Homilía de la Misa en la basílica de Jesús de Medinaceli. Viernes 7 de marzo.
Queridos hermanos. Esta tarde en este inicio de la Cuaresma, un tiempo especial para todo el pueblo cristiano. Venimos a comenzarla a los pies del Cristo de Medinaceli, este Jesús Nazareno rescatado.
Su imagen nos lleva a recordar la Pasión cuando Pilato lo presenta ante el pueblo, y encontramos a un Jesús en paz, manso, digno en su humildad, frente a una multitud que lo ha condenado, juzgado y rechazado. En el siglo XVII esta imagen fue arrasada y tirada por las calles para que la gente de Mequinez pudiera mofarse de ella cuando la ciudad fue tomada por el sultán.
Esta imagen experimentó también lo que significa el rechazo, el juicio y la condena. Pero si aprendemos a mirarla, miramos también a aquel Jesús que es al que nos evoca. Un Jesús que fue azotado y entregado así, con las manos atadas para que lo crucificaran. Entonces, los soldados del gobernador también lo desnudaron, le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza: y doblando ante él la rodilla se burlaban diciendo «salve, rey de los judíos».
La historia se repite continuamente: Jesús es humillado, maltratado y no solo aquel primer día delante y junto a Barrabás y Pilato. También esta imagen nos evoca a cuantos, a lo largo de la humanidad, son juzgados, crucificados, maltratados, y en Él reconocemos a todos. Por eso venimos aquí, porque también nuestras heridas son las que vemos que Él carga.

Hoy Jesús nos dice que en este inicio de la Cuaresma Él es el primero que pasa por el ser juzgado, maltratado, humillado y que Él acoge a todo aquel que pase por ahí, a todos los que necesitan ser rescatados como esta imagen tuvo que ser rescatada.
Cada manifestación en la religiosidad popular, en nuestra piedad, no es una invención, sino que tiene origen en algo que la Palabra de Dios nos da. Hoy es muy importante que, al acercarnos al Cristo de Medinaceli, nos vayamos a la Palabra de Dios; que no pasen estos días de Cuaresma sin que cada uno de nosotros sea capaz de ir a la Palabra de Dios, porque ahí nos dice —como cuando le miramos a Él— lo necesitados que estamos todos del cuidado de Dios.
Cada imagen, este Cristo de Medinaceli, nos recuerda lo que Jesús ha pasado y podemos verle, sentirle, escucharle. No solo en la imagen, sino en lo que ha significado para nuestras familias y nuestro pueblo. La imagen es un Evangelio que nos habla de nosotros, de nuestras familias, de la gente que queremos y nos habla de todos los que han pasado lo mismo que Él: ser humillados y maltratados.
Hoy Jesús, a todos los que hemos venido aquí, nos hace una invitación que no nos podemos perder: acudir a Él. No solo con nuestro cuerpo, ojos y labios, sino acudir a Él desde el corazón y llevarle no solo nuestro abrazo, sino nuestro corazón. Os invito a mirar más allá de esta talla y ver a ese Cristo que quiere rescatarnos, rescatarte de todo lo que te oprime y te esclaviza, del pecado y de cuanto va en contra de nuestro propio Bautismo, del don que Dios nos ha dado. ¡Cuánta gente hay a nuestro alrededor que ha besado esta imagen y ha sido capaz de recoger otro beso! Cada vez que nos acercamos a Jesús, Él da otro beso: un beso que nos da en la Eucaristía, cuando somos capaces de rezar, cuando somos mejores personas.
Jesús asume sobre sí todo el dolor de todos los maltratados y es capaz de resucitarlo y, asumiendo ese dolor —por eso necesitamos una Cuaresma—, lo transforma en resurrección. ¡Cuánta gente a lo largo de la humanidad mira a Cristo y encuentra en Él la salvación, porque en Él sabemos que Dios nunca pasa de largo frente al sufrimiento de sus hijos!
Por eso hoy nosotros también cuando venimos aquí ante el Jesús de Medinaceli, ante aquel que fue rescatado, somos los continuadores de la obra redentora. Besar al Cristo, mirar al Cristo, celebrar la Eucaristía, no es para andar después como si no hubiera pasado nada. Queda grabado en nosotros ese beso y queda grabado su beso. Él carga con nuestras heridas para que también nosotros aprendamos a cargar con las heridas de los otros y nos pongamos en el lado de los que humillan, juzgan, dividen y maltratan; o en la línea de Cristo: el que acoge el sufrimiento, lo pone ante Dios y se convierte en otro Cristo para los demás.
Todos los que pasamos por aquí tenemos el encargo, por el mismo Cristo, de perdonar, rescatar y dar la mano a los otros. Si amamos solo a los que nos aman, ¿qué valor tiene eso? Amad a los que nos humillan y poneos del lado de Él, del lado que lleva la vida. Pongamos nuestras heridas y convirtámonos en gente que sana a los demás devolviendo ante cada mal el bien y la mirada de Cristo. Este es el momento, queridos hermanos.

Que esta Cuaresma sea un compromiso por rescatar y por ser también los pies de Cristo para otros. Que seamos los pies que se mueven, que pisan y que son capaces de ir a los que nos necesitan.
Por eso esta Cuaresma, este año el Papa y toda la Iglesia en un año jubilar, nos invita a ir juntos y ser pies de Cristo para ser peregrinos de esperanza. Así, a todos los que besamos hoy a Cristo y le miramos, al momento Él nos dice de mirar a nuestros hermanos y besarlos.
Queridos hermanos, hoy Cristo nos pide que seamos Iglesia, que vuestras comunidades sean Iglesia, que la hermandad sea Iglesia y que cuando nos miren vean a Cristo, no a nosotros. El bando de los que aman es el bando de los que perdonan, de los que muchas veces tienen que dar un paso atrás para que la unidad y el amor estén por encima. El bando de los crucificados con Él es el bando de la gente que es capaz de poner la fe y la Iglesia muchas veces por encima de nuestros intereses.
¡Mirad cómo se aman! Que ese sea el anuncio que Jesús nos da a todos nosotros. Sed los pies de Cristo para caminar juntos, para ir a la esperanza y decir a nuestro mundo que tenemos remedios. Que estamos del lado de Cristo, de los que rescatan a los humillados y de los que ponen en Él nuestras heridas; de los que son conscientes de que estamos llamados a peregrinar en esperanza para construir esta Iglesia que Él quiere, por la que Él ha dado la vida. Él sigue dando la vida por su Iglesia para que podamos anunciar a nuestros vecinos y vecinas que la salvación está aquí, que el amor es más fuerte que el odio y que Dios siempre, como Él, nos rescata de todas nuestras humillaciones.

JOSÉ COBO CANO
Cardenal arzobispo de Madrid y vicepresidente de la CEE
Publicado en Alfa y Omega el 13. 3.2025