(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Nuestros esfuerzos deben estar dirigidos a perseguir la paz, y que cada derecho natural individual y cada desarrollo humano integral pueda ser ejercitado y garantizado. Así lo ha indicado el Papa en el discurso que ha realizado en su encuentro con varios embajadores extraordinarios y plenipotenciario, de Estonia, Malawi, Namibia, Seychelles, Tailandia y Zambia.
Así, ha asegurado también que mientras “nuestras iniciativas en nombre de la paz” deberían ayudar a las poblaciones a permanecer en la patria, “el momento presente nos llama a asistir a los migrantes y a los que cuidan de ellos”.
Vuestra presencia aquí hoy –ha precisado– es un fuerte reclamo al hecho de que, no obstante que nuestras nacionalidades, culturas y confesiones religiosas puedan ser diferentes, estamos unidos por la común humanidad y la compartida misión de cuidar la sociedad y la creación. Por esta razón, Francisco ha subrayado que este servicio ha asumido una urgencia particular, “en el momento en el que tantas personas en el mundo están sufriendo conflictos y guerras, migraciones y traslados forzosos, e incertidumbres causadas por las dificultades económicas”.
Estos problemas –ha aseverado el Pontífice– requieren no solo que reflexionemos sobre ellos y los discutamos, sino que expresemos también signos concretos de solidaridad con nuestros hermanos y hermanas en grave necesidad.
El Santo Padre ha asegurado que es necesario que trabajemos juntos “de forma eficiente y coordinada”, animando los miembros de nuestras comunidades a convertirse ellos mismos en artesanos de paz, promotores de justicia social y defensores del verdadero respeto por nuestra casa común.
Por otro lado, el Papa ha advertido de que muchas personas tienden a aislarse frente a la dureza de la realidad. “Tienen miedo del terrorismo y que la creciente afluencia de migrantes cambie radicalmente su cultura, su estabilidad económica y su estilo de vida”, ha observado. Al respecto ha reconocido que estos son temores que comprendemos y que no podemos pasar a la ligera, y por tanto “deben ser afrontados con sabiduría y compasión, de tal forma que los derechos y las necesidades de todos sean respetados y apoyados”.
El Santo Padre ha pedido ser resolutivos al dar a conocer al mundo las condiciones críticas de los que son golpeados por la tragedia de la violencia y la migración forzada. Para que su voz, demasiado débil e incapaz de hacer escuchar su grito, sea escuchada “a través de la nuestra”. De este modo ha señalado que “la vía de la diplomacia nos ayuda a amplificar y transmitir este grito a través de la búsqueda de soluciones a las múltiples causas que están en la base de los conflictos actuales”. Y esto se hace especialmente con los esfuerzos de “privar de las armas a quienes usan violencia”, como también “poner fin a la plaga del tráfico humano y del comercio de droga que a menudo acompaña este mal”.
El Santo Padre ha subrayado en su discurso que no “debemos permitir que malos entendidos y miedos debiliten nuestra determinación”. De este modo ha invitado a promover una “integración que respete la identidad de los migrantes y preserve la cultura de la comunidad que les acoge, y enriquezca a ambos al mismo tiempo”. Esto es esencial, ha precisado.
En esta línea ha afirmado que si prevalecen las incomprensiones y los miedos “algo de nosotros mismos es dañado” nuestras culturas, la historia y las tradiciones “se debilitan” y la paz misma se ve comprometida.
Mientras que si “favorecemos el diálogo y la solidaridad” es cuando experimentamos “lo mejor de la humanidad y aseguramos una paz duradera para todos”.
Finalmente, el Pontífice ha dedicado unas palabras especiales a los cristianos perseguidos por su fe, a quienes ha renovado su apoyo en la oración y su solidaridad.
Rocío Lancho García (Zenit-Ciudad del Vaticano)