La Policía vigila internet y colabora con religiosas para desactivar las redes de prostitución que se concentran en pisos.
6 de febrero 2025.- «La trata ha evolucionado sus modos de captación, antes sucedía vis a vis en una discoteca o a través de alguien que se conocía en el pueblo. Hoy día una parte importantísima tiene lugar a través de las redes sociales». Nos lo cuenta en la Brigada Provincial de Extranjería y Fronteras el inspector Tomás Santamaría, Jefe del Grupo VI de la Unidad Central de Redes de Inmigración Ilegal y Falsedades Documentales de Madrid. Mientras nos atiende, sus compañeros bucean a través del ordenador en páginas que venden servicios de prostitución u ofertas de trabajo fraudulentas que terminan en explotación sexual. Otros analizan el contenido de los móviles incautados tras desarticular alguna red. «Solamente en este hay 105.000 imágenes», nos detalla el agente Marcos Aparicio, quien las ve de una en una en busca de pruebas de la explotación para presentarlas ante el fiscal. También de extractos bancarios o fotografías de documentación para localizar a otros delincuentes. Y lee hasta la última coma de los 1.000 chats que alberga el terminal, porque los explotadores «normalmente también venden droga, cada uno con un vocabulario en clave».
Debido a la omnipresencia de las redes sociales en todo el planeta, los proxenetas han refinado la estrategia conocida como lover boy y estafan a mujeres —especialmente hispanohablantes— sin necesidad de pisar su país ni que ellas los hayan visto nunca jamás. «Inician lo que ellas consideran una relación de amistad que pasa a ser afectiva, aunque nunca bidireccional, y las engañan. Les dicen: “Vente a a Europa, aquí hay un trabajo para ti”. Cuando llegan, entregan la chica a la organización y buscan otra nueva presa», diagnostica Santamaría. Sin ningún contacto en el nuevo país, con miedo a acudir a la Policía por estar en situación irregular y habiendo adquirido una deuda por los billetes, la víctima es obligada a prostituirse hasta saldarla. Aunque ese momento no suele llegar.
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Santamaría explica que las fórmulas más típicas de prostitución han mutado. «Hacerlo en la vía pública está de capa caída y los clubes ya no funcionan como antes». A raíz de la pandemia, la mayoría de las explotaciones tienen lugar en pisos, donde existe «una impunidad permanente». «Al cliente ningún vecino le ve entrar en un local, solamente en el portal de una casa». Y las mujeres retenidas están sometidas a la más estricta de las vigilancias. «Muchas veces el control se realiza en remoto, a través de cámaras conectadas a un teléfono móvil, y el explotador desde la otra punta de Madrid puede ver todo lo que sucede», explica el inspector. Su reclusión en casas permite también a los proxenetas idear pretextos para incrementar su deuda. «Se les obliga a consumir droga cuando un cliente la pide» —que se cobra— o «se generan multas por no limpiar o no acudir rápido al vestíbulo cuando hay una presentación».
Debido al «aumento exponencial» de los pisos en los que se prostituye a mujeres, que «son volátiles porque hoy te abren uno en un sitio y te cierran dos en otro» y que —con la ley en la mano— son domicilios privados en los que no se puede entrar sin orden de registro, Tomás Santamaría reconoce que «siempre vamos dos pasos por detrás de los malos». Y aunque, en términos globales, el fenómeno de la prostitución se está reduciendo gracias a una sociedad más sensible, permanece enquistado en estas casas.
No son usuarias
El Jefe del Grupo VI explica que «aunque somos una de las ramas de la Policía con más vocación de acompañamiento a las víctimas», una vez que consiguen sacarlas de los pisos «no tenemos recursos». Es ahí donde entran las entidades religiosas, quienes este 8 de febrero celebran el Día Mundial de Oración y Reflexión contra la Trata de Personas, una de las grandes causas sociales del Jubileo de 2025. «La colaboración con ellas es una herramienta fundamental», reivindica el inspector Tomás Santamaría.
Inma Soler es religiosa auxiliar del Buen Pastor y miembro de la comunidad Villa Teresita, una de las congregaciones a las que la UCRIF deriva a las víctimas. «Estas mujeres no son usuarias, cada una de ellas es tratada de manera única y especial porque también lo es para Dios», reivindica. Con presencia en Madrid, pero también en Pamplona, Valencia y Sevilla, explica que en sus casas se da a las mujeres todo el tiempo que les haga falta y la estancia media es de un año. «Se les ofrece atención integral y se les apoya en todo lo que necesitan para recuperarse: tener permiso de trabajo y residencia, acceso a la sanidad, apoyo psicológico e itinerarios de formación e inserción laboral que abran para ellas caminos de esperanza».
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«Este es mi primer cumpleaños»
Inma Soler subraya que uno de los rasgos más importantes de Villa Teresita es que las religiosas y mujeres escapadas de la prostitución viven juntas como una familia compartiendo la vida y la fe. «Lo celebramos todo». Una fórmula de civismo evidente en muchos contextos, pero no para quienes han sufrido la trata. «Un día una de ellas nos dijo: “No me había sentado nunca antes a una mesa y esta es la primera vez que celebro mi cumpleaños”». No es la única vez que esta religiosa ha visto una situación así, pues «la prostitución es un fenómeno que se nutre de la pobreza y los captadores van a por personas vulnerables y con mucha necesidad porque va a ser difícil que se escapen». Por consiguiente, «están muy acostumbradas a que las peguen y se sometan», ya antes de que las atrape un proxeneta.
Para desarmar esta dinámica solo cabe el cariño y —fundamental para las auxiliares del Buen Pastor— hacer sentir a estas mujeres el amor de Dios. «Lo primero que deben notar es que son bienvenidas y preparamos con mucho cariño su habitación para que sepan que están en casa y pueden descansar y empezar una nueva vida».
RODRIGO MORENO QUICIOS
Alfa y Omega