Publicamos el resumen de la quinta meditación del predicador de la Casa Pontificia. Roberto Pasolini, que dirige los Ejercicios Espirituales de Cuaresma a la Curia Romana en el Aula Paulo VI. El religioso capuchino subraya que se puede vivir el presente, experimentando la resurrección, si se confían los sufrimientos y las heridas a Cristo, en lugar de buscar remedios en falsos ídolos.
Ciudad del Vaticano, 11 de marzo 2025.- El verdadero desafío de nuestro camino no consiste únicamente en atravesar la muerte, sino en reconocer que la vida eterna comienza ya aquí. A menudo nos engañamos pensando que solo existen dos categorías de personas: los vivos y los muertos. El Evangelio de Juan, con la resurrección de Lázaro, cuestiona esta visión: los verdaderamente muertos no son solo aquellos que han dejado de respirar, sino también quienes permanecen paralizados por el miedo, la vergüenza y el control.
Lázaro, envuelto en vendas que le impiden moverse, representa a cada uno de nosotros cuando nos dejamos asfixiar por expectativas externas y esquemas rígidos, perdiendo el contacto con nuestra libertad interior.
Marta y María, ante la muerte de su hermano, expresan una fe condicionada: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto» (Jn 11,21). Esta mentalidad refleja la idea de un Dios que debería intervenir siempre para evitarnos el dolor.

Pero Jesús no ha venido a eliminar el sufrimiento, sino a transformarlo: «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11,25).
La verdadera pregunta, por tanto, no es si moriremos, sino si ya estamos viviendo de verdad, con confianza en Cristo y en su palabra.
Este desafío se manifiesta también en el episodio de la hemorroísa, una mujer enferma desde hacía doce años que, pese a todo, se atreve a tocar el manto de Jesús en busca de sanación (Mc 5,25-34). Su situación representa a toda la humanidad: buscamos remedios, buscamos vida, pero con frecuencia nos encomendamos a ídolos falsos que nos dejan vacíos.
Solo el contacto con Cristo puede traer una sanación verdadera, que no es solo física, sino interior: la capacidad de confiar y sentirse acogidos.
Jesús le dice: «Hija, tu fe te ha salvado» (Mc 5,34), mostrando que la salvación no es una intervención externa de Dios, sino que se manifiesta en la capacidad de abrirnos a su presencia.
Lo mismo sucede con la confesión y con toda experiencia de reconciliación: no basta un acto formal, es necesario que el corazón recupere la confianza en un Dios que nos quiere verdaderamente vivos.
El signo de Lázaro y la curación de la hemorroísa nos plantean una pregunta radical: ¿somos moribundos que esperan el final o vivientes que ya han comenzado a experimentar la resurrección?
La vida eterna no es solo una recompensa futura, sino una realidad que ya podemos elegir, viviendo con libertad, esperanza y confianza en el Dios que nos llama a la plenitud.
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