En la región de Kivu del Norte, al este del país africano, la batalla se libra entre los rebeldes del M23 y el ejército. Una veintena de personas han muerto y cientos han resultado heridas. El llamamiento de Monseñor Ngumbi: «Permanezcamos unidos, permanezcamos hermanos».
29 de enero 2025.- Embajadas extranjeras asaltadas, bancos y supermercados robados, hospitales desbordados por las víctimas, manifestaciones en las principales plazas de la capital Kinsasa: el balance de los enfrentamientos en curso en la ciudad de Goma, situada al este de la República Democrática del Congo, es trágico. Sólo el lunes 27 de enero, los violentos combates entre el ejército nacional congoleño y los rebeldes del M23, apoyados por Ruanda con al menos 3.500 soldados, causaron al menos 17 muertos y 370 heridos. Los rebeldes también habrían tomado el control del aeropuerto de Goma.
Llamamiento de los representantes católicos
«La angustia no hace más que aumentar en toda la ciudad», señaló monseñor Willy Ngumbi, obispo de Goma, en declaraciones a los medios de comunicación vaticanos. «Huir de nuevo, pero ¿hacia dónde?», se preguntó entonces el obispo, recordando cómo «esta situación ya ha causado enormes sufrimientos a la población». Alrededor de Goma «hay más de dos millones y medio de desplazados». El padre Gianni Magnaguagno, por su parte, se encuentra en Uvira donde, a pesar de estar a más de 300 kilómetros de Goma, «los jóvenes se reunieron ayer en las plazas para manifestarse contra la guerra», declaró a los medios vaticanos, «y lo único que hacemos es rezar y esperar que no nos metamos en medio de otra guerra que sólo crearía muertes inútiles». La codicia humana parece no tener fin. La situación actual es un desastre. Como siempre que hay problemas, los congoleños reaccionan, a menudo arremetiendo contra quienes no tienen la culpa, pero es inevitable admitir que la comunidad internacional tiene la culpa de esta situación. En Gisenyi (Ruanda), al otro lado de la frontera con Goma, los Wasalendo, las milicias populares congoleñas, atacan, incendian y disparan por todas partes. «Un misionero laico italiano de la diócesis de Vicenza, Marco Rigoldi, de 29 años, que vive en la República Democrática del Congo desde hace siete años, se vio obligado a huir junto con su mujer, Arielle Angelique, en su noveno mes de embarazo», concluye el padre Gianni.
Intereses internacionales
Alimentando el riesgo de una guerra regional, que pasaría factura a la población civil ya acosada por décadas de violencia, están los intereses económicos. Controlar Kivu significa controlar el cobre, el coltán y el cobalto, es decir, materiales cada vez más estratégicos que se venden a las grandes potencias, ya que son necesarios para fabricar baterías eléctricas, turbinas eólicas o paneles solares, y para alimentar las pantallas de smartphones y ordenadores. Según el Banco Mundial, la República Democrática del Congo se encuentra entre los cinco países más pobres del mundo. En 2024, el 73% de la población vivía con menos de 2 dólares al día. Otra carga son los fenómenos meteorológicos extremos, como corrimientos de tierras e inundaciones, alimentados por la alta concentración de población en centros urbanos (la capital, Kinsasa, tiene 17 millones de habitantes) y una tasa de crecimiento demográfico superior al 3%. En Goma, de una población de aproximadamente un millón de habitantes, al menos 700.000 desplazados internos viven en los suburbios en condiciones terribles. Cáritas informa de que, tras el asedio rebelde de las últimas horas, cientos de miles más están huyendo. Según la Cruz Roja, el hospital con los laboratorios de ébola está en peligro. «Permanezcamos unidos, permanezcamos hermanos», fue el llamamiento de Monseñor Ngumbi a los congoleños, subrayando la misión del episcopado por la paz y la fraternidad en la región. Estados Unidos y la Unión Europea condenaron los atentados. La Unión Africana ha convocado una reunión extraordinaria para mañana. Mientras tanto, el Programa Mundial de Alimentos ha suspendido la ayuda en el este del país. Y el empeoramiento de la situación humanitaria ya no es un riesgo, sino una amarga realidad.
GUGLIELMO GALLONE y FABRICE BAGENDEKERE