita a anticipar este paso, haciendo de la eternidad una realidad ya presente. El ejemplo de Chiara Corbella Petrillo, que afrontó con confianza su enfermedad, demuestra que se puede vivir plenamente con Dios ya en esta tierra. No se trata de rendirse, sino de vivir intensamente, libre de falsas seguridades.
En el Evangelio de Juan, Jesús se describe a sí mismo como el pastor que conduce sus ovejas a pastos abundantes. Su voz nos impulsa a salir de los confines del miedo y encontrar la vida verdadera. Esta abundancia se manifiesta en el signo de la multiplicación de los panes: lo que parece insuficiente, en las manos de Jesús se convierte en sobreabundante. Sin embargo, la multitud malinterpreta el milagro, buscando sólo el pan material sin captar el signo de un alimento más profundo.
Jesús revela que el verdadero pan de vida es él mismo. Comer su carne y beber su sangre significa participar de su vida y acoger su existencia como propia. La Eucaristía no es sólo un rito, sino una unión transformadora con Cristo. Juan, en lugar de relatar su institución, enfatiza el lavatorio de los pies, resaltando que el verdadero culto se manifiesta en el servicio mutuo.
La eternidad no es una ilusión lejana, sino una realidad que se hace realidad en nuestras vidas cuando aprendemos a ofrecer con confianza incluso lo poco que tenemos. A los ojos de Dios, cada uno de nuestros gestos de amor tiene un valor infinito: todo puede llegar a ser eterno.
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